‘La noche más oscura’: Autopsia de un asesinato

En su edición de marzo de este año, la revista Esquire entrevista al hombre que puso tres balas en la masa encefálica del hombre más buscado por los Estados Unidos: Osama Bin Laden. ¿Se imaginan por un momento ser ese marine? ¿Ser proclamado por Barack Obama un héroe nacional y no poder decir quién eres? ¿Perder todo por miedo a que Al Qaeda te encuentre y mate a toda tu familia? Definir el asesinato como: “Eso fue repetición y memoria muscular. Es él, boom, hecho.”

¿Cómo llegamos a ese momento? ¿Quiénes buscaron y encontraron a Bin Laden? Las respuestas a esas preguntas son retratadas en el más reciente trabajo de Kathryn Bigelow: La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2012).

Con la misma frialdad que el marine describe como accionó su arma contra el líder terrorista —actitud propia de una máquina entrenada para matar—, Kathryn Bigelow plasma la historia de Maya (Jessica Chastain), la agente de la CIA que lideró la caza de Bin Laden hasta su punto final. Es tan distante y frío el acercamiento de Bigelow que a su lado Michael Haneke es Lolita Ayala.

La directora busca eliminar con esa frialdad los toques de patrioterismo propios del tema, aunque sin lograrlo del todo. Se limita a mostrar los hechos de la manera más apegada a la realidad, objetivo que se cumplió en la escena del ataque según las palabras del marine en Esquire con excepción de algunos cambios: “Ellos lo hollywoodizaron.”

Es la pericia de Bigelow lo que diferencia a su película de Cazando a Bin Laden (SEAL Team Six: The Raid on Osama Bin Laden/Code Name: Geronimo, 2012), la aleja de ser simple propaganda electoral y lleva los hechos al público para que el juicio sobre si la CIA actuó de manera correcta o no provenga de ellos, no de la cineasta.

Con Zero Dark Thirty, Jessica Chastain confirma que es una actriz con un registro histriónico envidiable. Su actuación como Maya sostiene la mayoría de los momentos dramáticos de la cinta, además de hacer patentes las contradicciones de la misión. Primero la vemos acongojarse por la tortura a la que se somete a los presos, poco a poco la veremos aceptar ese hecho como algo inherente, rutinario y necesario para alcanzar sus fines. Ya no sólo es testigo, sino que las ejecuta.

Ése es el apartado que más críticas ha recibido, para algunos el largometraje y las escenas de tortura sirven para disculpar y justificar las violaciones a los derechos humanos, convirtiéndolas en algo necesario para los EU. Recientemente, la realizadora se defendió en un editorial para el LA Times asegurando que “aquellos que trabajan en las artes, saben que representarlas no es avalarlas”.

Si de algo podemos acusar a Bigelow es de ambigüedad. Como afirma el crítico argentino Roger Koza, lo ambiguo del filme “pasa por el móvil consciente e inconsciente de Maya: la justicia es equivalente a la venganza, aunque una vez cumplida el sabor de la revancha será amargo e incómodo.”

El proyecto Zero Dark Thirty se convirtió innecesariamente en un fenómeno político debido a las prisas por llevar la historia a la pantalla grande y por aceptar ayuda de la CIA. La historia juzgará si la cinta era mera propaganda electoral o sus méritos cinematográficos son superiores a la polémica.

Tal vez todo sea exactamente como lo describe el guionista Bret Easton Ellis: “Kathryn Bigelow sería considerada como una cineasta medianamente interesante si fuera hombre, pero como es una mujer bastante atractiva está sobrevalorada.”

Por Rafael Paz (@pazespa)

 

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