No son horas de olvidar y la templanza de saber morir

Y el hombre… Pobre…pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
César Vallejo

Dar la bienvenida a la muerte como quien le abre la puerta a la celebración. Juana y Jorge son dos adultos mayores que viven su exilio en México, después del golpe de estado en Chile en 1973. Escultores de su propia memoria, Juana y Jorge, registraban en diarios y grabaciones su tristeza y su júbilo: ¿cuánta melancolía cabe en cajas y cajas de vhs? ¿Cuánto dolor se hace agua en el olvido de nosotros mismos?

No son horas de olvidar (primer largometraje documental del director mexicano David Castañón) busca darle materialidad a la neblina que transgrede la memoria de Juana y su relación que se diluye con Jorge y sus hijos. El Alzheimer llegó a las habitaciones de Juana y en su oscuridad, trata de reconstruir las ficciones extraviadas. La mirada de Castañón y Jessica Villamil (fotografía) desglosa con cuidado los escenarios en los que Jorge intenta anclar a Juana a esta realidad. La cámara se mueve en los caminos que no buscan explotar una situación dolorosa, sino en la dignidad que implica la tarea cotidiana del cuidado. Castañón va construyendo una narrativa entre cortes abruptos, conversaciones y secuencias del propio material de archivo del matrimonio chileno; sin embargo nunca se sale de la linealidad, de una estructura que parecería el propio espejo roto de la praxis que Jorge y Juana sostienen.

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La pérdida de la identidad es una muerte furente y disruptiva: su corporalidad camina, pero su conciencia ya no habita la densidad de lo corpóreo y en esta desesperación y soledad es en donde Castañón coloca el cariño de Jorge y Juana, un cariño que se juega en las decisiones y rutinas de lo cotidiano; rutinas que se vuelven insostenibles, como tender una cama. El suelo ético en el que se desenvuelven las decisiones abraza el espectro de emociones propias de una situación complicada: enojo, frustración, burla y dolor. No son horas de olvidar no se envanece en la romantización maniquea de Como si fuera la primera vez (50 First Dates, Peter Segal, 2004) ni en la asepxia de Diario de una pasión (The Notebook, Nick Cassavetes, 2004); sino en el reconocimiento de la pérdida, lo inevitable del dolor y la necesidad de hacerle frente.

“La vida es como es, no como una quisiera que fuera”, cuenta Jorge con una templanza que pareciera inquebrantable; sin embargo vemos guiños de su propia frustración y desencanto. Si bien Juana le dio la bienvenida al olvido, Jorge le dio la bienvenida a lo definitivo; a la imposibilidad. ¿Es posible restablecerse de un desencanto absoluto? Jorge construía expectativas en una memoria que puede recobrarse en el país amado, en el país de origen. Que la tierra chilena le devolviera su propia voz a Juana; sus propias recuerdos. Pero la memoria es fallida, y en todas sus fisuras se filtra la desesperanza y la tristeza ancestral.

Sin memoria no hay camino que reivindicar, no hay oriente para colocar la noche. ¿Qué les queda a los sobrevivientes, qué les queda si ya abrazaron su propia muerte con la caricia del olvido? ¿Qué le queda a alguien que ya no se encuentra a sí misma? Darle la bienvenida a la muerte, como quien sonríe en una celebración.

Por Icnitl Ytzamat-ul Contreras García (@mariodelacerna)