Ambulante | Negra: Medhin Tewolde Serrano, arqueologista

Trece años después, Ifemelu sintió unas ganas irrefrenables de regresar a Nigeria. Un “sentimiento de insularidad”, la certeza de no pertenecer y la pregunta por ese algo, aún con todo el éxito profesional alcanzado, que le hacía falta y alguien se lo había robado. De un día a otro, como al emigrar, Ifemelu decide que es momento de volver. Con esta escena, la del regreso, es que comienza Americanah, ingente y polifónica novela de Chimamanda Angozi Adichie. Entre sus páginas hay un talento desmedido, una literatura política: la vigencia del racismo. Otra escena enmarca la decisión de Ifemelu en comenzar un blog: por su cabello, nota su color. Anclada en New Jersey percibe cómo en sus rizos está su tradición y los motivos para verla y señalarla. Comienza a odiar su apariencia. El detonante es saberse negra y por un instante odiarlo. Su escritura estalla en una reflexión alrededor de sus raíces y un trenzado. Odiándose, va a hacerse trenzas a una estética. Sollozante y devastada cuenta sus memorias. Es a partir de esa exploración que su consciencia racial se despierta: es negra hasta que alguien se lo hace notar. Americanah es una arqueología racial y literaria.

A través de la historia de cinco mujeres, incluida ella misma, Medhin Tewolde Serrano explora en Negra (2020) ese sentimiento de insularidad, ese golpe de una realidad desconocida y que, paulatinamente, se tornará no sólo indeseable sino injustificada: la consciencia de saberse negra. El momento inaugural y traumático es también una mirada y un señalamiento. En la escena inicial, una joven nada. Convive con otras niñas y niños que también nadaron o están por hacerlo. Recuperación de archivo de Tewolde. Ella es esa nadadora. Y ahí, en primera voz y en off. Estaba en el parque. Unos niños jugaban con un balón. Lo habían aventado. Vi el balón y escuché la voz “Negra, pásame el balón”. Esta voz, también archivada, a los siete años, generará primero la duda sobre a quién le hablaban y después la certeza de que era a ella y eso, su color, su negritud, era malo. Al señarla por su color, la oprimían. El racismo, reflexiona también Tewolde, como lo hará Ifemelu en su blog, no es personal, es estructural. Procedimiento arqueológico reformulado: rastrear no el origen del racismo en México sino el inicio de la consciencia racial, el testimonio en primera persona. Lo más profundo, escribió Valery, está en la piel.

La Negrada (2018), de Jorge Pérez Solano, ha permitido también una reflexión en torno a lo que se lleva en la piel. No es que haya minorías vulnerables, es que son vulnerabilizadas. Pérez Solano muestra esos otros rostros que no vemos, esa población que habita el mismo territorio y que por momentos se desconocen, ellos y ellas mismas, como “negros/negras”. Una de las cinco mujeres en Negra, entre sus múltiples ocupaciones, está la de vender comida. En su venta decide interpelar a uno de sus clientes preguntándole dónde, ahí en Guerrero, se encuentran “los negros”. No, aquí no hay negros, dice el hombre, los negros están más allá. Apuntando con el dedo, sacudiéndose el miedo con la cabeza como si tener cerca a gente negra fuese una plaga o un peligro. No hace falta más. El racismo está visto en primer plano.

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La complejidad sobre el racismo es aún mayor siendo mujer, sabiéndose mujer. Angela Davis lo puso en discusión en su libro Mujeres, raza y clase (1981). La trinidad por la que se les oprime: por sexo, color y posición económica. Así, Tewolde Serrano acentúa que el racismo es preciso pensarlo desde la interseccionalidad y alteridad de un modo ejemplar. Como la cátedra que tiene a su cargo Davis, Negra es también una historia de la consciencia. Tewolde se da cuenta de su negritud a los siete años. Otra se entera de su color a los quince cuando de la mano del que iba a ser su primer novio la madre de éste la desprecia por “prieta”. La más joven de las cinco, por el afro de su cabello. Una poeta y profesora de danza se entera de su color al pasar una temporada en Suiza. Otra, también documentalista, escarba en su genealogía para atesorar su ascendencia negra no sin antes ver cierta imposibilidad en reconocerse indígena. Lo dicho: la arqueología de la mirada de Tewolde muestra el primer momento de una experiencia racista. No sólo articula las voces sino también el dolor y el trabajo por la autoaceptación y la reconciliación racial. Por extensión, Negra es un afán de sanación. La poeta, baila. La más joven, dibuja. Otra realiza una llamada a aquel que fuere su novio y la otra documentalista toma su cámara. Tewolde Serrano, por su parte, hace también una terapéutica: la silla vacía para conjurar sus odios y poder dejarlos en paz. En la canción/poema de Victoria Santa Cruz Me gritaron negra hay una reiteración de la experiencia racista que pronto se convierte en motivo de lucha: negra, y qué lindo suena/ negra, y qué ritmo tiene. No ya arqueóloga sino arqueologista, Tewolde hace de los hallazgos redención y combate.

Flores de Jamaica es una comunidad de gente negra en México que impulsa esa lucha “re-existiendo, creando estrategias de emancipación y conciencia negra”. Vasos comunicantes. El problema con los estereotipos no es que sean falsos, escribió Ngozi Adichie y cita Tewolde Serrano, es que son incompletos. África no es un país, es un continente; por ejemplo. Medhin es de Ciudad Victoria, su mamá es originaria de Texcoco y su papá, emigrante en Estados Unidos y después asentado en México, nació en Eritrea. Medhin ahora radica en San Cristóbal de las Casas. Las huellas que sigue son también nómadas: Guerrero, Oaxaca y Chiapas. La edición de Nicolás Defossé mapea no el suelo sino las voces de cada una de ellas. La cámara de Juan Antonio Méndez Rodríguez acrecienta los surcos, los gritos, la liberación. En el dibujo de una de ellas, en el baile y la rumba de otra: “hacer de tu erotismo, poder”. Haciendo cine, unas. Haciendo poesía, otras. “Hay mujeres que nunca alcanzan la victoria, pero tampoco abandonan la lucha.”

Por JJ Flores Hernández (@JJFloresHdz)
Nuevo San Juan, San Juan del Río, Querétaro,
nueve de mayo de dos mil veinte.

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