Sin novedad en el frente: La trinchera infinita

Hemos perdido todo sentimiento el uno por el otro.
Apenas podemos contenernos cuando nuestra mirada
se posa en la forma de algún otro hombre.
Somos hombres muertos, insensibles, que por algún truco,
alguna magia espantosa,
todavía somos capaces de correr y matar.

Erich Maria Remarque, Im Westen nichts Neues.

Si existen virtudes que ennoblecen al cine bélico –seguramente las hay–, ninguna de ellas se hace patente en la nueva versión de Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front, 2022), cuyo único fin parece ser hacer de la guerra un asunto híper realista, como si dicho esfuerzo no hubiese sido hecho ya redundante por Ven y mira (Иди и смотри; Elem Klimov, 1985). La aparición de la película parece justificarse desde un punto de vista pedagógico: es necesario y apremiante decir que la guerra es mala, muy mala y se perdieron millones de vidas –como nos lo recuerda el epílogo de la película– por las decisiones de despiadados funcionarios gubernamentales, como si no hubiésemos aprendido nada de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los Juicios de Nuremberg o las miles de películas producidas en diferentes países desde entonces que han atajado el tema hasta la saciedad. No, necesitamos otra película que sea aún más realista… ¿para qué?

Una primera respuesta obedece a un tema de vulgar vanidad. La nueva versión de Sin novedad en el frente hace un despliegue técnico colosal, como si reproducir la guerra es la proeza técnica más grande que el cine puede lograr. Prueba de ello ha sido la carretada de reconocimientos y nominaciones recibidas por el proyecto durante la más reciente temporada de premios, culminando con más de una decena de nominaciones a los Oscar, a pesar de tratarse de una producción “extranjera”. Es así como vistosos tracking shots cuya principal intención apunta a “superar” aquellos de la reciente 1917 (Sam Mendes, 2018) y momentos “poéticos” de una crudeza estética que malentiende a cineastas como Klimov o Andréi Tarkovsky, tan superficialmente como Alejandro G. Iñárritu busca en El renacido (The Revenant, 2015) ahondar cierta sensación de realismo orientado a despertar con mayor ahínco la admiración y el asombro antes que repulsión.

Sin novedad en el frente intenta replicar solamente el shock porque necesita conservar a la audiencia que disfruta la película en casa, haciendo tolerable la guerra a través de su estilización y perfección técnica, una acusación lanzada previamente a varios cineastas, particularmente a Steven Spielberg con Salvando al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) y su vigoroso despliegue técnico que, definitivamente, –como en Sin novedad…– es innegable, empujado por una pretensión de realismo tan refinada y pulida que vuelve todo el asunto redundante, sobre todo cuando tenemos a Paths of Glory (Stanely Kubrick, 1957) , The Big Red One (Sam Fuller, 1982), The Naked and the Death (Raoul Walsh,1958), Die Brücke (Bernhard Wicki, 1959) o The Thin Red Line (Terrence Malick, 1998).

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El director Edward Berger ejecuta con precisión espeluznante las mismas notas tocadas anteriormente por otros proyectos, sin ofrecer un punto de vista o perspectiva que vaya más allá de condenar enérgicamente la guerra que tanto prestigio y reconocimiento le ha traído. Como si el cine bélico contemporáneo estuviera en guerra consigo mismo para ver quién consigue alcanzar el grado más alto de realidad, la experiencia más cercana posible a la trinchera, pero dicha empresa no solo es una tarea imposible, sino profundamente cuestionable. Una muerte más gráfica no hace más o menos cuestionable el concepto de muerte o el de guerra, así como una representación más “realista” del sufrimiento no lo hace más o menos condenable.

El libro en el que se basa el guión, escrito por Erich Maria Remarque a partir de la experiencia de varios soldados alemanes durante la Primera Guerra Mundial, fue señalado después de su publicación por sus críticos como parte de una “agenda pacifista”, la cual denigraba los esfuerzos alemanes de la guerra. Parte fundamental del problema con Sin novedad en el frente, es que su perfección técnica hace de la guerra la proeza técnica por excelencia del cine, una que no demerita ningún esfuerzo bélico, sino que lo maximiza, convirtiéndose en un acto de hostilidad audiovisual que se pretende inmersivo, pero cuya contribución a la paz es tan nimia como el ataque de una piedra a un poderoso tanque.

Películas como ésta prefieren, quizás inadvertidamente, ponerse del lado del tanque para retratar de forma fastuosa –y echando mano de enormes equipos de producción, que trabajan cuales soldados rasos–, los alcances de su destrucción con la idea de “criticar severamente” a los artífices del conflicto. ¿Es posible celebrar la paz sobre produciendo y cosmetizando el trauma y la muerte?

Ojalá el cine, con su espantosa magia, deje de hacer correr y matar el recuerdo de incontables hombres que solo quieren descansar y poder decir a perpetuidad, no solo que no hay novedad en el frente, sino que la trinchera no existe más.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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