‘Hipócrates’, método médico-fílmico

El  rito iniciático permea todas las esferas de la condición humana. La primera vez que cazas un mamut, tu primer beso, la primera resaca, el primer campeonato, la primera ruptura, el primer brazo roto, el primer desempleo, el primer libro perdido. Hipócrates, el valor de una promesa (Thomas Lilti, 2014, -nos saltaremos la referencia obvia y rescataremos su método médico en el que un cuerpo tiene la capacidad inherente de sanarse) es la segunda película del director-guionista-médico francés. Una ficción que bebe del documental es protagonizada por Benjamin Boris (un nada primerizo Vincent Lacoste), que tiene su rito de iniciación como internista en un hospital público francés.

En la toma que abre el filme (Semana de la Crítica de Cannes 2014 y ganador del Festival D’Angoulême 2015), la cámara al hombro sigue por detrás a un joven y confiado médico caminando por  pasillos-laberinto que desembocan en la estancia de un hospital. En su primer día, la agobiante praxis lo arrolla: seis meses que comienzan con el cuidado de 18 pacientes. No tarda en llegar la primera culpa: un paciente imposible de diagnosticar a falta de instrumental médico servible (nada que un paracetamol de cualidades divinas del IMSS no pueda curar) muere; cuando se entera, Lilti nos saca del rostro de Boris para ver su cuerpo completo, endeble y solitario. La muerte siempre oscurece; para ello, los blancos brillantes del hospital son sustituidos por los grises y opacos cielos de la ciudad. El dilema al que se enfrentará no será propiamente sentirse culpable de la muerte del vagabuno insalvable, sino la manera en la que los médicos y el director del hospital (que también es su padre) encubren los errores  de la falta (o fuga) presupuestal.

Acostumbrados a tomas tan cercanas, no nos vamos percatando de que la película no tiene un solo foco; un médico argelino, de edad madura, comienza a entrar sutilmente en la narración para escindir la fresez y protección de Boris hijo. Abdel (Reda Kate, ganador del premio César 2015 por actor reparto), un médico-zurdo-extranjero que necesita el trabajo para mantener a su esposa e hija, cuestiona con sus actos la despreocupación y poca empatía del primerizo y la propia institución. El filme critica, por momentos expresamente y por momentos de forma velada (Manu Chao en la banda sonora), el sistema de salud de Francia desde el lugar, como espacio laboral, y desde la burocracia. Los tipos de “pantalón largo” dueños de los hospitales, equipos de fútbol y escuelas, se preocupan más por la administración que por los contenidos de sus negocios; de tal forma que el director del hospital no es médico, sino corporativo y quien no tiene legitimidad presidencial es abogado.

Benjamin y Abdel, aparentes antítesis, crean una tensión que se diluye con liberación de una gimnasta de 80 años renuente a ser resucitada en caso de ser necesario. La acción, cuyo peso descansa en un criterio ético y empático, es uno de los cuestionamientos que Lilt expone en el filme: la eutanasia, la muerte, el dilema entre la acción consciente o la resignación institucional, la indiferencia, el error, la precariedad, la corrupción y el aprendizaje. De discusión más reciente y expuesta desde diversos ámbitos (Mar adentro, Alejando Amenábar, 2004; Max Charlesworth, 1993), la eutanasia es un acto que causa tensión desde la Grecia antigua (Aristóteles, Ética nicomaquea). Su defensa se aborda desde distintos argumentos: jurídicos, ontológicos, sociales, políticos o bioéticos. ¿Cuándo se deja de ser individuo? ¿En qué momento el humano se define como un conjunto de funciones cerebrales? ¿Por qué la vida, por la vida misma, es incuestionable?

Con un montaje fluido y por momentos de narración lúdica (referencias al doctor-Sherlock más incisivo de las series de televisión, que al parecer no es tan cabrón como se cree), la película de de Lilt muestra tintes autobiográficos. Por ello no vemos a Boris entrar por la puerta principal en la primera toma, sino desde atrás, desde los sótanos del hospital; pasillos ocultos donde transitan desechos biológicos, interiores-laberinto que por momentos nos oprimen con techos bajos. Paredes de los cuartos de los internos con referencias a la vida sexual de los médicos (penes gigantes, aforismos que condensan la angustia de un contagio, coitos satirizados); no es un secreto la jerarquía casi militar que permea entre ellos y la aparente superioridad con las enfermeras que les permiten ser un objeto de deseo. El filme de Lilt esboza temáticas controversiales que encuentran un camino sencillo para desembocar: la redención espiritual y corporal son suficientes para salvar el día. La teoría hipocrática en praxis Deux ex machina.

Por Icnitl Ytzamat-ul Contreras García (@Mariodelacerna)

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