‘Los 400 golpes’: François Truffaut y la silla vacía

La historia la deberían saber todos los escolapios: The Beatles comenzaron a volver su sonido más interesante cuando decidieron salirse de las canciones bonitas y los covers tontorrones, el pintor neoyorquino Jean Michel Basquiat trascendió por anarquizar la pintura estando inmerso dentro de las altas esferas del mercado del arte, etc. Todo movimiento o parteaguas estético surge cuando cuestiona y sale de los atavíos de su época, cuando revoluciona. El emblemático director francés François Truffaut tenía eso muy claro cuando dio pauta con Los 400 golpes (1959) al nacimiento de la Nouvelle Vague.

En Los 400 golpes hay elementos que fueron decisivos para que Truffaut pusiera su cine de manifiesto en el mapa mundial. Su primer largometraje es una declaración de principios a través de un drama contenido por parte del adolescente personaje, Antoine Doinel, el cual es un alter ego que Truffaut usara en sus películas posteriores, con un especial cuidado en el discurso que lanzaba a través de la actuación.

El destino negro del descarriado es retratado con un refinamiento estético que tuerce la mano a todos los estándares cinematográficos de la época, pero más allá de la solidez cinematográfica con la que el francés filma una historia sencilla, la poesía y filosofía que despide es francamente evocadora. Una película que todo adolescente, joven o reprimido debería de ver. Sin más.

Antoine Doinel es un joven que pasa de la soledad que deriva del trato con su madre y su padrastro, de lo asfixiante de las aulas y las instituciones, al endurecimiento consigo mismo. Doinel sale de las líneas de lo legal y los preceptos sociales, para correr sin destino. La esperanza oprimida, el aire fresco que se colapsa, el pecho que se oprime, se encuentran en Los 400 golpes como capa de una desobediencia que no lucha, que no cuestiona, sólo rechaza, que se escapa de ella porque aprieta, impone.

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Sin embargo (quizás esto se encuentra también en Los Olvidados de Buñuel), el personaje principal de Los 400 golpes –título que hace referencia a un dicho popular en Francia que significa algo así como “las 400 pendejadas que se cometen”, pero que también remite a “los 400 golpes que da la vida”–, Antoine, no nos lleva a un final feliz o siquiera esperanzador, sino que apunta a un barril sin fondo o a un callejón sin salida. En Truffaut, la apertura o las liberaciones van acompañadas de la misma angustia con la que se vivía, la libertad es la cárcel más grande, dicen. Los 400 golpes es el nudo atorado en la garganta, la bomba a punto de estallar de Alain Resnais, o en la transgresión de Un filme socialista (2010) de Jean-Luc Godard.

Toda esperanza suele nacer ahí donde no existe, donde está estrangulada. Los sistemas de educación básica son importantes en la formación de los ciudadanos, pero las deficiencias y atavíos son francamente sofocantes para los alumnos, quienes ven bloqueada su esencia por un mundo lleno de reglas y convenciones por cumplir, que suele ser hostil y automático, adormecido, insensible. Antoine Doinel va nadando a la contra, con resultados cada vez más desalentadores.

Los 400 golpes de Truffaut tiene un reconocimiento como película indispensable dentro de la filmografía universal, como obra estética poética de suma belleza, y como manifiesto artístico que impone un retrato social más fiel al de las grandes producciones francesas de la época. La Nouvelle Vague tiene ese coqueteo a la relación menor presupuesto-mayor libertad artística, Los 400 golpes es pionera y es escuela.

El lado más mezquino del ser humano es impronta de desesperanza, el rechazo por parte de la familia, las instituciones, la ley y sus respectivos “correctivos” forman parte de los momentos cruciales que vive un ser humano, en donde hay que tomar una decisión y salir del salón de clases, que enseña a su manera y que castiga sin miramientos al que desobedece. Los 400 golpes es una cinta que habla de la idea del otro, a través de uno mismo. La claridad de su forma y discurso permite apreciarla como unidad de altos vuelos. La discreción es grandeza. Son 99 minutos los que se encuentran contados con un ritmo preciso y unos emplazamientos memorables. La escena final, en donde Antoine corre, escapando hacia la nada, resume el corazón de la película, sintetiza lo amargo de su título, pero de alguna manera conecta con una suerte de liberación, de necesidad de salir del agua a tomar aire.

Todo estudiante que siente que las cosas no van bien, que el uniforme les aprieta y que la banca asfixia sus ideas, podrá encontrar una mano franca y firme en Los 400 golpes de Truffaut. Una ‘lectura’ obligada para todos los alumnos. Quizás mañana, después de esas 400 lecciones o más dentro de la escuela, una silla vacía en el salón de clases estará cuestionándolos a todos, tomándolos por sorpresa. Todo escolapio debería conocer la historia.

Por Ricardo Pineda (@RAikA83)

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