FICUNAM | ‘Kekszakallú’: Lujo suspendido

Hay un momento dentro de la opera en el que el tiempo parece encontrarse suspendido, sea por éxtasis o hastío,  y que lleva a una perdida de la noción del mismo, una pausa perpetua que solo parece poder romperse con un brutal movimiento. El cineasta argentino Gastón Solnicki, quien hizo una interesante disección de su propia familia en Papirosen (2011), toma la opera Kekszakallú herceg vára del músico húngaro Bela Bartok para titular y modelar su más reciente película.

Basada a su vez en el cuento Barbe Bleu del gran Charles Perrault, la opera de Bartok representó una suerte de transfiguración para Solnicki que tomó a una generación de jóvenes argentinos de clase alta que deambulan en mundos exquisitamente construidos, alejados de las inclemencias de las recesiones económicas y las crisis sociales, un refugio atemporal cuya única condena es el tedio.

Solnicki nos sumerge en estas exquisitas y simétricas jaulas con los oblicuos detalles que dan sus rostros, sus posturas, sus cuerpos y sus actividades, planteando en estos una mordaz y sutil crítica a la clase privilegiada, más bien paradójica, y quizá para algunos incongruente, en el uso de recursos, imposturas y referencias de esa misma clase.

Remitiendo visualmente tanto a la construcción  de precisos tableaux vivant como aquellos que hace el  cineasta catalán Albert Serra de monarquía agonizante en La mort de Louis XIV (2016) y al sentido ominoso de tragedia tan recurrente en el cine griego contemporáneo (Aravranos, Miss Violence; Tsangari, Chavalier; Lanthimos, Kynodontas), Solnicki plantea una visión de refinada precisión formal y enervante brío narrativo que impone un trance que, al igual que la opera, suspende el tiempo y genera estados de hastío o éxtasis.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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