La realidad de los países africanos llega de forma parcial a todo Occidente y, usualmente, bajo una lógica de representación cimentada en sus problemas y en la explotación sensacionalista de su dolor. En el caso de su cine, lo que llega a las pantallas del mundo se concentra en temas muy específicos o en privilegiar el exotismo de aquellos lugares.
Para Mahamat-Saleh Haroun, cineasta originario de Chad, existe desde el inicio una inquietud social que fue bien acogida en tierras europeas –particularmente en Cannes– que mantiene una distancia necesaria de las agendas de las ONG y organismos estatales para hablar de una experiencia humana, antes que de una experiencia política.
En Lingui: lazos sagrados (Lingui, 2021), su más reciente película, el ominoso tema del aborto domina la conversación alrededor de la película, pero existe en ella más que una agenda social o la necesidad de hacer panfletos a favor o en contra del tema. Tuvimos oportunidad de conversar con el cineasta a propósito de lo que está alrededor de la película, así como de la utilidad social del cine.
Me gustaría preguntarte primero sobre las categorías o etiquetas que se atribuyen a tus películas con frecuencia, particularmente las de “social” o “realista”: ¿consideras justas o precisas estas clasificaciones?
Mahamat-Saleh Haroun (MSH): Como cineasta, vives en la ciudad, eres parte de ella y los problemas sociales también, entonces te ves involucrado políticamente. Hacer películas es la manera que tengo de darle sentido a esos problemas y reflexionar al respecto de los mismos. Por ello el “realismo” es tan importante para mí, aún si mi siguiente película es de hecho una fantasía, género que también tiene un fuerte elemento político. Me parece importante lidiar con problemas sociales, especialmente en un país como Chad, donde tenemos muchos problemas cuyas fuentes son políticas.
Creo que es muy apropiado que tu siguiente proyecto sea una fantasía, porque la concepción que tenemos del cine “social” o “realista” es de un entorno sombrío, sobrio y oscuro pero tu película es muy colorida, con bastante luz orgánicamente integrada –o descubierta– en el mundo que retratas. Pienso, por ejemplo, en la primera escena en la que se habla de aborto y una de las actrices está parada junto a un pedazo de tela azul que hace de la dureza del momento algo bastante bello. ¿Cómo es tu aproximación al color?
MSH: Los colores son muy importantes. Siempre trato de buscar este contraste entre la supuesta “fealdad” de los lugares, la belleza que tienen y el drama que se desarrolla entre ellas. Siento que el drama se potencia cuando existen esos elementos de belleza a cuando todo es de un solo tono, de color o emocional. Cuando mezclas los elementos, se genera una melancolía que me interesa transmitir. La belleza puede resaltar aún más estos elementos, ofrece una manera poética de contar la historia. Es la forma en la que puedes encontrar poesía en las cosas cotidianas.
Es muy común que los cineastas usen a sus personajes como vehículos para sus propias opiniones o defender sus ideas. ¿Usas a tus personajes de una forma similar o tienen independencia?
MSH: Creo que es muy importante que sean independientes. Considerando que también soy novelista, es indispensable que los personajes tengan independencia de pensamiento y uno como escritor se limita a seguirlos. Tienen su propia psicología y debes respetar eso. No hago películas para transmitir mis ideas e, incluso si hablamos sobre el aborto, mi intención nunca es hacer que la película sea una declaración a favor o en contra del mismo. La película es sobre una madre que trata de encontrar una solución. ¿Quién soy yo para juzgarla? Todos tienen la libertad de elegir sus propias decisiones y eso es lo que me interesaba mostrar, no una apología del aborto sino un reflejo de lo que se haría en una situación similar. Lo que esta mujer trata de evitar es que su historia se repita con su hija, detener ese proceso. Debo respetar eso, no son mis ideas. Son las ideas de personas con las que realicé un trabajo de investigación.
Tu primera película fue un documental, Bye Bye Africa (1999), y algo que me parece importante es el papel que tiene la cámara tanto ahí como en Lingui. ¿Cómo afecta el lugar o la forma en que decides poner la cámara de un documental a un trabajo de ficción?
MSH: El documental se compone de la realidad misma y en la ficción el cineasta es quien compone lo que se ve a cuadro. No veo gran diferencia entre ambos, para mí lo que es importante es mezclarlos, incluso en Lingui. Cuando veo una ficción y siento que se ve como un documental, eso es algo muy estimulante. A veces en un documental, algunas escenas pueden llegar a parecer ficción. Ese es el efecto que me interesa, la ficción que se percibe como documental –o realidad– pero que no lo es. En el documental la composición es menos importante que en la ficción, porque, si se sigue a un personaje en un documental, lo importante es lo que ese personaje hace y se le sigue. En la ficción tienes la oportunidad de componer lo que está visible.
Específicamente en Lingui, ¿cómo elegiste componer las escenas? Es notorio que la composición cambia dependiendo de la circunstancia e incluso del momento del día…
MSH: Tenía mucho en mente a Caravaggio como referencia para componer las escenas. Me interesa mucho lo que hace con la luz y la oscuridad. Me gusta mucho la forma en la que no toda la información está a cuadro, que existen cosas ocultas que no vemos. Me interesa esta idea de parcialidad y no de totalidad de lo que vemos. Compongo las escenas de la película sin ninguna certeza, por ejemplo, me ves aquí (en la entrevista por Zoom) y yo pongo un libro aquí (pone el libro junto a su rostro) y algo se mantiene oculto, incluso aquí en mi oficina, solo ves una parte, ¡no ves la totalidad de la misma! Es una manera de decir que solo estoy mostrando una parte, que siempre existe una parte oscura, oculta en la composición. La composición es en lo que enfoco mi atención de la totalidad de lo que sucede, más nunca la totalidad.
Ahora me gustaría hablar sobre vínculos o lazos. Las relaciones humanas parecen ser fundamentales en tu filmografía, entre otros temas como sacrificio y resiliencia, ¿por qué el énfasis en la importancia de los lazos o los vínculos entre personas?
MSH: Son tan importantes que incluso están en el título de la película. Aquí hablo de los lazos sociales que se tienen cuando se pertenece a una comunidad. En Chad tenemos una gran cantidad de problemas sociales y la gente desea actuar con un gran espíritu solidario y gentil. No estás solo, eres parte de la comunidad. Como tal, debes involucrarte con tu comunidad. Los lazos crean una interdependencia en la que, si uno de sus miembros tiene un problema, existe otro que se solidariza y ayuda con ese problema. Si tu casa se quema, es mi deber como vecino ayudarte, de lo contrario el fuego se extiende y también puede quemar mi casa. Es un asunto de solidaridad, encontrar en la unión la fuerza suficiente para resolver un problema. Eso es algo que ejercen las mujeres en Chad, porque de esa forma se conserva la existencia. Si la gente levanta la voz es porque todavía existe la solidaridad. Hay una frase que me gusta: “sólo puedes ir más rápido, pero juntos podemos llegar más lejos”.
Al pensar en esto que dices sobre la solidaridad, ¿crees que las películas son instrumentos útiles para hacer cambios sociales que tengan impacto significativo?
MSH: Pienso que sí. Ver cine es una actividad solitaria, pero su naturaleza es colectiva y, como tal, su impacto también puede tener implicaciones a ese nivel. Por ejemplo, en Bélgica, hay una ley llamada “Rosetta” por la película de los Dardenne que surgió en el parlamento belga para ayudar a los jóvenes después de haber visto la película. No siempre, pero esa es la razón por la que hacemos películas: creemos que algo se puede cambiar.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)