Una entrevista con Carlos Armella sobre ¡Ánimo juventud!

Cuatro historias de adolescentes se cruzan en ¡Ánimo juventud! (2020) segundo largometraje de ficción firmado por Carlos Armella. La película se presentó el año pasado en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) y llegó recientemente a la cartelera comercial.

Los cuatro protagonistas de ¡Ánimo juventud! viven en la Ciudad de México: Martín, está enamorado de una chica que apenas conoce; Dulce, aparenta ser dura pero en el fondo busca un poco de cariño; Daniel pronto será padre; y Pedro desarrolla un extraño padecimiento (habla en una lengua extraña) para distanciarse del mundo de los adultos.

Con motivo del estreno de este Amores perros para chavitos, charlamos con Armella sobre algunas de las ideas detrás de su nuevo trabajo, cómo influyeron sus propias historias de adolescencia la historia y el tono tragicómico con el que se mueve la historia.

Butaca Ancha (BA): ¿Cómo nació ¡Ánimo juventud!? Vienes del documental…

Carlos Armella (CA): En efecto, mucha gente me ubica más como documentalista que como realizador de ficción, aunque yo estudié guión cinematográfico y llevo varios cortometrajes de ficción, entre ellos Tierra y pan que ganó el León de Oro en Venecia (2008). También he hecho televisión, series como Club de Cuervos o Cuando conocí al Chapo, que es documental. Mi largometraje anterior, La estancia, combina el documental y la ficción.

Yo estaba trabajando en otro proyecto cuando, así como te llegan las historias gracias a una canción, una imagen, una pintura, una frase, nació la historia. Iba circulando por la Ciudad de México y vi un graffiti, era una declaración de amor y era de lo más ordinario, sin embargo, no sé en qué mood andaba, me puse a pensar en la persona que lo hizo y para quién iba dirigido. ¿Lo vio o no? También pensé en la persona dueña de esa pared.

Por la situación, imaginé a un chico pintando una pared ajena con un mensaje para una persona que nunca lo recibió. Pensaba en este personaje adolescente, apasionado, enamorado pero tímido y sufriendo por ese amor. Así nació el personaje de Martín (Rodrigo Cortés), conforme se trazó la historia en mi cabeza apareció Dulce (Daniela Arce) y eso me llevó a crearle su propia historia, por ahí se conectaron los personajes de Pedro (Iñaki Godoy) y Daniel (Mario Palmerin) también.

De repente, me di cuenta que tenía varios personajes que, a pesar de tener conflictos diferentes, están unidos por ser jóvenes y vivir en la Ciudad de México en la época actual. Que el tono, un poco porque nació de esa imagen el chico arrestado por el graffiti, combinaba esa situación trágica, romántica y, al mismo tiempo, cómica. Eso dictó el tono de todas las historias, se tejieron hasta convertirse en guión, escribí el primer tratamiento en tres semanas y cuando comenzó a tener respuesta positiva decidí que ese era el proyecto al que debía dedicar mi carrera en ese momento.

BA: A pesar del tono tragicómico, no se ignoran las realidades sociales de su entorno, aunque éstas nunca son el centro. Son adolescentes antes de cualquier cosa.

CA: Diste en el clavo. Para mí, creo que cuando pensamos en historias de adolescentes y, sobre todo, en comedias por lo general son películas de fórmula más comercial, que ignora otras problemáticas o las miran muy por encima. Por otro lado, los dramas son muy azotados, películas de arrabal o jóvenes de la calle con adicciones, llenas de violencia.

Eso es parte del mundo en el que vive la juventud mexicana en general. Está ahí, nos bombardean constantemente lo relacionado al sexo, la violencia, adicciones y más. Aquí cada uno tiene sus pequeños problemas, muy particulares y personales, que de cierta manera son universales, medio atemporales. Yo que soy de otra generación conecto con los personajes, porque tienen, a pesar de manejarlos de diferentes maneras, una cosa muy común: el espíritu adolescente y esa sensación de ser uno contra todos. Eso lo vuelve un drama, lo sufrimos mucho en la adolescencia. Con la distancia, nos parece absurdo. La tragedia vista con distancia se convierte en comedia.

Al mismo tiempo, no se trata de minimizar su entorno. Sí entendernos, acercanos a ellos y sentir su drama, tomar perspectiva en ciertos momentos para ser cómicos, pero a través de ello darnos cuenta de las problemáticas más profundas, relacionadas a esa brecha de comunicación que hemos abierto entre generaciones, ese no querer escucharlos, compartir o tratar de censurar su comportamiento para hacerlos “normales”. Eso implica a veces matar el espíritu adolescente, la rebeldía y pasión que tiene cada adolescente. Lo vemos como pasajero, “ya cambiarán” y quería justo hacer lo contrario: celebrarlo, ese idealismo debe persistir, estos personajes no deben abandonar sus sueños a partir de esas experiencias que viven, sino que sus ideales y sueños los saquen adelante. Que los adultos lo vean de esa manera y piensen que ellos mismos abandonaron sus sueños de juventud: ¿por qué no retomarlos? Sentirnos como el adolescente que fuimos sería muy bonito, y nos ayudaría a sentirnos más cercanos a los jóvenes.

BA: Una clave para que funcionen estas ideas son los actores, ¿cómo los elegiste, qué te cautivó?

CA: Fue muy importante el casting, fue exhaustivo. La directora de casting, Viridiana Olvera, maneja una escuela teatral, entonces la convocatoria inició entre sus alumnos y luego pasamos a actores con los que había trabajado, pero no queríamos limitarnos a chicos que tuvieran entrenamiento actoral porque los que tienen la chispa o el interés por actuar se encaminan a proyectos con un lenguaje más de telenovela, llegan maleados. Además, a veces, representan a ese mexicano aspiracional de la publicidad.

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Queríamos rostros y personajes que representaran el mestizaje mexicano, esa mezcla, que pudiera ser el chico que ves en la cola de las tortillas, en el Oxxo o en el metro. Que se sintieran muy cotidianos, ordinarios, y al mismo tiempo atractivos, no en un sentido estético sino que tuvieran rostros memorables, que al verlos pudieras identificarlos un año después. Cierto magnetismo.

Esos eran los criterios para encontrarlos, por su vibra o la inteligencia que transmiten. Incluso los buscamos en redes sociales. Un par de los elegidos ya tenía experiencia –como Daniela Arce, que hizo Besos de azúcar, y Rodrigo Cortés, que estuvo en Vuelven–, pero fuera de ellos eran muchos actores nuevos o que tenían poquitas cosas, más amateur. Sabíamos, por nuestra propia convocatoria, que era necesario un trabajo de construcción y comunicación, le dedicamos dos meses a un taller de actuación para que entraran a la piel de los personajes y establecer las relaciones sin ensayar las escenas de las películas, más bien haciendo improvisaciones que ellos conectaban con las emociones de nuestra historia, para así mantener la frescura a cámara.

Eso me dio tiempo de observarlos, escucharlos y nutrir a los personajes con lo que daban estos chicos de la vida real, así tenían más carnita los personajes.

BA: Filmaste en la escuela donde cursaste tu educación básica, ¿qué tanto se colaron las memorias de tu juventud?

CA: Me resistí a filmar ahí. Al escribir el guión y plantear situaciones que suceden en una escuela, la tenía como referente y el trazo escénico que tenía el guión correspondía a esa escuela. Cuando empezamos a buscar locaciones, no quería ni contemplar mi propia escuela porque sé que la han remodelado desde que estuve ahí. Estaba esa cuestión de regresar a un lugar, pero ya no se ve igual a tu recuerdo. Prefería evitar eso.

Hicimos scouting en muchas escuelas, algunas nos gustaron pero el trazo escénico no se prestaba a cómo lo habíamos imaginado. Eso afectaba las escenas, había que modificarlas y no parecían funcionar mejor. Eventualmente decidimos tocar la puerta de mi escuela, ellos no tenían interés en tener una filmación, pero cuando supieron que era proyecto de un exalumno aceptaron dialogar con nosotros. La fuimos a ver y, en efecto, ahí funcionaba el trazo escénico, a pesar de que la fachada era distinta. Un escenario muy importante en el guión, el auditorio, no había sido remodelado. Quedaba perfecto, era idóneo.

Por eso acepté filmar ahí, platicamos con la escuela, negociamos y ambas partes aceptamos. Fue un reencuentro con la nostalgia, reconectarme, sentir que estaba en casa y, al mismo tiempo, ajeno. Fue una experiencia muy especial en lo personal. Sabía que no se trataba de eso, sino de que los personajes se adaptaran al espacio, pero a mí me ayudó un poco a comunicar eso a mis personajes. La verdad es que sus experiencias no son anécdotas que me pasaron, pero el sentimiento en general es muy personal. Conecto con elementos de cada uno de los personajes, con sus emociones, sus sueños, ideales, con su timidez. Eso lo vuelve muy personal.

Pensamos que la comedia es sólo hacer reír y no presentimos tanto la conexión artística que hay con el realizador. En mi caso, la hay y algunos la percibirán, pero la película tiene diferentes niveles de lectura. Algunos quizá la vean de manera más palomera y se diviertan, otros tal vez conecten más allá con su propia adolescencia.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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