‘Star Wars: El despertar de la fuerza’: Antigüedades de novedad

Uno de los fenómenos más fáciles de denostar que comprender es el fervor de dimensiones colosales del público por alguna película, tan abrumador como el de  una remota  e inabarcable galaxia. Para un amplio sector en el mundo, Star Wars, la franquicia creada por el celebérrimo George Lucas en 1977, se ha convertido en fuente de entretenimiento, sabiduría e inatacable superioridad ética. Una especie de filme sacro que en 40 años, no ha hecho más que ganar devotos o consumidores, dirían algunos de los críticos más cordiales.

Es así que después de la “aberración” y “traición” por parte del oficiante mayor, George Lucas a su terriblemente recibida trilogía (1999-2005), los fanáticos y no fanáticos de la serie perdieron la fe en el creador, sin desacreditar su creación, y se alzaron a la búsqueda de otros “párrocos”. La pesquisa habría de resultar en la elección del cineasta J.J. Abrams, que ya se había consagrado como un hábil e inteligente revisionista en  MI3 (2006) y Star Trek (2009), sin la intromisión de Lucas y con la invisible y titánica presión de demandantes fanáticos.

En El despertar de la fuerza (2015), Abrams básicamente busca lograr un balance entre lo eterno y lo contemporáneo, jugando apropiadamente con toda la mitología generada del filme original a ritmo vertiginoso. Valiéndose de la nostalgia como un factor clave para cubrir inevitables deficiencias acarreadas por las nuevas creaciones, personajes o situaciones y encumbrando la más moderna visión de integración minoritaria (mujeres, afroamericanos, latinos). La historia, sin afán de revelar demasiado, relata el surgimiento de un fascinazi Primer Orden que busca eliminar al último Jedi, Luke Skywalker, quién lleva años desaparecido, por lo que su hermana, la ahora Generala Leia Organa envía a su mejor piloto, Poe Dameron a la búsqueda de su hermano y de paso, destruir al Primer Orden.

Aunque Abrams se desvive por hacer del fan service una tarea placentera y genuinamente entretenida (¡Chewie! ¡HAN! ¡El halcón!), por momentos parece que la presión por no satisfacer y el afán de cumplir los requisitos genera intromisión en lo que debería ser primordial: un nuevo y robusto génesis para la saga. Abrams entrega más una eficiente relectura que una renovación real, edificada sobre las mismas limitaciones que Lucas impuso hace más de 35 años, ya que los personajes responden a arquetipos clásicos de este mundo y los conflictos dramáticos son simplemente reciclados.

Sin duda El despertar de la fuerza no es el nuevo filme sacro que la expectación ha querido generar, sino un capítulo de impecable factura y ágil solvencia, destacando la labor de Jon Boyega como un stormtrooper redimido, Oscar Isaac como un intrépido piloto, Lupita Nyongo exhumando calidez y ternura como Whaz Tanaka y sin duda la estrella del filme, el pequeño y carismático droide BB8 que en una sola escena resume el complejo de Abrams: BB8 se acerca a un objeto cubierto por una sucia sabana, al retirarla, descubre a R2-D2, quién se ve enorme al lado del nuevo droide, el primero se limita a contemplar con profundo respeto y asombro. Quizá mas que nuevos predicadores, lo que Star Wars necesita es iconoclastas que puedan trascender la endeble visión del oscuro iluminado: George Lucas.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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