Como ya es sabido, El Artista (The Artist, 2011) fue uno de los filmes más reconocidos en la pasada entrega de los Premios de la Academia, donde uno de los galardones fue a parar a manos de Loudovic Bource, compositor de la música de cinta muda tan aclamada por la crítica.

El Artista representó un tributo, en tiempo y forma, a aquellas filmaciones mudas de los años 20 y a cómo fue que éstas se vieron opacadas por la llegada y desarrollo del bendito mundo sonoro a la industria cinematográfica.

Una bonita ejecución que muestra la inevitable transformación del entorno y la condición que orilla al hombre a adaptarse al cambio o morir.

En lo que concierne a la premiada música de este filme, Loudovic Bource tuvo un enorme reto frente a sí mismo: sonorizar las imágenes en movimiento de manera casi intermitente. Un reto en el que salió victorioso utilizando, como era de esperarse, recursos de aquella época vivida a principios del siglo pasado.

El score escrito por Bource fue una pieza fundamental en el logro de esta obra pues, en ausencia de voces, diálogos y cualquier otro elemento sonoro, la música pasó a ser un eje conductor que marcó el ritmo, la atmósfera y acentuó indudablemente el mood de cada escena para reforzar la interpretación de cada actor y así evitar la somnolencia en el espectador contemporáneo.

La partitura está claramente influenciada por la corriente modernista gestada a principios del siglo XX, nitidez y sencillez en los instrumentos (Comme une rosée de larmes), orquestaciones equilibradas con precisión en sus armonías, impresionismo musical que pareciera salido de Disney (Fantaisie d’amour) y una pieza que recuerda la época de oro de las grandes bandas (Peppy and George), son algunas de las piezas más representativas dentro de la cohesión de matices que logró Bource.

El trabajo de este compositor es digno de ser aplaudido pues replicó con mucha fidelidad la música que mejor hubiera podido acompañar al cine mudo en su momento. Por otro lado, esto provoca la sensación de ser un trabajo exageradamente académico, no hubo riesgos, sólo exploró una zona de confort (Pretty Peppy), cadencias envolventes (1931), rezagos del que lo limitó guiarse por lo ya hecho, sin embargo, demuestra el importante papel que la música juega en una obra cinematográfica y su capacidad para manejar las emociones a diestra y siniestra.

Por Antonio Millán (@ias_caboti)

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