La máxima ganadora de la más reciente edición de los Premios Goya, es el resultado de la afortunada colaboración del director, Rodrigo Sorogoyen, e Isabela Peña, su guionista de cabecera. Sorogoyen de formación televisiva debutó en la gran pantalla en 2008 y ha dirigido 8 cintas. Isabela Peña ha coescrito 4 y varias series de televisión con él. Esta meritoria y exitosa colaboración trasluce en As Bestas (2022), un thriller rural a la sombra de la violencia corporativista y xenofóbica. Una pareja francesa madura, Antoine (Denis Ménochet) y Olga (Marina Foïs), se mudan a Galicia en busca de un nuevo comienzo, pero se ven confrontados por un par de locales, los hermanos Xan (Luis Zahera) y Loren (Diego Anido), que en clara desventaja frente sus nuevos vecinos ven frustrado un trato colectivo del pueblo con una compañía eólica.
El título de la cinta hace referencia a una tradición local llamada «A rapa das bestas», en la que los hombres luchan con caballos salvajes, sometiéndolos para cortarles las crines antes de liberarlos. La película basada en una historia real (en 2015 una pareja holandesa tiene un altercado en Galicia con los locales) se apresura a plantear una relación entre las formas de habitar que se pueden considerar “bestiales” y “civiles”, en una secuencia inicial que hace alarde de fuerza bruta con la música inquietante de Oliver Arson para marcar el tono general de la cinta: los hermanos tienen como recurso cotidiano la violencia, en el dominio de peleando con las manos. Esa fuerza fibrosa con encuadre limitado, con cuerpos de caballos y hombres fragmentados a cámara lenta provocan una tensión marcada de que en la batalla animal algo salga mal, como efectivamente le sucede Loren al perder contra el caballo.
La confrontación es primordialmente territorial: los hermanos locales y los extranjeros juegan al tira y afloja (un juego peligroso de verbos en una búsqueda desesperada por la comprensión entre gente que habla idiomas distintos) por el derecho de decidir respecto de la comunidad. No podría tratarse de un cotejo animal porque la actitud bestial de los hermanos y civil de la pareja está explicada a través de las circunstancias de unos y otros. Los unos educados, viajados y pudientes, frente a los ignorantes y miserables.
A fin de cuentas una serie de imágenes preconcebidas que impiden la comunicación, o que la vuelven extremadamente elocuente a pesar de encontrarse con oídos sordos. Donde el par de hermanos ven poco menos de una conquista (recuerdan con orgullo el intento fallido de Napoleón por tomar España), la pareja sólo aspira al libre tránsito que su capital les asegura, con intenciones de la mejora de la comunidad pese al evidente rechazo de los “atrasados” locales. Es significativo que las ocasiones de diálogo real se reserven para los entornos cerrados, mientras que afuera todo es violencia: el límite civil se respeta en la casa de Antoine, donde marcan el territorio exterior con una mirada y en el interior del automóvil en otro momento de enfrentamiento, en la casa de los hermanos de donde Antoine es sacado por la madre de éstos. Hay límites que no se está dispuesto a cruzar.
La bonhomía ingenua de Antoine lo lleva a la boca del lobo, en los páramos de Galicia, tan tentadores para los verdaderos conquistadores: transnacionales que convierten cualquier sitio en periferia. Cómo Quijote del siglo XXI, se para frente a monstruosas turbinas eólicas para pelear una batalla perdida. La pregunta al menos durante la primera mitad de la película es: ¿por qué un conflicto del hombre pequeño frente a la gran corporación se resuelve con sangre entre personas que apenas pueden comunicarse mediante una lengua franca? La respuesta está en la escritura tumultuosa de la cinta, que hábilmente añade una variedad importante de ingredientes a una receta para el desastre y que se da el lujo de hacer del último tercio de la cinta un platillo completamente distinto, el desamparo de las figuras femeninas, ellas están lejos de la brutalidad, pero sufren e intentan resolver sus consecuencias.
Durante ésta última porción, ya con el muertito tirado por ahí, se sugiere una idea interesante de traslado de la tragedia al entorno femenino, la subalternidad de la subalternidad y el eterno viacrucis de aquellas personas que ni siquiera le tocaron el pie a la vaca muerta. Algún tipo de orden merecen las confrontaciones que terminan con muertos y para el caso de As Bestas, la resolución del crimen no se logra mediante la civilidad con la mediación del inútil Estado. En lugar de eso, se esperanza al espectador con la posible resolución del crimen con la ayuda de las imágenes de video que Antoine recolecta durante la película, para evidenciar el acoso de los vecinos pero también para registrar la llana vida cotidiana a la que con tanto amor se aferró hasta al final. Lo que el video le da a Antoine es la seguridad de contar con la prueba de sus agravios, cosa que Olga detesta pero que finalmente le sirve para apaciguar sus ansias de recuerdos felices.
La ambigüedad del final delata lo ambicioso de la historia y la solución anti catártica no deja un mal sabor de boca porque ofrece una calma incómoda. Perversamente juguetona, la película ensancha el drama local y pide del espectador una empatía singular, la que se podría pedir de un observador en la sabana: querer al león aunque éste se coma la cebra, al menos, comprender por qué pasa esto.
Por Rafael M. García (@_rffa_ & @RafRafael98)