‘Star Trek: En la Oscuridad’: Galaxias políticas

El eminente semiólogo francés Roland Barthes pensaba que el espacio de los medios masivos de comunicación ofrecía la oportunidad de perpetuar discursos políticos vigentes y de presentar una velada representación de la realidad social. Hollywood siempre ha operado bajo estas políticas de representación, especialmente tratándose de buscar, en los masivamente vistos blockbusters veraniegos, un discurso que hegemonice y que, de manera bombástica, nos haga aliados de las imágenes ideales de héroes y el consumo ciego de su tipología básica. Star Trek: Into Darkness es el último blockbuster que llega a pantallas, y que, junto a Iron Man 3, mueve la villanía internacional a los terroristas, guerrilleros y facciones de resistencia política o simplemente hombres sedientos de poder.

Siendo un no iniciado en el mundo trekkie, J.J. Abrams realiza un filme que es incluyente y del cual no es necesario estar familiarizado con la mitología televisiva para comprender, disfrutar y entender el mensaje de Star Trek. Después del inesperado éxito obtenido en el 2009 con la primera cinta, Abrams se decide acercar los íconos más reconocibles para hordas de trogloditas y demás fans para que puedan mojar los pantalones y gritarle a una pantalla de cine mientras aparecen klingons y demás criaturas reconocibles. Abrams conoce a fondo a estos personajes, las limitaciones de sus personalidades, las dinámicas de su interacción y las pone al servicio de un abigarrado mensaje colonial/patriota/dramático.

La historia de “misiones de exploración intergaláctica” que intervienen en la mitología de comunidades “nativas” como aquellos que persiguen al Capitán Kirk (Chris babyface Pine) y que son ridículamente parecidas a los Ingenieros de Prometheus (2012) pre-esteroides (el toque de Damon Lindelof, escritor de Prometheus y productor de la cinta) mientras se ponen a prueba la humanidad frente a la directiva son el prólogo de una historia que habla de una profunda transformación cuando esta cultura “nativa” mira la majestuosa nave Enterprise y que ahora trascienden su rol de exploración a uno de naturaleza divina. El colonizador es Dios, altera la naturaleza y se impone su doctrina como rectora de la galaxia.

La historia ahora nos lleva al planeta de origen, donde Kirk y el legendario Spock (Zachary Quinto) enfrentan irrefrenable pasión contra inhumana racionalización, enfrentando las consecuencias de ambas, mientras Kirk pierde el Enterprise, Spock pierde su capacidad humanizante. Pero benditos sean los terroristas que unen a las facciones antagonistas en tiempos de ataque, es aquí cuando, manipulado por la enfermedad de su hija, un hombre se hace clave en un atentado terrorista, a manos del enigmático John Harrison (un fantásticamente estoico Benedict Cumberbatch) que mientras ataca a los miembros más poderosos de esta parte de la galaxia, le quita a Kirk a su omnipresente figura paterna (siempre confiable, Bruce Greenwood). Ahora esto ya no es político, es la pura vendetta pasional, al igual que Tony Stark en Iron Man 3.

Ahora el Enterprise, que más bien parece modelo de la ONU, se embarca a la caza del terrorista maldito hijodesupin, al tiempo que permite reunir pasión y razón, inteligencia y fuerza, una combinación que en tiempos de guerra se presenta como letal. Toda la cinta se centra en esta dicotomía, en la justificación de la empresa colonizadora, en la redención violenta de los errores humanos y en la justificación del acto terrorista (“lo hago por mi gente” dice John Harrison) pero estos intentos de mostrar una versión equilibrada de un conflicto político de dimensiones intergalácticas se rinde a su naturaleza maniquea, rindiéndose a la representación de buenos y malos en el sentido más burdo de la palabra. Todos quieren el poder, pero sólo los villanos son capaces de admitirlo, los buenos son cínicos, pero la búsqueda siempre es la ostentación de ese poder y el uso instrumental de la violencia “justificada” para obtenerlo. No porque el hombre haya podido ver las galaxias, significa que sea el dueño de las mismas.

En el aspecto formal, Star Trek: Into Darkness es eficiente, editada con precisión, diseñada con sumo cuidado y era de esperarse el frenético abuso de los lens fares (esos malditos brillos que irritan tanto como poner un vidrio al sol y reflejarlo directo a los ojos) por parte de Abrams. Sus movimientos de cámara son precisos, encuadra con eficiencia y se presenta como un artesano fantástico a la usanza de Lucas o Spielberg. No hay duda de que esta cinta bien funge como un ejercicio de estilo previo a la reconstrucción que hará del Episodio VII de Star Wars, programada para el 2015.

El elenco es eficiente y presenta una galería de estereotipos agradables como la exótica telefonista (Zoe Saldanha), el irritable pero noble escocés (Simon Pegg), el abnegado doctor con materno instinto de protección (Karl Urban), el ingenuo mecánico soviético (Anton Yelchin), la pompi con IQ de 190 (Alice Eve), el líder fascistoide (rol irónico para Peter WellerRobocop himself!) y la aparición de un personaje clásico que recordará a muchos vírgenes trekkies que tienen hombría.

Star Trek: Into Darkness es una cinta diseñada para ser disfrutada tanto por el incauto ignorante de toda la mitología trekkie hasta para el más acérrimo fan. Aderezado con un velado mensaje político, que evade la obviedad de manera poco sutil, haciéndonos aliados de los héroes que día a día combaten a fuerzas malignas en el espacio, la frontera infinita, el sueño del colonizador hambriento, uno en el que siempre hay mundos por conquistar, dominar y someter suavemente. Toda exploración es el germen de la dominación, incluso en el oscuro espacio.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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