Ayer maravilla fui, cuerpos y esencias

“A veces me pongo triste, por cosas pequeñas, tan insignificantes” le susurra Luisa a Ana en Ayer maravilla fui (2017), un metafórico relato sobre el amor, el sentir, la identidad y los detalles que nos hacen uno mismo.

Ana es un “ente” que muta y es interpretado a lo largo de la película por Rubén Cristiany, Sonia Franco y Hoze Meléndez. En esta historia fuera de lo convencional, Gabriel Mariño mezcla la fantasía sin alejarse de la realidad para crear una fábula que cuestiona el concepto que tenemos de amor: si la persona que amamos cambia de forma, cuerpo, sexo, belleza, edad, ¿sobreviviría nuestra relación? ¿Qué nos haría a nosotros?

Estas preguntas intentan responderse mediante el desarrollo de los personajes, quienes deambulan entre las sombras y luces de la Ciudad de México. Mariño indaga en la idea de nuestra identidad como aquello que nos hace ser amados, el deseo por nuestra esencia y no por el físico. Un graffiti aparece a cuadro con la leyenda “CDMX está muerta, DF por siempre”, una imagen que remarca la idea de que aun con otro nombre, otro cuerpo, lo que nos constituye no puede desaparecer.

Las imágenes monocromáticas del fotógrafo Iván Hernández aprovechan el aura del Centro Histórico, miran los charcos en la acera, las pequeñas estéticas, los mercados, los paseos nocturnos y la triste lluvia: gotas frías, amorfas y fugaces caen sobre la lente, dispersándose al olvido.

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Hay un espíritu de cine independiente (inspirado en Robert Bresson) durante toda la película; el guión nació de una idea cercana a las 15 cuartillas inspirada en La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956) que evolucionó conforme avanzó el rodaje. Es interesante cómo Mariño maneja los pocos elementos con los que cuenta para que la improvisación y el bajo presupuesto se transformen en una atmósfera sensorial entre la melancolía y el deseo.

Hay una mezcla de inspiraciones en la película, como podemos apreciar una bella secuencia del editor Pedro G. García aplica el montaje “bressoniano” que juega con las manos del protagonista a lo largo del tiempo. Además, Gabriel Mariño usa como leitmotiv una melodía de Schubert, utilizada en Al azar, Baltasar (Au hasard Balthazar, 1966), que pierde fuerza conforme se repite a lo largo del relato. La intención de estos homenajes se confirma en una dedicatoria post créditos al autor de El carterista (Pickpocket, 1959).

Entre todos los aciertos, algunos diálogos en la película dan la sensación de estar fuera de lugar y ciertas secuencias pecan de preciosismo. La ciudad se ve bella en la lente, pero sus elementos visuales no aportan siempre a la historia. Ayer maravilla fui, aun con sus errores, es uno entre los mejores trabajos del cine nacional contemporáneo.

Por Alex Guax (@Alex_Guax)

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