Israel Ahumada, la trinidad de la violencia

La violencia ha sido una condición que mucho se ha trabajado en diversas esferas del conocimiento desde el siglo XX (Walter Benjamin, 1921; Levinas, 1934; Slavoj Zizek, 2008; o Roberto Bolaño, 2009). Su análisis recorre concepciones ontológicas y psicológicas como éticas y políticas. Israel Ahumada, egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), reúne tres cortometrajes de ficción en los que la violencia es el punto de partida.

Perdona nuestras ofensas (2013, 15’16’’) es el trabajo que más destaca en virtud de un mejor dominio del ritmo y la fotografía. Un treintón que vive con su madre enferma —Wanda Seux, fanática católica— en una casa sucia y descuidada, aparentemente sin trabajo y psicólogo de profesión, está obsesionado con su vecina; sin embargo, es lo suficientemente cobarde y retraído para hablarle. Supeditado a las necesidades de su madre, también con serias patologías, vive violentado y frustrado. Para evadirse un poco, roba utensilios y ropa de su vecina, que huele cada vez que puede. Cuando la mente se nubla, la única solución ante un ataque es uno de mayor intensidad. El treintón necesita espacio y tranquilidad para estar a solas con ella. El día del cumpleaños de su madre la regalará a un asilo. Entre su vecina de muslos canela y él ya no se interpone nada, excepto todo su asco y su rechazo; es por eso que la única solución posible en su mente atribulada es poseerla, así sea en la calle, frente a una barda que promueve el voto al PAN. El Estado de México, la entidad con más feminicidios en el país, se revuelve entre calles sin pavimentar, zonas marginales, medios de transportes caros, inseguridad y violencia. El PRI, vieja escuela, manipula datos con una retórica que gana elecciones, pero que nada ha podido (ni querido) hacer en el Estado de México y Ciudad Juárez. Con un ritmo sobrio y cámara fija, Ahumada nos va llevando entre distintas tonalidades, a veces rojos y verdes brillantes o grises y opacos que empañan los ojos. Resalta la actuación de Wanda Seux, de llanto incontrolable y tos eterna. Unas llantas se consumen en el amanecer (“El sol se alza rojo, se ha vertido sangre esta noche” en palabras de Legolas).

Pensándolo bien (2010, 3’51’’) es el arrepentimiento patológico de un joven que prefiere un amor frío, tieso y en silencio eterno. Con un ritmo lento, vamos acercándonos al lugar donde habita el terror, o mejor dicho, donde duerme la consumación del terror. Planos abiertos contextualizan al espectador hasta un close up que, de tan cercano, nos permite dibujar la pintura de líquido carmín. Un microcuento explosivo y tenso que nos recuerda a las plumas jóvenes de la exquisita y contundente narrativa como la de Úrsula Fuentesberain (Sobre cómo nació el río que camina calle abajo y La cara de Ángel).

Fantasma (2010, 07’56’’) es el trabajo menos sistemático de Ahumada. Cortometraje monocromático y lúdico con movimientos de cámara y planos secuencia que siguen la desesperación e impotencia de un adolescente que está hasta la madre de las extravagancias existenciales de su padre, de sus lloriqueos  que no cesan hasta quedarse dormido. Atrás, en la banda sonora, escuchamos al inmortal Chabelo, en su programa (que ha presenciado once mundiales) familiar; habla con dos hermanos, gemelos que están a punto de entrar a la catafixia. Dato curioso en un director que tiene como fotógrafo a su hermano, un espejo que también dirige. Fantasma es un mini thriller de violencia pasiva-activa donde la muerte es deseada y provocada, al menos, en el mundo onírico. El fratricidio para la libertad y el crecimiento, pero no en un sentido freudiano, sino en el más primitivo, el más instintivo, en el que el nuestras propias manos nos liberan de la condena del apellido paterno.

Benny (Argel Ahumada, 2014, 25’) es una docuficción (Ayala Blanco) que gusta de las tomas fijas, se da el tiempo de saborear, de cocinar, de ser un vagabundo con la cámara. Por momentos, de características vertovianas, la cámara nos muestra todo aquello que no es Benny y sin embargo es parte de su realidad. Gatos callejeros bajando de paredes, gatos mirando fijamente o felinos copulando, es parte de las aparentes divagaciones de la cámara. Benny es un músico que vive con lo suficiente, un trapero que proclama la paz y disfruta de su espacio-total en el que bien puede dormir, comer, fumar hierba, ver televisión o ser puesto a cuadro. Sabemos que Benny tenía (tiene) con qué, después de escuchar una jam session y ver sus manos y su mentón a ritmo de blues y rock and roll. El foco siempre busca los objetos en su proximidad, en un close up de vocación de lupa, las manos, la boca, una naranja o la plancha aparecen como actores. Vemos con qué gusto se libera de la realidad con un porro. La cámara se disuelve; él también. Afuera llueve, la pantalla empañada. Cae granizo. Qué mejor homenaje que una granizada callejera que de a poco deviene en aplausos. La historia marginal debe ser rescatada y narrada, ponerse a cuadro, reivindicarse y recordarse. Una de las virtudes de Benny, la memoria, la memoria musical. Una de las virtudes del filme, asistir a la contrahistoria.

Por Icnitl Ytzamat-ul Contreras García (@Mariodelacerna)

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