El horror como espejo: una entrevista con Natalie Erika James

Hace unos meses, murió mi abuela. Mi relación con ella era, al mismo tiempo, maternal y fraternal. Teníamos una relación única. La quería mucho. Al ver Relic (2020), la ópera prima de Natalie Erika James, su recuerdo fue punzante. Cuando entrevisté a James, me propuse averiguar, con ella, por qué me había conmovido tanto esta cinta.

Relic cuenta la historia de una madre y su hija, Kay y Sam, quienes regresan a la casa familiar para buscar a Edna, la abuela viuda y solitaria, que lleva días desaparecida. Instaladas en el lugar, Kay y Sam sólo encuentran rastros de deterioro mental. Nadie sabe a dónde se fue Edna. Inesperadamente, una mañana, la abuela aparece pero no es la misma. Algo cambió en ella: está perdiendo sus recuerdos, cada día actúa más errática, sospecha de amenazas invisibles… algo ominoso comienza a acecharlas en esa vieja casa que respira recuerdos, reliquias y culpa.

Hay algo profundamente íntimo y vivencial en Relic. Más allá de los mecanismos del horror, más allá de lo ominoso, esta es una película sobre el duelo. Cuando hablé con Natalie Erika James le comenté mi sensación de duelo. Encontré que a través de las imágenes compartimos un mismo sentimiento. Ella, como yo, estaba procesando la muerte de su abuela.

“Todo empezó en un viaje que llevaba aplazando desde hace mucho tiempo”, explicó James, “en verdad me arrepentí de postergarlo tanto, porque cuando llegué a ver a mi abuela a Japón, ella ya no recordaba quién era yo. Había declinado mucho desde la última vez. Así que creo que esta película nace de un sentimiento de culpa. Relic es una forma de procesar mi culpa de manera saludable, creo. Mi abuela vivía en una casa tradicional japonesa en el campo. Era un lugar en el que había pasado todos mis veranos de niña y, por las noches, me espantaba mucho. Muchas de mis pesadillas infantiles se relacionan con eso. Esos sentimientos fueron el punto de partida de mi guión.”

Miedo y culpa. Entiendo esos sentimientos. Me sorprendió que mi abuela viviera tanto. Crecí sabiendo que mi abuela iba a morir. Cuando nací, ella tenía más de setenta años. Cuando murió, registraba más de 104. No murió encerrada en un hospital o un hogar de ancianos. Murió después de tomarse un tequila en un restaurante. Perfectamente lúcida hasta el final, se acordaba de todo. Recordaba el tranvía entre Balderas y Taxqueña; los pretendientes que la llevaban a bailar fox trot; cuando abrieron el primer Liverpool y trabajó probando guantes de caballeros.

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Cuando murió, me arrepentí de no haber hablado más con ella, de no haberla cuidado más. Sólo platicaba bien con ella cuando estaba ebrio y me ganaba un entusiasmo peculiar por escuchar historias de pasados ideales. No la hice sentir apreciada. Mi culpa, supongo, atravesó la manera en que vi esta película.

“Mi abuela vivía en la casa de mi tío, en Japón, cuando empezó a declinar significativamente”, me cuenta James, “y eso es muy diferente en Australia, donde hay una profunda separación entre generaciones. Las personas aquí van a un asilo de ancianos. A veces porque ellos mismos lo piden y lo quieren. Las dinámicas cambiantes en una familia alrededor de una persona que no puede valerse por sí misma son un tema particularmente sensible. Habiendo visto las tensiones familiares en los dos casos, puedo decir con certeza: no siempre una madre quiere quedarse, en la vejez, con sus hijos. Es complicado. Lo he visto de primera mano con mis abuelos en Australia. Hubo un periodo de tiempo en el que notaba esas tensiones y estaba maravillada por la complejidad que conllevan. Me pareció importante tratar de indagar personalmente en esta complejidad.”

A pesar de nuestra cercanía y de su lucidez, había muchas cosas en la vida de mi abuela que no conocíamos. Mucho que no nos dijo y se fue almacenando en los cuartos lúgubres de su departamento. Cuando murió, mi hermano se dio a la tarea de limpiarlo. Deshabitar, centímetro por centímetro, una vida proyectada en las paredes, en los cajones, en las esquinas. Ahí, encontró pequeñas pistas sobre una vida desconocida: correspondencias amorosas con un primo, reliquias sin sentido, trozos de tela y recortes de periódico cuya importancia quedará oculta para siempre.

Todas estas memorias dejaron de tener sentido. Lo que las unía, lo que les daba una cordura, era mi abuela. Y ella ya no está aquí. Pensaba en esto, en la idea de un laberinto de recuerdos ajenos o de recuerdos perdidos mientras veía Relic. Me sorprendió encontrar que la película termina mostrando una representación alegórica, vívida, de esos rincones oscuros de memorias perdidas, atiborrados de objetos misteriosos de importancia oculta.

“Ese laberinto”, continuó James, “ese espacio construido por memorias vistas como el sótano de un acumulador compulsivo, fue la imagen que dio vida a la película. Mi abuela tenía escaleras en su casa, era una casa grande, y un par de cuartos llenos de basura, de cosas que no tenían sentido. Creo que se puso peor cuando su condición empezó a decaer. Empezó a acumular compulsivamente cosas y yo relaciono ese gesto con una forma inconsciente de aferrarse al mundo. Al sentir que la memoria de las cosas se le borraba, esta era una forma de mantener algo cerca, de no perderlo todo. Supongo que la casa tiene que ser el espacio seguro y la idea de que ese lugar empiece a crecer hacia dentro como algo poco familiar, amenazador, ominoso, es muy incómoda.”

En la casa de mi abuela, mi hermano encontró el hueso de un dedo humano. Estaba envuelto en algodón, dentro de un frasco con colorines. ¿Qué significaba este extraño hallazgo? ¿Era una especie de rito? ¿El recuerdo físico de un ser querido? ¿Una antigua maldición? ¿Un gesto de amor o una amenaza? Nunca podremos averiguarlo. La sensación ominosa de no conocer a alguien “cercano” permanece. Relic, también, se alimenta de esta incomodidad.

Al final de la cinta, Jay y Sam, se pierden entre las cosas de la abuela. El espacio se transforma y no pueden salir; la casa entera se transforma en un laberinto asfixiante.

“Para el diseño de este laberinto metafórico”, siguió James, “queríamos crear algo que continuara el lenguaje arquitectónico de la casa. No queríamos que se sintiera, inmediatamente, como ajeno a la realidad. Queríamos una pendiente lenta hacia la locura. En la investigación visual, mi diseñador de producción y yo hablamos mucho de lenguajes arquitectónicos que creaban una sensación ominosa. Las escaleras no llevan a ninguna parte, los pasillos son tan estrechos que no pueden transitarse, las puertas se colocan una frente a otra, o las repeticiones fuera de lugar… todos esos elementos estaban integrados en la sensación misma del espacio.”

La secuencia es vibrante por angustiosa. Entiendo lo que significa perderse en un espacio ajeno, lleno de recuerdos imposibles de clasificar, de frascos con dedos humanos que no tienen ninguna relación contigo. Al ver a Kay y Sam luchar por escapar del espacio asfixiante de la casa familiar, de las memorias deshilvanadas de su abuela que ya no es su abuela, entendí mis sentimientos frente a los objetos olvidados de mi abuela. Era la extrañeza de encontrar lo desconocido en lo familiar.

La idea de lo ominoso está al centro de Relic. La idea del unheimlich, de cómo algo particularmente hogareño puede convertirse, gracias a ligeras variaciones, en una pesadilla. Viendo Relic pensé en relaciones comunes con lo ominoso. Más allá de la colección macabra de objetos de mi abuela, recordaba la sensación, cuando era niño, de quedarme solo, explorando, viejas casas familiares. Las casas de tíos, abuelos, familiares que vibraron con vida y juventud años antes. Espacios de cercanía y misterios. ¿Por qué es tan tenebroso el hogar de un ser amado? Esa misma sensación regresa, con el tiempo, al enfrentar la degeneración de un ser querido. Alguien que se desvanece es familiar. Al mismo tiempo: es una sombra pesadillesca y lejana. Frente a la identificación, se instalan la enfermedad y el miedo.

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“La idea de lo familiar convirtiéndose en algo extraño fue un concepto que guió la película”, comentó James, “no sólo en la historia y en lo que le sucede a Edna, sino en pensar, a la larga, que tus familiares se van a ver monstruosos, se van a convertir, poco a poco, en extraños. En esa experiencia tan específica, está la vivencia de lo ominoso.”

Una de tantas reliquias reales y metafóricas que aparecen en Relic es un vitral. Éste estaba colocado en la puerta de una casa familiar abandonada. Un viejo miembro de la familia de Edna murió carcomido por la demencia, abandonado, envuelto en su propia inmundicia. El vitral habla de un recuerdo vivo de otras épocas; es testigo de otras vidas, dejó pasar la luz sobre otras miserias.

“Supongo que esta película habla de cambiar de perspectiva”, explicó James, “me gusta la idea de los lentes de cine y de cómo lo que vemos está mediado por otras cosas. No quería hacer una película tradicional de horror en donde alguien se murió y el fantasma acecha a la familia o embruja la casa. Quería mostrar la historia de adultos mayores que han sido abandonados y que, de alguna manera, a través de la culpa que pervive, acechan una casa. Necesitábamos algo que se relacionara con la casa, físicamente, con la idea de una herencia. Necesitábamos encontrar algo que rescatarías como una herencia en una estructura que se está derrumbando. El vitral concentró todas estas ideas.”

En la película, la presencia ominosa del recuerdo familiar se impone con una sensación pulsante. Con la música, tanto como con la imagen y el sonido, el ambiente elaborado en Relic pulsa. Como si la casa respirara, como si algo viviera en las paredes, esperando. Se siente la presencia viva de lo extraño en lo familiar; la sensación de acecho que siempre sentía de niño en las casas viejas, llenas de perfumes olvidados. Esta sensación se representa visualmente al principio de la cinta: unas luces de navidad parpadean de manera lenta, rítmica, mientras la abuela, desnuda, inunda la casa.

“Todo eso es un símbolo de la presencia de la casa”, añadió James, “esa escena es una boutique de vanidades. Es decir: es una representación que habla de la fugacidad de la vida. Eso es lo que quise decir con todos esos motivos de luces y de velas. Esa es la imagen inicial. Nadie la va a ver así, pero para mí eso significa.”

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La imagen funciona. Es aterrador y hermoso. La instalación de un pulso constante, de un ritmo, de un ambiente. Todo este terror psicológico y ambiental tan finamente construido llega a momentos desgarradores. En una secuencia clave, Edna, la abuela, se come las fotografías del álbum familiar. Con cada recuerdo que engulle, desesperada, pregunta dónde quedaron todas las personas que alguna vez amó.

Con esta escena, pensé en cómo se sintió mi abuela, con 104 años, viuda, sin hijos, testigo de la muerte de todos los que conocía. La vida es ver morir a las personas amas hasta que alguien te ve morir a ti. ¿A dónde se fueron todos?

“Le tenemos miedo a la muerte”, sentenció James, “y, aunque no lo hablemos, tenemos mucho miedo de estar solos al morir. Hay que considerar la posibilidad de que vamos a enfrentar la muerte solos. Esa escena de Edna comiéndose las fotografías familiares señala cómo las personas en nuestra vida nos mantienen unidos, atados a todo. Nuestros amigos, familiares, seres queridos, nos dan sentido. Para mí no hay nada más desgarrador que verla preguntándose a dónde se fueron todas las personas que alguna vez quiso. Es algo devastador, corta profundo. ¿Quién soy sin las personas que entretejieron mi vida?”

Entiendo que, a través de esta película, Natalie Erika James exorcizó, o trató de exorcizar ciertos demonios.

“Para mí, filmar es una forma de procesar el mundo, de cuestionarlo, de preguntarme cosas que considero importantes”, aseguró, “todo lo que trabajo es personal. En el cine, me gustan las ideas. Me gusta más lo que se dice que cómo se dice o cómo se cierne a una estructura. Lo mío no es el realismo social. Creo que tengo un interés profundo por la ciencia ficción, la fantasía, y todo lo que tenga un elemento de construcción de mundo; todo lo que nos saca de esta realidad inmediata.”

Por supuesto, esto habla de las raíces de una cineasta. Y, más allá de su abuela, la relación con Japón de Natalie Erika James es profunda. En la tradición del horror japonés, se cuentan relatos íntimos que, como Relic, buscan representar dramas familiares reales mediante lo fantástico.

“En el horror japonés”, explicó James, “hay una empatía hacia lo que amenaza. Sea esto un fantasma o cualquier tipo de manifestación sobrenatural. Por eso esa tradición me interpela tanto. Creo que es una visión mucho más matizada del mundo porque no categoriza, inmediatamente, a las personas como malvadas o bondadosas. Creo que gran parte del horror que se hace ahora está anclado en esa idea de la pelea del bien contra el mal. A mí me parece más interesante hablar del horror que nos habita a todos y las cosas horribles que ya existen y que debemos confrontar.”

Entiendo las palabras de James. Relic me conmovió en un momento de culpa y de pérdida. Como muchos, soy incapaz de hacer películas para enfrentarme a esos sentimientos. Como muchos, utilizo el cine para reconocerme en las sensaciones provocadas por la pantalla. Pero, ¿puede una película curar dolores? ¿Puede ayudarnos a sanar?

“Haciendo Relic me di cuenta de que lo más gratificante de este proceso fue conectar con la tragedia de otras personas”, confesó James, “en lo personal, viví todo el proceso de esta película en intensa cercanía con mi familia. Llevé a mis papás a la premiere de Sundance, estuve con ellos en Japón cuando me enteré de que había sido seleccionada para Sundance. Mi abuela murió dos semanas después de eso. Fue un momento muy emotivo. Me sorprende mucho cómo las personas se me acercan, como tú, para compartir sus historias y para decirme que la película les habló. Es algo muy gratificante. Logré proyectar una experiencia propia en la pantalla y las personas se identificaron con ella. Tal vez sirva entonces para hacerlos sentir menos solos, para ayudarlos a procesar algo, no lo sé. O tal vez sirva para dar una nueva perspectiva a los que pasan por ese proceso. Eso es mágico. Una película tiene ese poder.”

También lo creo. Esta película me sirvió para entender mejor a mi abuela. Entender su aislamiento y entender todo lo que pude hacer para vivir más con ella. Mi abuela no hubiera entendido Relic. No es el tipo de películas que le gustaban; para ella, sería un lenguaje extraño. Para mí, en cambio, Relic es un hogar. Me siento en casa al ver esta película. Con todo lo aterrador que eso conlleva. El mejor horror, tal vez, no es el que nos hace temer lo ajeno.

El mejor horror es un espejo.

Por Nicolás Ruíz (@Pez_out)

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