‘Love’ y la exposición del erotismo cotidiano

Más de una vez la vi admirar su cuerpo en el espejo, tomarse los senos con las manos como las estatuillas sirias y pasarse los ojos por la piel en una lenta caricia.
Cortázar

La violenta escisión alma (physis)/cuerpo impuesta a partir de la Edad Media y aún con resabios en el mundo occidental, ha sido uno condición fundamental para asumir la corporalidad y la sexualidad inherente a ella como algo sucio que debe permanecer oculto, debajo del discurso racional y sentimental.

El cuarto largometraje de Gaspar Noé es una exposición de las relaciones líquidas (Bauman, 2005) en lo cotidiano. El amor, con ese sabor a medioevo, ha permanecido como un sentimiento inmaculado y abnegado que coexiste sólo en un ámbito inmaterial, pero el trabajo de Noé nos recuerda que la carga sexual es la parte olvidada en las narrativas. Cortázar, en breves suspiros, esboza la necesidad del cuerpo en una tensión eterna con la Maga; Efraín Huerta, en su construcción poética, bebe de las magnolias de sus amantes, pero en el cine, el cuerpo en el acto sexual se expone comúnmente en su perversión (Lost Highway, David Lynch, 1997; Saló, or the 120 Days of Sodom, Pasolini, 1975) o las escenas sexuales potencian el argumento, pero sin prevalecer como la parte constante y necesaria de la película (Bitter Moon, Polanski, 1992; La vida de Adele, Abdellatif Kechiche, 2013).

La película abre con Murphy (un Becker americanizado-atormentado Karl Glusman) y Electra (una junguiana desenvuelta y debutante Aomi Muyock) en un plano abierto en el que la hija de Agamenón masturba a uno de los desdoblamientos de Noé. Murphy y su ley narrarán la primera parte de la película en primera persona y en  flashback; a partir de la llamada de la madre de Electra un primero de enero en el que la resaca no lo deja concentrarse en cuidar a su hijo y apenas hacer caso a la madre joven que duerme a su lado.  La iluminación precisa será vertebral en los recuerdos de Murphy y el presente. De encuadres simétricos y luces atmosféricas (rojas predominantemente), Benoit Debie (también fotógrafo de Irreversible, 2002 y Enter the Void, 2009) potenciará el filme con momentos logrados en tomas cenitales y Electra iluminada en claroscuros que siempre mantienen a su amante detrás de ella, en el recuerdo tortuoso, a Murphy en la sombra, porque ahí pertenece.

El aspirante a director de cine (el arte nos lo recuerda a cada momento en su departamento: M el maldito, El nacimiento de una nación) y la pintora se conocen en una fiesta; el diálogo de Murphy es sencillo y directo: Electra no tienen nada más que besarlo para comenzar una relación estridente, veloz, violenta, líquida y entregada. Será como recorrer los círculos celestes con diálogos en espejo con el infierno. Recorrerán cada estadio con furor y vaciamiento; cada que alcancen un nuevo círculo una nueva ruina luminosa los espera. Cuando acaban de conocer sus cuerpos, llaman a un tercero: tierno, delicado, de un rubio inocente e infantil, pero que devora y moja como si tuviera años esperando. Omi (Klara Kristin) no ha quedado satisfecha y en un fin de semana solitario, recibe a Murphy en su casa y en su cuerpo. La ruptura está hecha. El aspirante a director queda vinculado a todo aquello que aborrece y que Omi representa: “Im a losser, just a dick”. Su eterna mujer punk lo detestará: el hijo que no será de ella le recuera lo miserable que es el amor que siente por Murphy.

Noé juega con la memoria, reinventa los recuerdos; su desdoblamiento en el filme hace que recuerde pero sólo desde su perspectiva: la memoria no pasó, se inventa según la condición de quien siente. El camino post-Electra será una sacudida: vómitos, puños, tensión y rabia y memorias en el que él sólo se convertía en cuerpo y en su miembro, siempre dispuesto a una chica cocainómana. Su arrepentimiento es tan intenso como su corporalidad; sabe que no podía resistirse al cuerpo de Omi, que lo volvería a hacer, que lo repetiría si volviera en su tiempo y que aun así, está quebrado por la ausencia de Electra y su amor negro.

En un cotidiano y tiempo a lo Vincent Gallo (Brown Bunny, 2003) y de una sexualidad culpable batailleana, la película de Noé revienta momentos oscuros y densos de larga construcción para irrumpir en chistes de ego monumental en el que desdobla sus nombres en cualquier cantidad de personajes. La fotografía en 3D da paso a un intento lúdico y casi adolescente por filmar penetraciones y masturbaciones y ya estando en esa dimensión, el chiste era imperdible, infaltable: estrobos gigantescos que incomodan al espectador que recuerdan a Cassavetes y la incomodidad por excelencia: Noé viniendo al espectador pasivo, al que mira desde la sala oscura sin saber si está viendo erotismo, pornografía, o pornoamor.

La llamada del primero de enero es la llamada de la ausencia, de la muerte: Electra tenía pensamientos suicidas. Murphy la busca en su memoria, abrazado a ella en una tina de baño, en la regadera, en el líquido recuerdo. La vida es una sucesión de promesas rotas.

Por Icnitl Y García (@Mariodelacerna)

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