Dentro del universo del arte se sabe que la personalidad del autor es, en la mayoría de los casos, indisoluble de su obra. Sin embargo, y más en el cine, pocas veces se da que la vida real marque tanto la impronta estilística de un director. José Mojica Marins es uno de esos creadores a los que difícilmente se les desasocia de su obra.

Hijo de una cantante de padres españoles, Marins fue un caso atípico desde su nacimiento, estando en el vientre de su madre por 11 meses. Desde chico tuvo un acercamiento con la tónica de su cine. El horror de ser raptado por gitanos y el saber historias de muerte contadas por los granjeros de Brasil influyeron fuertemente en el director de À Meia-Noite Levarei Sua Alma (1964), quien desde los ocho años comenzó a grabar experimentos fílmicos en Super 8, en donde la muerte y la distinción del destino entre buenos y malos fueron la temática principal.

A Marins se le tiene como ícono popular de Brasil ineludible, sobre todo bajo el personaje que confeccionó en la mayoría de sus películas: Zé do Caixão, un personaje extraño estelarizado por el propio Mojica y que es una suerte de superhombre a la Nietzsche, antirreligioso y liberal ideológica y sexualmente, elementos necesarios que le granjearon la segregación cultural vía censura con consecuencias legales y financieras.

Resulta extraño descubrir que alguien que es muy famoso y querido en Brasil, una figura presente hasta en los comerciales (Zé do Caixão llegó a anunciar desodorantes y aguardiente), pasó el grueso de sus filmaciones con dificultades económicas para lograr sus producciones. Sin embargo, Marins no tuvo empacho en llevar a la quiebra su patrimonio familiar y el de algunas de sus esposas para llevar a cabo sus películas.

Cintas como Esta Noite Encarnarei no Teu Cadáver (1967), O Estranho Mundo de Zé do Caixão (1968), O Ritual dos Sádicos (1970), Finis Hominis (1971) o O Exorcismo Negro (1974) dan cuenta de la maldad como un valor relevante del ser humano, la crítica ante los viejos atavíos y conservadurismos de la sociedad brasileña, arraigada en su provincianismo y doble moral.

El de Mojica Marins es un cine lo suficientemente sombrío y cutre como para llegar a las grandes ligas de la industria cinematográfica universal, pero bastante refinado y profundo en forma y contenido como para figurar entre las figuras del cine trash o el famoso subgénero Cinema do Lixo.

Parece que el mal sino y la desgracia han acompañado a Mojica desde su nacimiento; sus producciones primeras estuvieron plagadas de muerte y eventos desafortunados que daban al traste y se sumaban a la pobre acogida o el resultado final. Sin embargo, su cine queda como una muestra palpable de su genio, originalidad y transgresión.

Hombre de múltiples mujeres y una cantidad apabullante de hijos, Marins se ha pronunciado siempre por la liberación sexual, hecho que se nota en sus famosas pornochanchadas, películas de las que Mojica es pionero y que son una suerte de sexycomedias que tuvieron su auge durante las décadas de los 70 y 80, siempre con una visión sacrílega y muy personal.

Explícito, sádico y sumamente violento, el cine de Mojica Marins es un referente ineludible del género de horror de Brasil y único en su estética, catalogado aún como un cine underground, grotesco y de culto obligado. Su relevancia y repercusión puede verse como cosa discreta; sin embargo, basta con ver cualquiera de sus largometrajes, sobre todo la trilogía de Zé do Caixão, para quedar prendado de uno de los cines más inigualables del mundo.

En fechas recientes, Mojica Marins fue al doctor a revisión. En la visita, Marins sufrió de una afección cardiaca. Todo en orden, todo normal, a sus 78 años Mojica sigue con sus uñas largas y enroscadas y su mirada temeraria ante la vida. Un capo de las pesadillas amazónicas como él nunca morirá.

Por Ricardo Pineda (@Raika83)

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