GIFF | Los días francos, el deseo de la maternidad

La primera escena de Los días francos (2021), ópera prima de Ulises Pérez Mancilla, pinta de cuerpo entero a su protagonista, además de permitirnos entender sus próximas acciones. Ansiosa por salir temprano para llegar al festival escolar del Día de las Madres en la escuela de su hijo, Amanda (Stephanie Salas), una actriz nunca estrella pero reconocida muy de vez en cuando –”¿tú hiciste la película esa rara, no?”–, no consigue el tono necesario para terminar con la grabación del único trabajo que ha conseguido en meses: un infomercial de sartenes que prometen resolver cualquier comida para la ama de casa en apuros.

El problema de Amanda es que el comercial demanda un toque de maternidad, exponer el teórico amor que cada madre siente por sus hijos. Ella es incapaz de canalizarlo porque su mente está alterada por la “obligación” de asistir al festival escolar. Esa será su lucha a lo largo de Los días francos: una profesión anhelada contra una maternidad obligada, ambas en oposición y sin permitir que la otra ocupe el espacio necesario para desarrollarse a plenitud.

En diversas entrevistas, el director de la película ha manifestado su intención de crear el retrato de una mujer que, a diferencia de los abundantes ejemplos existentes en la historia del cine mexicano, no vive una maternidad deseada, entregada y consagrada a su hijo. Es más, desde su punto de vista, el cuidado del pequeño Nicolás es una carga que exige dinero, tiempo y cariño, sobre todo dinero.

No es casual que en una escena Amanda y Nicolás vean el clásico del azote Víctimas del pecado (1951), de Emilio Fernández, en la que Ninón Sevilla hace hasta lo imposible –y termina en la cárcel– por proteger al bebé que saca de la basura en las primeras escenas de la película. Ese sentimiento de protección no surge de manera natural en Amanda, su cárcel es el día a día de su maternidad.

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Pérez Mancilla, también escritor del largometraje, dedica poco tiempo a conocer el pasado de Amanda. Los pocos datos que nos llegan son gracias a las personas en el entorno de la protagonista, quienes de igual manera parecen conocerla poco y de manera fragmentada; por ello nunca sabremos cómo es que llegó a ser madre, ni los motivos detrás de su embarazo. Su presente es el interés central de Los días francos y es observado por una cámara que no juzga, ni impone un valor moral a los actos de Amanda.

Por los temas y el acercamiento estético, Los días francos es hasta cierto punto una actualización de Lola (1989), la ópera prima de María Novaro, en la que una joven madre (Leticia Huijara) enfrenta los retos impuestos por la maternidad en un Distrito Federal todavía en reconstrucción tras el sismo del 85. Quizá por la mirada de Novaro, también distante aunque más “fraterna”, la historia de Lola no es vista con la dureza que es retratada la de Amanda; sí, Lola aprovecha cualquier pretexto para seguir viviendo su juventud pero su maternidad no es una prisión, limita sin resultar opresiva del todo.

El dilema de Amanda se complica porque Nicolás es un niño promedio, no es el más aplicado de su salón, ni su comportamiento está fuera de control. Sus problemas están más arraigados, como subraya una de sus maestras, en lo poco atenta que es Amanda con él y la falta de estructura en su vida en general, esto se potencia gracias a la dispersa y fría caracterización que hace Stephanie Salas del personaje. Amanda siempre aparenta estar pensando en dos cosas (el niño, el gimnasio, la próxima comida, su falta de dinero, la nula progresión de su carrera, etc.), sin poder concentrarse en una sola con éxito.

Todo esto da al desenlace de Los días francos una sensación de interrupción, la historia de Amanda sigue pero nunca sabremos cómo, tampoco conoceremos las ramificaciones de su decisión. Nos toca, tan sólo, ser testigos de este pequeño fragmento de su vida que parafrasea aquella famosa frase de Los Tigres del Norte: ¿madre es la que engendra o una madre es todo amor?

Por Rafael Paz (@pazespa)

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