La sordidez de la “vida real” rara vez representa una oportunidad para lucir composiciones elegantes, cuidadas y de aguda precisión, como si el pensamiento fílmico estuviera en perpetua querella con su objeto de representación. La cineasta británica Andrea Arnold, que en 2005 se hiciera acreedora a uno de los cotizados pelones de oro por su excepcional corto WASP (2005), ha labrado una notable carrera trabajando desde la clase urbana de extracción media baja de los barrios más sucios y peligrosos de Londres.
En su ópera prima Red Road (2006) se hace una fortísima disección de la inserción de la virilidad en ámbitos profundamente femeninos, esto a través del personaje de Jackie (brillante Kate Dickie), que trabaja como operadora de cámaras de circuito cerrado en el distrito obrero de Red Road State, en una áridamente fría Glasgow, cuando encuentra en sus granulados monitores el rostro de un hombre que pensó nunca tendría la oportunidad de confrontar, a raíz de presenciar un furtivo encuentro sexual en un callejón (probablemente de un cine porno)
Una revisión, creada bajo la laxa rigidez de los principios del movimiento fílmico Dogma, de la mitología vouyerista antes manejada por enormes cineastas como Alfred Hitchcock en Rear Window (1954) o Michael Haneke en 71 fragmente einer chronologie des zufalls (1994), el filme de Arnold tiene una ferocidad sensible que está a la búsqueda permanente de respuestas en medio de un oscuro enigma. Los personajes son definidos por la anécdota, se conocen a sí mismos a medida que nosotros también lo vamos haciendo. Tanto personajes como espectadores especulan sobre una imagen vaga, pixelada y fría que devuelve los retazos de una realidad fragmentada. El cosmos local generado en Red Road es crudo, sucio y vulgar, pero nunca tremendista, de bordes tan agudos y definidos que llegan a ser punzocortantes.
El mundo fílmico carece de voces femeninas con el vigor de la de Andrea Arnold, tan distintivamente femenina y audaz como Jane Campion o Claire Denis, que derrumben estereotipos de género con desgarradora gracia. El debut de Arnold, después de una saludable cosecha de cortometrajes, cuenta con una estructura sólida, trabajo histriónico orgánico y un brillante sentido de la composición y manejo de los espacios. Un camino rojo que, de tan bello e hipnótico, resulta profundamente peligroso.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)
