Envueltos en el fin de semana del Oscar y toda su parafernalia, la muerte del gran Alain Resnais no generó el impacto que alguien de su altura merecía. Tenía 91 años de edad y en sus películas no se notaba cansancio alguno, al contrario, su deseo por seguir jugando con el medio cinematográfico permanecía intacto. A manera de homenaje póstumo, les recomendamos cinco películas para entrarle a su filmografía o para conocerla.
Hiroshima, mon amour (1959)
Entrelazando pasado y presente, Resnais facturó uno de los trabajos seminales de la Nouvelle Vague. La historia va sobre una actriz francesa (Emmanuelle Riva) en la Hiroshima de la post-guerra, donde se enamora de un arquitecto japonés (Eiji Okada) e inician un romance. Con el fantasma de la Segunda Guerra Mundial en el aire, consumiéndolos y evitando que cierren las heridas. Aun hoy, el montaje de Hiroshima, mi amor se siente fresco y vibrante, envolviendo al espectador en el trágico relato de sus protagonistas. Otorgando el espacio suficiente para comprender quienes fueron y quienes son, temática a la que regresó posteriormente. Un trabajo emocionalmente devastador del maestro Resnais.
L’annee derniere a Marienbad (1961)
Un paradigma que logró capturar la “modernidad” de manera perpetua, elegante, sobria y desconcertante. El juego cinematográfico de Resnais apenas comenzaba con este seminal filme, escrito por otro gran cineasta de rompecabezas visuales, Alain Robbe Grillet, después de haber sentado su lugar con aplomo después de la belleza formal de Hiroshima, mon amour. Una pareja conformada por “A” (la arrebatadora Delphine Seyrig) y “X” (Giorgio Albertazzi) se encuentra en permanente flujo entre pasado y presente, tratando de recordar eventos que quizá no sucedieron y elegir permanecer juntos por la fortuita casualidad de un recuerdo o de permanecer con el imponente “M” (el gran actor suizo Sacha Pitöeff). Construida en espacios de flemática opulencia, de composiciones tan angulares que parecen punzocortantes del maestro Sacha Vierny y musicalizada anacrónicamente a base de sonidos electrónicos por Francis Seyrig, L’annee derniere a Marienbad se convirtió rápidamente en el enigma más popular en la historia del cine. Ya sea con profunda seriedad o como una sofisticada broma, Resnais ya nos tomaba, con gracia, por inocentes.
Providence (1977)
Las historias ofrecen siempre la oportunidad de redimirnos, alterar nuestra realidad para que, cuando menos, en nuestra mente exista la noción de justicia, además de brindarnos una alternativa a ella, lo cual nos permite atribuirle la etiqueta de “ficción”. Resnais, después de habernos introducido a nuevas posibilidades del medio durante los 60, se acercó al mundo de la creación literaria y sus mundos narrativos como en La vie est un Roman (1983) con la bellísima Fanny Ardant o en Mon oncle d’Amerique (1980) con Gerard Depardieu, pero esta reflexión es realmente lúcida en Providence, filme en el que el legendario histrión Sir John Gielgud interpreta a Cluve Langham, un escritor anciano y enfermo que prepara una historia basada en sus familiares, a los que presenta con desdén y recalcitrante desprecio en flashbacks, pero la duda se cierne sobre lo que vemos en el presente. Una familia fílmica de colosal calibre que incluye a Dirk Bogarde, Ellen Burstyn, Elaine Stritch y David Warner.
Cœurs (2006)
Convencional comparado con sus películas más conocidas, Cœurs –titulada en México, Asuntos privados en lugares públicos– cuenta de manera casi episódica el destino de varios personajes incapaces de mantener una relación sentimental y que el azar termina uniendo. Maestro del montaje y en total control de su obra, la sutil mano de Resnais logra plasmar el estado interior de sus personajes en el ambiente que los rodea, logrando ser divertido, melancólico y cálido al mismo tiempo. Una cinta sobre la imposibilidad de encontrar la infelicidad donde el director continuaba jugando con los límites, empujando las barreras o ideas preconcebidas de su propia obra.
Vous n’avez vu rien encore (2012)
El teatro y la reflexión en torno al mismo siempre ofreció al maestro galo la oportunidad de presentar filmes que establecieran un sólido puente dialéctico entre las tablas y el celuloide. El aire distante y aristocrático del teatro se conjuga con las posibilidades formales del medio cinematográfico en el penúltimo filme de Resnais, que cae en terrenos similares a experimentos brillantes como Mon Cas de Manoel de Oliveira. En este filme, la muerte del celebrado dramaturgo Antoine d’Anthac es buen pretexto para reunir a todos los actores que alguna vez aparecieron en su obra Eurídice. Como parte de un enigmático ejercicio en el juego del metalenguaje, los actores, que incluyen a enormes talentos como Mathieu Almaric, Sabine Azima, Michel Piccoli y Lambert Wilson, ven a un grupo de actores jóvenes recitar el texto y dejan de ser espectadores pasivos para revivirlo, grabado en su memoria les permite interactuar entre ellos, ya no como “actores” sino como “personajes”. Resnais presenta las reglas de su elegante juego, para después, con el ímpetu de un niño pequeño, destrozarlas con una pícara sonrisa que aumenta al ver nuestra perplejidad.
Por JJ Negrete (@jjnegretec) y Rafael Paz (@pazespa)