Miss Bala: el testamento del melodrama

Acostumbrado a la telenovela y a las comodidades que ofrece el culpar al gobierno y a la divinidad, el mexicano constantemente recurre al deslinde de responsabilidades; el yo no fui que nos aleja de la posibilidad de la catarsis y, con ella, del cambio. Nuestras manifestaciones culturales se presentan como un reflejo lógico de nuestra aversión a la responsabilidad.

El melodrama, género predilecto de la televisión y el cine, es sencillo y divertido de ver o leer, pues nos confirma estas infundadas sospechas sobre el destino como la fuerza imparable a la caza de nuestras almas y, por lo mismo, no invita a la toma de conciencia de nuestros errores y nos permite salir pensando sólo: “Ojalá eso no me pase”. Miss Bala pertenece a este género.

A pesar de las notorias diferencias entre la más reciente cinta del director Gerardo Naranjo y el resto de los filmes de realismo social que han caracterizado al llamado “Nuevo cine mexicano” (Lolo o De la calle son buenos ejemplos), principalmente la trama y la espectacular dirección visual, el melodrama es evidente en la historia de esta joven virtuosa, cuya vida se ve destruida por una serie de eventos que se esfuerzan por alcanzarla.

Amable, responsable, cariñosa, soñadora y de una particular belleza que conmueve, Laura Guerrero (una empática y compasiva Stephanie Sigman) es una joven libre de los errores que atormentan a personajes de las grandes tragedias de realismo psicológico (Jake LaMotta, en Toro salvaje; Antonio Ricci, en Ladrones de bicicletas), quienes, en un punto, alcanzarán su propia destrucción debido a lo que ellos, y no el destino, se han provocado.

Laura es inocente y el buscar a una amiga la sitúa en medio de una balacera que cambiará su vida y la hará arrepentirse de su sueño: ser Miss Baja California. Lo peor que llega a hacer la protagonista es revelar su intención de casarse con un “ruco” que la mantenga, aunque nunca la vemos intentarlo; ni siquiera se junta con los narcos, a diferencia de la amistad tan querida por Laura.

Entonces, el que los criminales la asuman como parte de su pandilla nos da una noción del destino cobrándose una víctima por el mero placer de exprimirle las lágrimas. Laura es libre de culpa y no tiene más opción que sacrificarse por miedo a que los delincuentes lastimen a su padre y a su hermano.

Con Miss Bala, Naranjo y su coguionista, Mauricio Katz, nos plantean una anécdota y nada más. Es cierto que hay historias extraordinarias en la realidad, como esta –basada en la Miss Sinaloa arrestada por nexos con el narcotráfico en 2008–, pero la psicología nos ha demostrado, como los griegos, desde hace 25 siglos (Esquilo, Sófocles, Eurípides), que las tragedias, tanto en la ficción, como en la vida, se construyen a partir de un carácter errado, no de una serie de circunstancias acechantes.

No se puede acusar de engaño alguno a Naranjo, pues repetidamente ha mencionado a la anécdota como su principal intención, sin embargo, no es el tipo de película que se requiere para combatir la idea, también criticada por él, de que una persona se una al crimen organizado por no tener más opciones.

Lo que se necesita es catarsis, el reconocimiento de que algo se hizo mal, para generar un impacto relevante en la audiencia y hacerla comprender la necesidad de un cambio; un arrepentimiento puro y no sólo un malestar efímero por la destrucción de nuestro derredor que, al final, sólo afectará al público mexicano, lo cual limita la universalidad de la obra y llama la atención más por su historia que por sus temas, aunque sí hay imágenes con las que se puede impactar tanto a paisanos como a extranjeros.

Miss Bala evoca una tristeza natural con sus ambientes similares a los de una película bélica y los constantes abusos sufridos por su protagonista; es memorable la imagen de Laura observando la ciudad en llamas, a lo lejos, como si se tratara de Mogadiscio en medio de un combate militar. México parece algo menos que habitable y en verdad existen regiones así.

La gente parece hostil, insensible y cruel, debido a una mirada a la sociedad propensa a mostrar sólo lo peor de las figuras de autoridad: los narcos son desalmados y sádicos; los policías, ineptos y  corruptos; los militares, abusivos y cobardes, y la gente de los concursos de belleza, en particular, una tal Larissa James, quien organiza Miss Baja California, arrogante y cruel.

Ciertamente no estamos hablando de un filme de crimen que sirva de postal turística, como aquel clásico jamaicano, The Harder They Come (1972), sino de uno en busca de una audiencia más limitada, como lo demuestran las constantes referencias a cosas que sólo un mexicano, y uno informado, puede saber.

Sin embargo, lo atractivo para el público extranjero puede recaer en muchos otros elementos, como la narración en sí, que hasta el concurso de belleza es fluida y entretenida, aunque comienza a olvidarse de lo narrativo y entra en lo contemplativo a partir de ese punto.

Las balaceras son otro componente destacable, pues gracias a la tremenda fotografía y a la actuación tan natural de Sigman, la emoción que nos deberían producir, de acuerdo con la sed de sangre con la cual nutrimos las cifras en taquilla de los filmes de acción de Hollywood, se desvanece y se convierte, más bien, en un miedo profundo inspirado por la angustia del momento.

Miss Bala, en un balance general, es una cinta que vale la pena verse, pero con reservas; un melodrama no precisamente sólido y no siempre entretenido que no nos revela rasgo alguno sobre la condición humana, pero cuyos artefactos visuales, actorales y de dirección compensan relativamente las fallas del guión; la peor es la conclusión esperanzadora que desentona con la premisa general de la cinta y nos confunde en cuanto a su mensaje.

México necesita de un cine que deje de lado el melodrama y se concentre en la transmisión de un mensaje cargado de verdad; no en ser el testamento de un género aparentemente inmortal, mediante la creación de estructuras de acción y el derrumbamiento de los discursos nacionalistas, para comenzar a profundizar en la condición humana; penetrar a través de la mexicanidad y encontrar las soluciones a nuestros problemas como especie y no sólo como nación.

Por Alonso Díaz de la Vega

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