GIFF | Objetos rebeldes, objetos cargados de memoria

Si los objetos por sí mismos no fueran importantes, no existiría un esfuerzo colectivo por conservarlos, determinar su origen e, incluso, exhibirlos. En Objetos rebeldes (2021), ópera prima de Carolina Arias, la directora explora esta reflexión no sólo en comunidad, sino a nivel personal. Un día, cautivada por las investigaciones sobre las enigmáticas esferas precolombinas que hay en el sur de Costa Rica de una antropóloga llamada Ifigenia, Arias se inspira para escarbar su propio pasado y retomar el contacto con su padre.

Al ser antropóloga de formación, la cineasta aborda la relación con los objetos personales e históricos desde esa mirada y sus lugares habituales. Carolina muestra el taller de reparación de un museo, donde se ven sobre la mesa restos de vasijas antiguas y otras piezas esperando a ser catalogadas o reparadas. Al mismo tiempo, narra el vínculo con su padre, que se perdió cuando, a muy corta edad, su madre se la llevó a vivir a otro país. La relación familiar de Carolina está fracturada como esos objetos antiguos, el objeto importa porque está cargado de memoria.

Las imágenes de las piezas dispuestas sobre una mesa recuerdan al trabajo de Jessica Sarah Rinland en Those That, at a Distance, Resemble Another (2019), que muestra otro tipo de interacción con los vestigios materiales: la réplica como una forma de conservación. La constante manipulación de unos cuernos de marfil, en ese ejercicio, deja ver técnicas de reconstrucción con nuevos materiales, resultado de miradas obsesivas para detectar detalles mínimos. La relevancia de las piezas en aquel documental dialoga y se conecta con el trabajo de Carolina Airas, quien explora el objeto como algo que merece ser conservado y redescubierto para poder encontrarnos en él.

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Si en un punto la realizadora se pregunta en qué momento un objeto deja de existir, también responde que sería en el momento que alguien deje de mirarlo; la técnica de la réplica implica entonces una mirada constante que le impediría dejar de existir, así como la investigación y la búsqueda del origen de lo que nos rodea. Sin dejar de lado su relato personal, se crea un vínculo con el trabajo de Ifigenia, quien busca conservar otro tipo de memoria, una más colectiva, una que habla de la historia indígena y que quiso ser borrada al eliminar las huellas de los que alguna vez existieron.

Desde el principio aparecen a cuadro las misteriosas esferas que llevan años entre la naturaleza. Los planos a detalle delatan el paso del tiempo sobre ellas, porque muestran la textura ya desgastada, como si de una piel se tratara. Aparecen también sus propios guardianes, que conocen la historia y lo que se cuenta de ellas: se pensaba que la técnica de construcción era extraterrestre, otros afirman que fue obra de los indígenas. En este punto, cuando se habla del despojo, Carolina Arias muestra escenas de un museo, turistas que miran un objeto detrás de una vitrina, como si los vestigios del pasado indígena solo funcionaran dentro del recinto, sin lograr reintegrarse a la vida diaria.

Si no es posible mirar al pasado, cómo podríamos mirarnos a nosotros mismos. Objetos perdidos es un ejercicio de observación a los objetos que nadie ve, esos que forman parte de la historia de un país, también de aquellos que llevan una carga emocional en el presente, por nuestras propias historias. El cine para Carolina Arias es una forma aproximarse nuevamente a su país y también a la historia familiar que dejó en él.

Por Grecia Juárez (@grecia_odarez)

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