Croissants desde Cannes 2023 – Día 3

Habiendo pasado la primera mitad del Festival Internacional de Cine de Cannes, los comentarios entre la prensa internacional sobre las películas de cineastas de renombre han sido mayoritariamente positivos; pero los trabajos de cineastas nuevos o nombres menos conocidos, si no han sido ignorados, han sido recibidas sin entusiasmo y gran escepticismo. Fuera del festival, se ha respirado cierta tensión entre la cantidad de gente y la fortísima presencia policial, por lo que eventos violentos no se han hecho esperar.

Hace unos días se viralizó en redes un enfrentamiento entre el director artístico del Festival, Thierry Fremaux y un policía local que la prensa rápidamente trató de justificar; al final de una proyección de The Zone of Interest, hubo una pelea a puños entre asistentes; y ni hablar de los codazos y grescas físicas que se dieron con la presencia del equipo de Killers of the Flower Moon en el área de prensa.

Afortunadamente, el ritmo vertiginoso y casi caótico de lo que sucede fuera de las salas de proyección no llega más lejos que lo que algunas películas presentes en el Festival logran.

Ahora, aquí está el pan:

The Zone of Interest
Dir. Jonathan Glazer
Competencia Oficial

Cualquier aproximación artística al Holocausto debe ser cautelosa y responsable, aún si la mayoría de ellas son tremendamente obscenas tanto en su planteamiento narrativo como en su acercamiento cinematográfico. Desde que Alain Resnais filmó Nuit et Brouillard en 1959, se abrieron posibilidades que podían sostener un discurso a nivel político y narrativo de gran rigor que no evade una responsabilidad ética respecto al sufrimiento ajeno. Han sido pocas las obras que se acercan con dicho balance a un tema, aún a la fecha, doloroso y sensible. En décadas recientes hemos presenciado debates sobre un sentido de irresponsabilidad grotesca que van desde Jacques Rivette y Kapó (1960), pasando por Steven Spielberg y La lista de Schindler (1993) hasta la reciente El hijo de Saúl (2015), del húngaro Laszlo Nemes, quien desapareció del panorama cinematográfico mundial después de sólo dos películas. The Zone of Interest, del cineasta británico Jonathan Glazer –su regreso después de una ausencia de diez años con Under the Skin (2013)– toma como plataforma la novela homónima de Martin Amis para presentar el cotidiano de la familia del comandante nazi Rudolf Hoss, la cual vive comodamente al lado de un campo de concentración.

A diferencia de el grueso de películas sobre el tema, que se decantan por una gramática cinematográfica convencional o por cierta noción de “realismo” con el plano secuencia, Glazer fragmenta las escenas y toma una distancia similar a la de una cámara de vigilancia, que en su oquedad y aparente “intrascendencia” evocan el mismo sentido de cotidiano con un aura profundamente perturbadora que acontece en Jeanne Dielman, 23 Quai des Commerces, 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, 1975), película que acaba de ser ungida como la mejor de todos los tiempos en la lista de Sight & Sound, y la gélida distancia de los trabajos del británico Alan Clarke (Elephant, 1989).

Glazer no está trayendo absolutamente nada nuevo a la representación del Holocausto, sino expandiendo un gesto de radicalidad a través del uso de acciones fuera de cuadro, una secuencia de una niña en un río filmada en negativo fotográfico y una distensión del tiempo cinematográfico tienen como objetivo subrayar esa sobada frase de la “banalidad del mal”. Cabría diferenciar que, más allá de una decisión deliberada de ser “malo”, Glazer, en los pocos acercamientos que hace a los personajes, busca expresiones que denotan duda, incertidumbre y miedo. Glazer no está interesado en juzgar a sus personajes, después de todo, eso ya lo hizo la historia, sino en ahondar una experiencia que despierte horror a través de la sugestión del sonido y la composición musical –un extraordinario trabajo de Mica Levi– llena de gritos deformados, sintetizadores y ominosos órganos. Todo el horror se construye únicamente en nuestra cabeza, la zona de interés en la que Glazer, como los nazis, hace plácidamente su día de campo.

Creatura
Dir. Elena Martín
Quincena de los Realizadores

Las reflexiones y representaciones del cuerpo femenino y su sexualidad han tenido un auge sin precedentes en el último lustro, tomando como precedentes proyectos con la ferocidad de Dans ma peau (2002), de Marina de Van, y hasta la vanagloriada Titane (2021), de Julia Ducornau. Existe una ruta relativamente sencilla para estar presente en la programación de un festival como Cannes, utilizando las múltiples ramificaciones que este tema puede tener, recurso tan válido como cualquier otro para ganar visibilidad, sin duda, pero que en cuestiones de valor cinematográfico termina por guardar demasiadas similitudes con otros trabajos y ante la falta de elementos puramente distintivos, queda tristemente relegado a la indiferencia. Creatura, la segunda película de la actriz y cineasta Elena Martín –quien también protagoniza–, se centra en la historia de Mila, quien después de mudarse a una nueva residencia en el bosque con su pareja, se da cuenta de que su pérdida de deseo se encuentra en sí misma. A partir de ahí, empieza un viaje en el que revisita experiencias de su infancia y adolescencia con la esperanza de reconciliarse con su propio cuerpo.

La película de Martín no toma de inicio una ruta fantástica o fuera de la realidad, como otras de temática similar, sino que se queda anclada en un sentido de realidad más concreto: la manifestación de la ansiedad que la protagonista genera con su propia sexualidad se manifiesta principalmente en urticaria. Enfocándose en dos períodos específicos (la adolescencia y la edad adulta), Creatura tiene un desarrollo más bien convencional que no deja de tener interés pero que carece de identidad propia en un entorno cada vez más homogeneizado de contenido audiovisual. No es una cuestión del tema, sino de su forma, espacio en el que muchos cineastas se repliegan a la seguridad de la tradición, algo contradictorio para una película que aboga por la liberación.

May December
Dir. Todd Haynes
Competencia Oficial

Muchos desconocen que Todd Haynes estudió semiología como parte de sus estudios universitarios. Eso podría orientarnos a pensar que es un cineasta que imbuye “significados” y simbolismo a sus imágenes y, aunque eso es parcialmente cierto, no es la forma principal en la que dicho conocimiento se manifiesta en sus películas. Haynes no actúa como un diseccionador más que como un fiel replicante, que está mucho más allá de la artificialidad del mero homenaje. Obras como Velvet Goldmine (1998), Far from Heaven (2002) y Carol (2015) dan cuenta de que Haynes se ciñe con diligencia e ingenio a códigos visuales bien distintivos, sin necesidad de “subvertirlos” ni “reinventarlos”, sino simplemente de expandirlos. Esto sucede con May December, su largometraje más reciente en la que una actriz (Natalie Portman) viaja a Maine para estudiar la vida de una mujer de la vida real (Julianne Moore) a la que interpretará en una película. La mujer en cuestión se hizo famosa por sostener una relación con un adolescente de trece años.

Siguiendo la estructura y pautas de un teledrama de Hallmark, Haynes se apoya principalmente en el trabajo de sus dos actrices así como el extraordinario uso de una pieza musical de Michel Legrand, perteneciente a la película The Go Between (Joseph Losey, 1971) para crear una película que no es una parodia ni una reivindicación del teledrama, pero que aprovecha su estructura y su proclividad al humor involuntario como amortiguadores de rincones realmente mórbidos y oscuros del deseo, de lo que nos atrae a ciertas historias y la forma en las que las consumimos.

Haynes hace escarnio del método actoral que busca aproximarse al “realismo absoluto” –y quizá también al cine que tiene la misma pretensión–, que en sus esfuerzos terminan por ser más artificiales que la realidad misma. May December se mueve en una filosa ironía que no teme al ridículo porque sabe que eso le permitirá llegar más profundo en su exploración de lo caprichoso que es el deseo, un tema que ya revoloteaba tanto en Far from Heaven como Carol. Natalie Portman ha sido acusada de ser una actriz “acartonada” en sus peores momentos, cualidad que Haynes explota en un estupendo soliloquio que demuestra, precisamente, que las deficiencias no se combaten poniéndoles resistencia, sino ahogándose en ellas.

Por otro lado, Julianne Moore, en su quinta colaboración con Haynes, aborda la ambigüedad de su personaje con una estridencia que parece estar del lado opuesto de su modesta Carol en Safe (1995), pero con la que comparte cierta indiferencia y crueldad ante las personas que le rodean. Moore, cuyo personaje tiene una apraxia que acentúa la involuntaria comicidad de sus intervenciones, se regodea en las cualidades camp del personaje sin dejar de lado el “realismo” que debe imprimir para que la actriz encarnada por Portman la pueda interpretar. Quizás si Ingmar Bergman hubiese sido menos solemne, en algún punto de su carrera habría filmado una película como May December, con toda su pomposidad, dramatismo y vampirismo histriónico.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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