‘Mysterious Skin’: La vida después

La primera imagen legible que aparece en Mysterious Skin es la del rostro de un niño mientras del cielo caen montones de piezas de cereal. Su rostro es, de primera impresión, uno feliz. La cámara corta de inmediato y comienza una voz en off a contarnos una historia propia del que habla. Acerca de un verano en 1981 en donde cinco horas de su vida desaparecieron por completo, dejándolo sangrando de la nariz dentro de un armario. Ese niño es otro. No es aquel que se percibe en la primera escena. La película plantea de inmediato que ambos tienen algo en común: el mismo verano del mismo año.

Dentro de los primeros 15 minutos de su duración, la cinta se encarga de terminar de sugerir al espectador que el destino de ambos niños está conectado de alguna extraña manera. También, en tan poco tiempo, Gregg Araki se da a la tarea de contar el contexto de aquella primera imagen que parecía abandonada. Es apenas un cuarto de hora y el espectador ha visto el abuso sexual de un niño por parte de su entrenador de beisbol suceder frente a sus ojos; conoce la conexión de ambos personajes y prevé las consecuencias del abuso. El primer contacto real entre los dos niños sucede.

Mysterious Skin es un película que no titubea en su narrativa mientras muestra con brío el destino de esos niños después de haber sido abusados sexualmente. Se encarga, más que en imponer juicios inmediatos, de brindar una perspectiva diferente a otras entregas de la misma calaña como Little Children. Para Araki –y para Scott Heim, autor de la novela en que la película está basada– lo horrendo de un abuso así no es el hecho per se, sino la vida que viene después. La otra constante entre Bryan y Neil es que después de ahí han llevado una vida vacía. Una muerte permanente. “A bottomless black hole” aptamente describe su corazón.

La homosexualidad que aquí se exhibe, entonces, es derivada de una historia trágica. En la mente de sus creadores, es parte de esa muerte en vida en la que los protagonistas están inmersos. Se encuentra ahí, al lado de sus alucinaciones con extraterrestres o de su prostitución sin sentido. Está plasmada no como una característica que merezca ser defendida por ajenos, sino como una fuerte consecuencia de un enfermo acontecimiento años atrás, una visión que Araki parece compartir con otras creaciones suyas como su Teenage Apocalypse Trilogy y que al mismo tiempo contrasta con otras como Smiley Face. El tratamiento de Araki de la homosexualidad nunca fue tan brutal como aquí lo es.

Lo que de inmediato posiciona a Mysterious Skin como una pieza clave importante en el resto del cine gay, la obsesión de Neil por creer que el entrenador siempre lo amó, es pieza fundamental para todo lo que vendría después. El abuso psicológico está en mayor cantidad. Y Araki juega con ello para su desarrollo. Los tiempos y forma en los que se desarrolla la película no son en vano: el viaje brutal a Nueva York es hecho en la cumbre del auge del SIDA y se emparenta de inmediato en fechas con Philadelphia, si se piensa de alguna forma. Además de una película de abuso, Mysterious Skin también es una valiente representación del lado más oscuro de la homosexualidad en un periodo de diez años.

En la última escena, luego de todo lo que el espectador ha visto pasar frente a él, los dos personajes se encuentran en donde todo comenzó. Dentro de la casa del entrenador –en donde la primera escena de la película también sucede– ambos recuerdan las cinco horas desaparecidas en aquel verano diez años atrás. En ese momento todo lo que sabemos sobre la homosexualidad se esfuma hasta que la película termina. En  pantalla sólo hay dos personas que han pasado por el mayor sufrimiento que se conoce y que, parece, apenas están comenzando a sanar.

Por Joan Escutia (@JoanTDO)

    Related Posts

    ‘Una señal en la tormenta’: La inconsistencia de un pájaro

    Leave a Reply