FICUNAM | Hagamos todo pedazos, rebelión en tiempos de capitalismo

En su trabajo más reciente, Hagamos todo pedazos (On va tout péter, 2019), el documentalista Lech Kowalski esencialmente se pregunta: ¿puede trascender una rebelión en nuestros tiempos demenciales de capitalismo y consumismo?

Kowalski –responsable de D.O.A. (1980), una mirada pura a la única gira americana de los Sex Pistols y a otras bandas punk rock de la época, y de Gringo o Story of a Junkie (1985), el documental de culto sobre unos junkies neoyorquinos que fue distribuido por Troma–, nos lleva en esta ocasión hasta el poblado francés de La Souterraine. Ahí la fabrica de autopartes GM&S podría cerrar sus puertas tras sufrir malos manejos, un escenario indeseable que dejaría a sus 277 trabajadores en la calle. Muchos de ellos cuentan con una antigüedad laboral importante (hay casos de más de 30 años), por ende son personas que ya pasan de los 50 años de edad; si a esto le sumamos que viven en un lugar aislado, sus alternativas en caso de ser despedidos serían por demás escasas, si no es que nulas.

Evidentemente este es un caso de características particulares. En un punto, y tras meses de presionar al gobierno francés y a los clientes Renault y PSA (el grupo detrás de Peugeot), los trabajadores ven posible la supervivencia de su fabrica ante el inminente arribo de nuevos dueños. Entonces sus demandas se hacen aún más específicas: una vez que se concrete la compra, buscan que no haya ni un solo despido, y en caso de haberlos, que los afectados reciban indemnizaciones justas con base en su antigüedad.

Es justo decir que, a estas alturas, cualquiera leyendo este texto debe empezar a considerar familiar el caso de GM&S. No importa que Hagamos todo pedazos aborde un suceso específico, en un lugar de Francia del que no se conoce prácticamente nada. Ya lo dijo Bong Joon-ho al hablar de la película con la que finalmente ingresó al mainstream (Parásitos): “Esencialmente, todos vivimos en el mismo país, llamado capitalismo”.

Ese es precisamente el presente al que Kowalski se refiere como demencial: tiempos de capitalismo, avaricia, condiciones laborales pobres, y por supuesto la consecuente desigualdad social. Incluso todos los jóvenes de hoy dominamos esa realidad de la falta de contrato y prestaciones de ley, los sueldos miserables y la explotación, el outsourcing ilegal, los despidos masivos, la indemnización incompleta y un largo etcétera. Como ya apuntaba, la gran pregunta en el documental es: en tiempos de empresas que, por su afán de ganar dinero a como de lugar, no priorizan el trato humano (en su narración Kowalski hace énfasis en la paradoja de las compañías que olvidan el bienestar de sus propios consumidores), ¿hay lugar para una rebelión?

Kowalski documenta meses y meses de resistencia, de trabajadores buscando la presión mediática, amenazando con hacer estallar la fabrica, exigiendo lo que es absolutamente justo, y siendo ignorados una y otra vez. Es una lucha entre David y Goliat, una pugna clásica entre un grupo de individuos unidos y el sistema establecido. La desigualdad es enorme e indignante: mientras unos batallan por lo que en teoría debería ser básico pero que actualmente parece hasta un lujo (tener un trabajo digno u obtener una indemnización por despido), otros en la industria automovilística ganan hasta $15 millones de euros al año.

No es coincidencia que los peces gordos brillen por su ausencia en Hagamos todo pedazos, ellos viven en otra dimensión y si acaso aquí los vemos brevemente mientras se lavan las manos ante los problemas en cuestión. Los momentos de tensión en el documental, de hecho, son usualmente protagonizados por personas de la misma clase trabajadora: ante la falta de soluciones, los trabajadores de GM&S se van desgastando (no faltan las discusiones entre ellos mismos), eventualmente haciendo que los automovilistas o sus colegas de la industria sientan enojo por alguno de sus desesperadas manifestaciones. Ni que decir de la inevitable y constante aparición de la policía; por más que un oficial pueda entender la causa de los trabajadores, al final del día cada quien está obligado a cumplir con su deber dentro del sistema, de lo contrario corre el riesgo de ser (fácilmente) reemplazado y perder su sustento.

Mientras el mundo sigue su curso, las corporaciones continúan con sus prácticas habituales (en este caso la mano de obra extranjera más barata y los trabajadores temporales son, obviamente, mejor opción para las ganancias que mantener 277 puestos y pagar indemnizaciones), y los ricos se hacen más ricos, los trabajadores franceses nos demuestran que todavía se puede ir contra corriente y pintarle el dedo a aquellos que se lo merecen. Quizá en Hagamos todo pedazos no hay una victoria en sentido estricto, sí los cimientos de una lucha que todavía no acaba y que podría tornarse aún más importante, además de una lección de empatía en tiempos cuando ese valor es más que necesario.

Por Eric Ortiz (@EricOrtizG)

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