¿Cómo le fue a ‘I, Daniel Blake’ en Cannes?

Ken Loach es un verdadero clásico del Festival de Cannes. Ha competido en más de una decena de ocasiones por la Palma de Oro, se la llevó en 2006 con El viento que agita la cebada (The Wind That Shakes the Barley). Así que su nombre es bien conocido por aquellas tierras.

Su nuevo trabajo, I, Daniel Blake, ha sido recibido de manera un poco fría por la prensa. Muchos lo encuentran repetitivo; dedicado a sus temas sí, pero encasillado en lo mismo de siempre porque de nuevo dedica una película a los más afectados por la burocracia del Estado. Veremos si es cierto cuando llegue a nuestro país. Lean a continuación los primeros comentarios.

Carlos F. Heredero, Caimán: Cuadernos de cine: “Nadie discute la necesidad de la denuncia, y tampoco la coherencia moral de unos cineastas comprometidos con el sufrimiento de quienes padecen unos mecanismos que no hacen sino ahondar en la desigualdad y en la miseria de los derrotados y de los marginados por un sistema depredador al que parecen plegarse dócilmente tantos y tantos gobiernos europeos, empezando por el británico y siguiendo por el español, sin ir más lejos. Pero los métodos de Loach y Laverty no se caracterizan precisamente ni por su sutileza ni por su rigor.”

Bénédicte Prot, Cineuropa: “Ver a todos estos seres valientes, generosos, graciosos, llenos de vida, seres humanos en definitiva, sometidos a situaciones que les hacen sentirse insignificantes es una experiencia insoportable que conmueve profundamente el alma.”

Mónica Delgado, Desistfilm: “…comprobamos que Loach se mantiene en la terquedad de un cine repetitivo, de fórmula, que busca machacar el vía crucis obrero como si ese fuera el gran acto heroico que da un valor per se al hecho de hacer cine.”

Carlos Boyero, El País: “Loach no ofrece respiro ni a los desgraciados protagonistas ni al aterrado espectador. Todo lo que nos muestra desprende verdad, rabia, indignación, negación de eso tan prestigioso como inexistente llamada justicia social. Y lo hace sin recurrir al maniqueísmo, ateniéndose a la realidad.”

Luis Martínez, El Mundo: “El problema es que con el tiempo y con la edad, el siempre admirable responsable de Lloviendo piedras ha acabado por adelgazar tanto su discurso, hacerlo tan explícito, que, por momentos, acaba en autoparódico. Así de triste y doloroso. El empeño por subrayar cada una de las maldades del sistema sin permitir espacio alguno al espectador acaba por hacer de cada secuencia, una proclama; de cada plano, un acto de fe.”

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