En el terreno de la criminalidad, una de las estructuras organizacionales más antiguas que existen en la sociedad es la de la mafia, identificada por la ejecución de fraudes, estafas, negocios ilícitos y robos perpetrados com violencia que han sido captados a lo largo de su historia, sin importar su procedencia.
A su vez, los líderes del crimen organizado y sus grupos suelen generar una peculiar fascinación en propios y extraños no únicamente por representar la súbita adquisición de poder, las hazañas realizadas para lograr dicho fin y su metodología para eludir temporalmente el arresto judicial, sino también la inmediatez de las ganancias monetarias adquiridas a través de actividades fuera de la ley judicial, imposibles de obtenerse con facilidad por medio de un empleo modesto.
Si bien con Buenos muchachos (Goodfellas, 1990) Martin Scorsese balancea con maestría la violencia que acompaña la disección de los quehaceres criminales, los excesos que conlleva la agitada actividad, la inevitabilidad de la traición a cambio de salvar a una familia propia y la profundidad que entrevé la fragilidad humana a través del criminal Henry Hill y la razón de su gusto por dicha vida clandestina con sus ventajas y desventajas, El jefe de la mafia: Gotti (Gotti, 2018), del realizador Kevin Connolly, es el antónimo de la ejecución ejemplar.
Centrada en la vida de John Gotti (un sobreactuado John Travolta), afamado gángster italoamericano que fungió como un destacado integrante de la familia Gambino en Nueva York de la cual llegó a convertirse en su líder. El relato, a pesar de contar con una prominente figura del crimen norteamericano como objeto de inspiración, es incapaz de crear interés a causa de múltiples aspectos.
Son evidentes la torpeza narrativa, la dirección de Connolly, la flaqueza del guion, la excesiva lentitud de su ritmo, la incoherencia, las malas actuaciones (miscasting incluido), la ausencia de tensión en el contexto criminal que maneja, personajes unidimensionales, testimonios verídicos descolocados en su premisa y lo difuso que resulta el desarrollo de la trama familiar que acompaña a Gotti, entre ellas la propia incursión a la mafia de John Gotti Jr. (Spencer Lofranco).
Si el culto con que cuenta The Room (2003) y Tommy Wiseau radica en la involuntaria comicidad que elevaba el término So bad, so good! a su máximo punto de expresión con todo y su gran paquete de errores, El jefe de la mafia: Gotti resulta un aburrido desbarajuste de ideas y un reflejo de todo lo que no debe hacerse en el caso de adaptar historias reales sobre la prominencia de los gángsteres.
Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)