Kathryn Bigelow: la necesidad del peligro

Al final de Punto límite (Point Break, 1991), el atractivo e idealizado antagonista Bodhi (Patrick Swayze) le pide al agente del FBI Johnny Utah (Keanu Reeves antes de volverse una caricatura) una oportunidad para probar las peligrosas olas de una playa australiana. El héroe sabe, de antemano, que su prisionero no volverá pero respeta su deseo de peligro, de probarse ante la vida y así encontrarle sentido. Es una escena donde la directora Kathryn Bigelow demuestra su talento detrás de la cámara y, de paso, engloba temáticamente su carrera fílmica.

A lo largo de casi 10 largometrajes y un par de cortometrajes, Bigelow ha optado por retratar personajes que deciden salir de la zona de confort. Desde los motociclistas de su ópera prima The Loveless (1981) –en co-dirección con Monty Montgomery– que deciden detenerse en un pequeño poblado sureño –el sur y la ropa de piel nunca se han llevado bien– antes de llegar a su destino, hasta la incansable/obsesiva por el trabajo Maya (Jessica Chastain) que arriesga su cuello por atrapar a Bin Laden en La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2012).

Bigelow ha desarrollado una carrera que cruza géneros. Incluso aborda algunos dominados históricamente por los hombres, como el cine de acción o el noir. Recordemos Cuando cae la oscuridad (Near Dark, 1987), una revalorización del mito del vampiro –palabra nunca pronunciada en la cinta– filtrada por el western y las road movies. De nuevo con un protagonista que decide probar otra vida ajena a su realidad, la andanzas de un muerde yugulares contra el tranquilo día a día del campo.

Y así podríamos encontrar ejemplos de hibridación genérica en casi todos sus trabajos. La ciencia ficción y el noir revisionista en Días extraños (Strange Days, 1995); el melodrama histórico y el whodunit de El peso del agua (The Weight of Water, 2000); el cine de guerra y el thriller tejidos en K-19: The Widowmaker (2002) –en la que ya comenzaba a asomar su interés por los efectos de la lucha armada en los combatientes–; o el thriller sexual con asomos de cine de terror plasmado en Acero azul (Blue Steel, 1989). La inquietud por jugar con las reglas previamente establecidas siempre está presente, aun cuando la ruptura se asemeja más a una sutil corriente de viento que a la flamígera explosión de una granada.

La suya es una filmografía cimentada al interior del sistema de estudios, estructura que brinda pocas oportunidades a las cineastas del mundo o las condena a hacer comedias románticas rosas o melodramas de foco “feminista”. También ahí Bigelow luchó por dejar la comodidad a un lado y ha sido reconocida por ello: es la única mujer merecedora de un Oscar a Mejor Dirección por su trabajo en Zona de miedo (The Hurt Locker, 2008).

Inclusive en sus puntos bajos Bigelow logra implantar su sello estilístico, fuertemente influenciado por la pintura gracias a sus estudios en el San Francisco Art Institute. Las imágenes creadas por la auteur perduran en el subconsciente del público, como los clips de memoria que traficaba el protagonista de Días extraños –su reflexión sobre el adictivo poder de la mirada, el sufrimiento dentro del cine mismo y el placer derivado de éste.

El corpus cinematográfico de Bigelow es una demostración de la nula necesidad de la testosterona en el cuerpo para darle a la audiencia su necesaria dosis de peligro. Esa gigantesca ola, nos espera.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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