El Árbol de la Vida (The Tree of Life, 2011) es el nombre de la última cinta escrita y dirigida por Terrence Malick, quien realiza un paralelismo entre su visión panteísta sobre el origen y mística del universo, y la naturaleza humana representada en la vida de una familia norteamericana ubicada en los años 50 del siglo pasado. Todo esto encapsulado en una densa narrativa filosófica y existencialista.
Dejando a un lado el análisis fílmico sobre las intenciones de Malick –que ya ha dejado suficientes críticas polarizadas–, enfoquémonos en Alexandre Desplat, compositor francés encargado de escribir la música de este largometraje estadounidense.
Desplat, quien dentro del campo cinematográfico ha sido el encargado de sonorizar filmes como La Reina (The Queen, 2006), Fantástico Sr. Zorro (Fantastic Mr. Fox, 2009), El Curioso Caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button, 2008) y El Discurso del Rey (The King’s Speech, 2010), realiza un score digno para la temática e imágenes secuenciadas de forma poco convencional dentro de la cinta.
El origen del cosmos, las supernovas, la formación de la Tierra y los primeros seres vivientes que surgen de ella, son retratados para ser contemplados de una forma onírica e hipnotizante y, justo en esto, Desplat hace uso de su talento para envolver esas escenas con un atmósfera al inicio minimalista pero que, conforme avanzan los compases, se expande en instrumentación y estructura simulando la evolución inmanente en la naturaleza del universo y la vida.
En otro apartado se encuentran la piezas que van de la mano con la historia humana situada en la mitad del siglo XX. Con Childhood, Desplant lanza notas ingenuamente pinceladas en un piano que se acompaña de un interminable ir y venir del arco de un violonchelo. Fatherhood, por el contrario, comienza con un seco arreglo de cuerdas que da pie a notas tensas y dramáticas, representando la dureza e impasible carácter que sostiene el padre de familia de esa época. Piezas como River, Skies y Good & Evil, se conforman de un tranquilidad engañosa, no hay pieza que no de la sensación de estar completamente aislado y, en cierta manera, levitando en un espacio indefinido.
Desplat acierta adecuadamente al compenetrar cada pieza con las imágenes que Malick muestra. Sobre todo, la música acentúa y dirige cada escena a la intención narrativa que el director busca plasmar. Si éste es un filme demasiado pretencioso o no, es algo que sólo depende de la percepción que el espectador pueda tener. Lo que sí se puede afirmar con mayor objetivad es que la música de Desplat no pudo haber sido tan más adecuada y precisa para esta cinta.
Por Antonio Millán