‘A la *&$%! con los zombies’ y el vacío que entretiene

Cuando en 1968 se proyectó La noche de los muertos vivientes, la cultura pop cambió de paradigma con respecto a los zombies. Terror en piernas lentas y carne en descomposición emergieron como subgénero poderoso. Desde los sesenta hasta finales del siglo XX, los zombies fueron una de las principales vías para articular críticas de carácter social y político a través del velo del trhiller y el terror.

Scouts Guide to the Zombie Apocalypse es una comedia que recurre a gags y chistes ochenteros desarrollados por tres scouts adolescentes. Las fórmulas no cambian demasiado: Ben (Tye Sheridan), el más sensato, educado y bien portado de los tres; Carter (Logan Miller) ligador precoz y fuga sexual del filme; y Augie (Joey Morgan), el relegado de los relegados por su obesidad y ñoñez de explorador. Como su título en inglés lo indica, la película de Landon busca redimir a la adolescencia excluida; la transición de eternos perdedores a salvadores de su minúscula comunidad. Un último elemento se une a la trinidad de la pubertad: Denise (Sarah Dumont), la mesera de shorts ultra cortos que atiende mesas en un club nocturno.  

La desaparición del eterno líder de los scouts (ochentero también) la misma noche de un campamento y una fiesta secreta que promete ser legendaria, desencadena el hilo narrativo; un venado ha mordido a Rogers y ha esparcido una epidemia. Las necesitadas manos de Carter de glándulas femeninas obligan al pulcro Ben a abandonar a Augie en el campamento para ir a la fiesta de octavo grado; su llegada a la segunda naturaleza les hace ver que el pueblo está lleno de zombies con fuerza sobrehumana y rapidez a pesar de su cuerpo en descomposición.

La película de Landon se narra a través de sketches que se sostienen por una línea argumental simple, como sus personajes. Hijos de la posmodernidad, lo inmediato y la interacción virtual, los exploradores recurren a los lugares comunes de lo cotidiano. Selfies despreocupadas en medio del caos, la búsqueda de cualquier cuerpo femenino para satisfacer su morbo y el amor inalcanzable que se sustenta en la belleza visual. Una mezcla de Zombieland (Ruben Fleisher, 2009), Proyecto X (Nima Nourizadeh, 2012) y Wolfcop (Lowell Dean, 2014) con pocos momentos memorables: el adiestramiento de una bestia caníbal con líricas de Britney Spears, un par de senos zombies enormes y un pene salvador en putrefacción. El resto, sin embargo, deja de ser transgresor y cínico, para convertirse en la siempre apología del discurso estadounidense: un militar negro hipertronado que salva a los necesitados, el beso de Ben con la chica inalcanzable que nada hace en la película, sólo ser bonita y los tanques y jeeps militares llenando la secuencia epilogar. Si la apuesta está en la adolescencia, es una apuesta al vacío.

Por Icnitl Y García (@Mariodelacerna)

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