‘Éste es el fin’: El mejor fin del mundo

Todos los involucrados en Éste es el fin (This Is The End, 2013) no son ningunos desconocidos, ni para nosotros, ni entre ellos mismos. Forman parte de un equipo que rebasa los límites de uno de trabajo. Son amigos. Todos ellos constituyen un grupo de actores que se conecta de diferentes formas y ha compartido pantalla en diferentes ocasiones. Varios de ellos bajo el manto de la Apatow Productions, que ha dado obras cinematográficas de renombre como Superbad o Pineapple Express, cintas en donde esas conexiones se exhiben de inmediato, y ejercicios televisivos sumamente valiosos como Freaks & Geeks, en donde todo esto parece haber comenzado. Se trata de una película hecha por y para ese mismo grupo de amigos.

Sus creadores tampoco son primerizos en cada uno de sus oficios. Seth Rogen y Evan Goldberg han trabajado juntos como escritores en numerosas películas. Algunas de ellas muy afortunadas como las mencionadas Superbad o Pineapple Express y otras que pueden prescindir de su filmografía, como Green Hornet o The Watch. Siempre con una constante en todas ellas: cada una aborda un tema específico ya estipulado y lo transforma en una sátira con corazón. Es sencillo notarlo de inmediato; Pineapple Express es a cerca de mafia y persecución, Superbad de adolescentes en preparatoria, Green Hornet sobre superhéroes, The Watch con los vigilantes de la colonia. Son escenarios cinematográficos ya conocidos, pero en manos de Rogen y Goldberg son burlas precisas con valor.

This Is The End gira en torno al maltratado concepto del fin del mundo y comparte el aplauso con The World’s End como culpables de la revaloración del género, una cinta que pondría incómodo a Emmerich y, quizá, su película más afortunada en todo su catálogo.

Nacida a partir de un cortometraje de hace seis años llamado Jay & Seth Versus The Apocalypse, la película es el punto más alto en la satírica carrera de ambos y también la primera en la que dirigen además de escribir. Teniendo como base principal el fin del mundo, Rogen y Goldberg no utilizan las reglas convencionales de su origen y en lugar de reciclar una invasión alienígena, una epidemia zombie o el calentamiento global como causas del final, éste es provocado por la profecía dictada en la Biblia. Es el apocalipsis como se describe, con demonios y fuego brotando de la tierra. Retrasan la mirada al más arcaico concepto del fin del mundo y lo utilizan como punto de partida. Una acertada decisión que alimenta al resto del concepto.

La película comienza con Rogen recibiendo en el aeropuerto a su viejo amigo Jay para reunirse después de una larga temporada de no verse. Y de ahí, ambos acuden al departamento del primero a pasar un rato de drogas y videojuegos, para luego hacer presencia en la fiesta de inauguración de la casa de James Franco, que es tan cool que ponen canciones de Of Montreal. Hasta ahí, la burla de los autores se encuentra presente. Todos usan sus nombres reales y actúan una parodia de ellos mismos que podría –o no– ser hiperbólica. Dentro de la casa de Franco todo es un desfile de personalidades, que van desde Michael Cera, hasta Rihanna, pasando por un sinfín de estrellas de la pantalla que me llevaría más de un párrafo mencionar. Un recorrido por rostros conocidos, pero los que se quedan a estelarizar son Rogen, Franco, Jonah Hill, Danny McBride y Craig Robinson. Todos ellos haciendo una incisiva crítica a las críticas hacia sus personas: Rogen, de su nula actuación; Franco, de su ego superlativo; Hill, de su extrema bondad y demás. Es una película que no escatima en su incomodidad.

Y tampoco lo hace en su precisión para demostrar el conocimiento de ella misma y su entorno. Aquí dentro, además, hay ecos de todas las obras que la preceden. Como si ésta fuera la matriz de todas ellas. Muchas de las tomas sugieren un nostálgico homenaje a la carrera de sus involucrados –por ahí hay un bellísimo disparo que hace alusión a ésta otra bellísima imagen de Freaks & Geeks– y una secuencia de la secuela de Pineapple Express lo reafirma. No sólo se encuentran conjuros de su obra, sino también de otras a las que le tienen cariño; las referencias aquí van desde las claras ya mencionadas hasta Rosemary’s Baby; además de un final musical que revive muertos. Es un festín visual para el espectador cliente de los que conforman la cinta.

Porque se disfruta a plenitud cuando se es un fiel seguidor de su obra antigua. Cada chiste y cada diálogo sin sentido podrían ser inofensivos para el que no la conoce, pero para aquellos que la disfrutamos sin cansancio es la película perfecta para terminar con la humanidad. Para nosotros, los que siempre hemos estado ahí, ver a un demonio con un pito enorme no es sorpresa, sino una rutina cómica de antaño llevada a su más compleja expresión; ver caníbales y personas de mascota no es una ofensa incómoda, sino un chiste sacado de la mente de Louis C.K. representado en una graciosísima puesta en escena. Nada de lo que sucede en pantalla es ajeno al afectuoso, pero para el detractor puede resultar una ridícula exageración.

This Is The End es una película hecha por amigos y para amigos. Al verla más de una vez se entiende la reacción después de su exhibición. Ninguno de ellos trata al espectador como lo que es: un consumidor de su obra que ayuda a su financiación, sino que también lo trata –y maltrata– como a cualquiera de los integrantes de su grupo de amigos.

Los actores que aquí participan son tratados como se trata a un cercano, con su profundidad y su superficialidad. El que recibe ese producto no es otra cosa más que uno extra que se adhiere a ese grupo. Y a la película, como a los amigos, hay que visitarla con frecuencia, que con cada nueva visita divierte y muestra más de lo que hizo la primera vez. No mala compañera para desear que se acabe el mundo al lado de ella.

Por Joan Escutia (@JoanTDO)

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