‘Logan’ y los héroes crepusculares

“Once life is finished it acquires a sense…”
Pier Paolo Pasolini

Quizá lo más duro de envejecer es enfrentarse a la descomposición del cuerpo. Inevitable frontera humana. La medicina moderna nos hace soñar con la inmortalidad, pero es la edad quien se encarga de cobrarnos la deuda. Los superhéroes desafían de manera imaginaria esa barrera. Para ellos el cuerpo es una herramienta infatigable, lista para salvar al mundo y sorprender a los simples mortales. El cine funciona de manera similar: un rostro capturado por la cámara permanecerá eternamente en ese momento. Es un bello engaño.

La fiebre por las franquicias eternas dificulta que un actor pase muchos años atrapado por un papel. El cansancio aparece cada vez con más frecuencia en el público y la única salida (en opinión de los estudios) es volver a empezar. Nuevos rostros, mismas historias. En los últimos 15 años, por ejemplo, tres personas diferentes han sido el Hombre Araña. Hugh Jackman es un caso excepcional, desde el 2000 ha sido el rostro de Wolverine, el mutante más popular de los X-Men. Pero, como todos, eventualmente la edad y el cansancio han llegado a su cuerpo. La despedida de Jackman trata exactamente esos temas y los mezcla con una puesta en escena reminiscente de los western crepusculares de los 70. Logan (2017) tiene como protagonista a un hombre cansado de hacer lo que mejor hace, abandonando su identidad sólo para entender que es imposible separarse de ella.

Las primeras tomas de la cinta muestran a un Wolverine maltrecho y tosiendo sangre (obvio cliché de tos roja en pañuelo blanco), apesadumbrado con la responsabilidad de cuidar a un senil Profesor Xavier (Patrick Stewart también colgando la silla), enloquecido y adormecido por las medicinas. Los mutantes parecen haberse extinguido, han pasado 25 años sin nuevos nacimientos. Sin embargo, una niña aparece en las vidas de nuestros protagonistas y necesita ayuda para alcanzar la frontera para huir de una malvada transnacional. Logan tendrá que sacarle filo a las garras una vez más.

James Mangold nunca ha sido el director más sutil cuando se trata de mostrar sus influencias y su nuevo trabajo detrás de la cámara no es la excepción. The Wolverine (2013) ya mostraba el camino por donde el personaje caminaría a su futuro retiro: alguien privaba al protagonista de su habilidad para regenerarse y, así, su vida podía estar en verdadero peligro. Logan es una continuación de ese punto, gran parte de la película Jackman cojea, se ve falto de aire y ataca con lentitud, como un león que espera sin miedo al joven felino que acabará con su dominio. La eutanasia tiene muchas caras.

La estructura de la cinta recuerda el trabajo de cineastas como Sam Peckinpah (La pandilla salvaje) o Clint Eastwood (Los imperdonables), viejos sabuesos del género más norteamericano que muestran a sus héroes caídos y reticentes de seguir con su estilo de vida, no obstante son incapaces de alejarse a praderas más tranquilas. La violencia es parte de su carne, un elemento inseparable de su propia existencia.

Logan es una muestra de que es posible hacer películas maduras con superhéroes (a pesar de que un par de pechos y la violencia sean gratuitas en ocasiones), con temas de verdadera resonancia emocional. Todos estamos esperando que el tiempo nos alcance.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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