El turismo puede ser una práctica depredadora, voraz. Un viaje promedio consiste en una visita de unos cuantos días a un lugar que jamás alcanzaremos a conocer con mayor profundidad, para ser atendidos por gente local con vidas abismalmente distintas a las condiciones que procuran para los turistas, en entornos perfectamente controlados, donde todo está diseñado para que el descanso y relajación no sean interrumpidos por nada. En los destinos turísticos, la ilusión del confort prevalece sostenida por un andamiaje silencioso de puertas traseras, pasillos ocultos, camaristas sigilosas y periferias nada glamurosas. La ilusión es para quien quiera y pueda pagarla.
Es en un entorno como así donde acontece Muerte infinita (Infinity Pool, 2023), la tercera cinta de Brandon Cronenberg. En el centro, una pareja adinerada interpretada por Alexander Skarsgård y Cleopatra Coleman: James es un novelista mantenido en busca de inspiración y Em su devota esposa. Están de vacaciones en un país inventado, un país tan peligroso que a los turistas no les es permitido salir a explorar más allá de las instalaciones del resort, donde todo se siente falso, construido para el placer. Conocen a Gabi y Alban (Mia Goth y Jalil Lespert), otra pareja que está de vacaciones, y comienzan a pasar tiempo con ellos. Hasta que todo sale mal y James termina sentenciado a muerte. Pero este país se toma muy en serio el servicio al cliente y ofrece una alternativa ideal para los turistas adinerados: ahí es posible pagar por la creación de un clon idéntico –con todo y los recuerdos del original– para ser usado como chivo expiatorio. Además, te puedes llevar las cenizas como un exótico souvenir.
A partir de esta premisa, Cronenberg explora la voluntad y caprichos de cierta clase adinerada que no es tan distinta de aquella que inunda los destinos turísticos año tras año: un grupo de visitantes voraces, insaciables y sin escrúpulos que ven en aquel sitio, donde absolutamente todo está a su servicio, nada más que un espacio de juegos. Como era de esperarse, mientras la trama avanza el asunto va volviéndose mucho más turbio y perverso, permitiendo al cineasta explotar y seguir consolidando su estilo a través de secuencias saturadas, desbordantes e híperaceleradas. Al mismo tiempo, en un despliegue actoral impresionante, Skarsgård parece mutar mientras la trama va retorciéndose y enredándolo hasta las últimas consecuencias.
Con su breve filmografía, queda claro que Cronenberg Jr. está en camino de consolidar un estilo característico, sin miedo a los excesos y a los estímulos visuales. Infinity Pool es un despliegue formal muy sólido, con actuaciones bien dirigidas y una trama inquietante y cautivadora que, sin embargo, se apresura para cerrar con una incógnita predecible. Está por verse qué tan hondo puede alcanzar el cineasta a hurgar en la psique de sus personajes a partir de la que ya es una plataforma sólida y prometedora.
Por Ana Laura Pérez (@ay_ana_laura)