‘La persecución’: Cazando cheques para el retiro

La nueva película de Michael Douglas, La persecución (Beyond the Reach, 2014), quizá valga la pena por el morbo de comprobar en qué estado se encuentra el que fuera uno de los actores más taquilleros de Hollywood tras esa fatal enfermedad que estuvo a punto de arrancarle la vida y qué tan en forma se encuentra para rodar una película de acción. El veterano actor no tiene inconveniente en este tipo de escenas; todos los pasajes que requieren esfuerzo físico son reservados para el joven Jeremine Irvine, puesto que Douglas no da más que contados pasos durante todo el filme, aunque de cualquier modo se las ingenia para darle caza al personaje de Irvine.

La persecución es de esas películas que te deja la sensación que de no ser por su desastroso desenlace, estaríamos ante una película regular o cuando menos apta para un rato de entretenimiento, pero esa fatídica recta final está tan mal llevada que arrastra el resto del filme que quizás, después de todo, no es tan malo (aunque tampoco una maravilla, claro está).

La película se construye a partir del conocido argumento de “la persecución gato-ratón”, en la que un personaje se la pasa dando caza al otro durante todo el metraje pretendiendo dar pie a emocionantes persecuciones. El principal problema de esta cinta es que de entrada no nos dibuja un perfil psicológico de ambos personajes, por lo que simplemente se nos presenta a Douglas como el malo malísimo al que debemos de odiar y a Irvine como el héroe al que debemos compadecer. Claro que es difícil sentir una empatía hacia el protagonista o adversidad ante el villano cuando ambos personajes no están bien perfilados.

La película arranca con una introducción bastante lenta en que poco se hace por presentar a los personajes adecuadamente, limitándose a mostrarnos hermosos paisajes y uno que otro momento gracioso para sacarnos una sonrisa y que olvidemos el vacío del guión. Luego viene todo el fragor de la persecución, que si bien está lejos de hacer que le público se muerda las uñas, cuando menos se sigue con interés y hay un par de secuencias bastante bien llevadas que le dan un adecuado ritmo a la cinta. En este aspecto, se le saca mucho jugo al desértico paisaje presente en todo el filme, logrando que percibamos el dolor físico y el cansancio del personaje, esto gracias a la buena labor maquillando a Irvine para que parezca verdaderamente maltratado  por el desierto.

Lamentablemente, el director de la cinta pareciera padecer el síndrome “Alargo la película porque no sé cómo terminarla” y termina provocando que la recta final sea aburrida, además de mal ejecutada, pues la forma en que se resuelve el destino de los personajes es ridículo y por demás desproporcionado a la forma en que se ejecutó el desarrollo de la película. El final, en vez de provocar la tensión del público, provoca sus carcajadas como si se encontrara viendo una parodia barata.

En cuanto a las actuaciones, Irvine da una sólida actuación (aunque queda la duda de si esto es mérito de él o del maquillaje que lo hace ver tan demacrado) e incluso ensombrece a un Douglas en horas bajas que se pasea por el filme con un rol en el que se ve que por fin ha aceptado que ya dejó de ser el objeto del deseo de femmes fatales como Demi Moore, Glenn Close o Sharon Stone y que, de ahora en adelante, tendrá que aceptar papeles lejos de su perfil de “cuarentón deseado de Hollywood”. Probablemente tal condición no sea difícil aceptar habiéndose quedado con Catherine Zeta Jones como premio por haber culminado esa faceta de semental del cine contemporáneo.

Por Víctor López Velarde Santibáñez (@VictorVSant)

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