‘Rush’: El balance enemigo

La velocidad es uno de los mitos que tiene más devoción en la construcción actual de los patrones de masculinidad. Sus reglas e instrumentos generan un seguimiento casi automático, una identificación necesaria con la potencia, la fuerza y el riesgo, adjetivos eminentemente viriles. Los autos son la expresión de estas virtudes que cuenta con una admiración enorme, para algunos inexplicable, pero existente. Estas extensiones fálicas encuentran perfecto maridaje con las carreras, ejercicios en los que el balance entre cálculo e impulso explota en perfecta simetría. Es en este fascinante contexto que el mundo de la cinta Rush: pasión y gloria se desenvuelve.

Dirigida por el pelirrojo pecoso consentido de Hollywood, Ron Howard (director de las mega populares Splash! y Apollo 13) reencuentra los favores del público y de la crítica, después de unos tranquilos años posteriores a su altamente cuestionable triunfo en los Oscares del 2001 con su pomposa A Beautiful Mind, más aburrida que misa de 8. En esta ocasión Howard toma la épica, y ahora legendaria, rivalidad entre dos de las figuras más grandes del automovilismo de Fórmula 1: el rigor metódico y distante del maestro Niki Lauda y el vigoroso ímpetu y radiante rebeldía del astro hunk inglés, James Hunt.

Rush: pasión y gloria es una envidiablemente bien aceitada cinta, en cuyo motor reposa su palpable alma: la dualidad, los polos opuestos que en conjunción llevan a un estado de gloria, pero la reconciliación de ambas es tarea de titánica dificultad. El antagonismo entre los pilotos titulares, más aún que las trepidantes y apropiadamente fugaces secuencias de carreras, es lo que mueve la cinta por arriba de otras similares con un contenido genérico y sin destellos de individualidad. Esto se logra gracias al impecable desempeño del actor alemán Daniel Brühl (Goodbye Berlin!, Inglorious Basterds) como el sofisticado y brillante Lauda y del astro británico Chris Hemsworth, conocido por una pequeña cinta independiente llamada The Avengers, como el arrogante e indisciplinado Hunt.

El desempeño de ambos es puntual y sin temor a explorar las áreas más ambiguas de ambos polos, encontrando matices en lugar de adoptar papeles que se establezcan cómodamente en categorías maniqueas (bueno/malo). El desempeño es particularmente notable en la caracterización de Brühl que juega con las expectativas de la audiencia, generando antipatía con la misma facilidad que genera empatía con su innegable carisma, mientras que Hemsworth realiza una variante del arrogante adorable que obtiene su pathos de su indisciplina y bravuconería.

Complementan el sólido reparto la bellísima Olivia Wilde (Tron) como la modelo Suzy Miller, el bonachón Christian McKay (el Orson Welles de la cinta Me and Orson Welles) y particularmente la elegante y conmovedora presencia de Alexandra Maria Lara como Marlene Lauda, buscando nuevas aristas en el rol tipológico de la esposa de soporte.

El obstáculo que se presenta en esta vertiginosa carrera de egos es la inminente moralina final, que termina por desbalancear el trabajo logrado en la primera parte de la cinta. Mención aparte merece la estupenda fotografía del maestro Anthony Dod Mantle, especialista en espectáculos de gloriosa majestuosidad visual (Antichrist de Von Trier) y de kinético dinamismo (Trance y Slumdog Millionaire de Danny Boyle) que periodiza y glosifica sin caer en el preciosismo gratuito de otras cintas del mismo corte como la equina Secretariat por ejemplo. También el score de Hans Zimmer, aunque repetitivo de trabajos anteriores suyos, es eficiente.

Rush: pasión y gloria explora el terreno de la rivalidad, la ambivalencia y la constante búsqueda de la victoria, sea a través del método o la pasión, es lo que mueve la masculinidad más superflua, el escape emocional, el ejercicio de la pulsión del thanatos. Estos pilotos retaban diariamente a la muerte en diferentes circunstancias para celebrar con una copa y un champú shower de rigor. El festejo es por haber burlado en curva un fatal destino, pero la gloria se logra no sólo burlando a Dios, sino a nuestros más acérrimos y entrañables enemigos.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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