Hacer cine no es hacer juicios: Una entrevista con Jaime Rosales sobre ‘Hermosa juventud’
Es inevitable que el cine responda a la realidad. Ya sea huyendo de ella o encontrándola más compleja de lo que la percibimos inmediatamente, el cine no es una extensión de lo inimaginable, sino de lo real. Si nos muestra bestias inéditas lo hace basándose en las que ya existen, combinándolas en un ser nuevo y a la vez familiar. El cine incorrectamente llamado “otro”, que se basa en el espectáculo de lo conocido y no de lo extraordinario, es un enfrentamiento voluntario con el mundo y con nosotros mismos. Sirve, como la obra de Jaime Rosales, para redescubrir lo ya visto, como en aquella escena clásica de Besos robados (Baisers volés, 1968) en que el protagonista, Antoine Doinel, mira su reflejo y grita una y otra vez: “¡Antoine Doinel!”. En el redescubrimiento de su propia forma aparecen el conocimiento de sí y la aceptación.
A lo largo de ya cinco largometrajes, con un cine que se niega a todo impulso romántico, el catalán Rosales ha intentado provocar esa disociación entre lo que imaginamos ser y lo que somos. En su representación de la vida como un aburrimiento del que se escapa en un insoportable acto dramático, como nos los muestra en Las horas del día (2003), o en su confrontación con la crisis económica que provoca breves tragedias de la dignidad entre sus apáticos jóvenes, como sucede en Hermosa juventud (2014), Rosales es un poeta de la normalidad, dedicado a la representación más natural de lo humano. Ni héroes ni villanos, en sus películas los personajes son sobrevivientes del tiempo que, como todos, buscan hacer de su estadía en la Tierra lo más placentero posible y fracasan vez tras vez. La felicidad no es imposible en el cine de Rosales, simplemente es, como afuera de sus filmes, fugaz.
A propósito del estreno de Hermosa juventud, su más reciente filme, Butaca Ancha conversó con él vía telefónica sobre sus temas, sus intereses y el rol de un cineasta ante su realidad y su ficción.
Me gustaría mucho preguntarte sobre los personajes de tu película. Cuando vi la película me evocó a una amiga que ha conocido circunstancias similares a las que vemos en la cinta. ¿Tú conoces estos personajes o los imaginas?
Hay una parte de ambos. En esta película en concreto me baso mucho en historias reales. Me baso mucho en un trabajo de investigación previa que no hice en mis películas anteriores. Tiro en la cabeza (2008) es un caso parecido a este. En aquella el tema es un caso más político que social en su día. Pero en este caso en particular existe mucha investigación. Me encontré con chicos y chicas para desarrollar los personajes. Me apoyé mucho en gente joven para hacer la película con ellos. También en el equipo técnico. En Alemania me entrevisté con muchas chicas que habían vivido la misma situación. Pero en la película había también una parte imaginada. Hay una parte de información recibida de una realidad y luego hay una construcción del relato cinematográfico, de una ficción para que sea la experiencia de una película.
Me llama la atención, en este sentido de la autenticidad, la forma en que utilizas el tiempo en tus películas, que no es como el tiempo dramático de Hollywood, en donde sólo vemos las partes donde sucede algo importante, sino que vemos más bien la cotidianidad de los personajes. ¿Por qué es tan importante verlos en sus tiempos muertos?
Es verdad que siempre me ha llamado mucho la atención la parte cotidiana en la vida. A mí me ha parecido que el cine es un espejo sobre la realidad. En la realidad ocurre que hay mucha cotidianidad. Y algunos momentos rompen esa cotidianidad y son extraordinarios y son dramáticos. Y puede ser emocional pero si yo quería ver el cine como espejo de la realidad tenía que tomar en cuenta lo cotidiano. Dentro de lo cotidiano hay detalles que pueden surgir que yo disfruto mucho, entonces la observación de lo cotidiano es como si en pintura pasáramos de Velázquez, de los reyes, de las batallas, o de Rembrandt o de Tiziano, a la pintura holandesa, de Vermeer. Me parece que hay mucho placer en la contemplación de lo cotidiano, que es espectacular. Claro, es una cuestión de gustos personales.
Aparte de este placer que nos genera la contemplación de lo cotidiano, ¿qué reacción esperas de la audiencia en el momento que vean reflejada no sólo su vida diaria sino también este contexto socioeconómico tan preocupante en el que se ven forzados a migrar o a hacer películas pornográficas para mejorar sus situaciones económicas?
La intensión ética o política de hacer una película es concienciar a todos. Tanto a los que son retratados en la película, los jóvenes, como también a las élites. Esa concienciación es importante para enfatizar la responsabilidad de cada uno. Me parece que es importante que en la película se vea que los jóvenes tienen su parte de responsabilidad. Están estancados, en parte, por culpa de ellos, pero también es importante mostrar un entorno extremadamente hostil en el que se encuentran. Es un entorno que ha sido construido por los adultos. Mostrar eso me parece que logra transmitir la esperanza. Ya que la responsabilidad es de ambos, la solución también tiene que partir de ambos. Los adultos tenemos la obligación de modificar el entorno social, hacerlo menos hostil. Y los jóvenes deben salir del ensimismamiento en que están para provocar al salida. Eso es lo que hay detrás de mis intenciones.
Es cierto. En la película no hay un juicio. Hay una exploración dentro de los propios jóvenes y su contexto social. No es una denuncia unilateral…
Es que para mí hacer una película no tiene por qué ser hacer un juicio. En un juicio hay un juez, hay una víctima y hay un causante, un delincuente. La película no tiene que ser un juicio y el cineasta no tiene que ser un juez: “Yo soy un juez, les voy a mostrar a una víctima y voy a mostrar un culpable”. No me interesa juzgar; me interesa mostrar. Las dos decisiones que yo creo que tiene un cineasta es: dónde coloca la cámara y cuánto dura un plano. Eso es lo que es el cine, desde mi punto de vista. Yo voy a mirar desde aquí sin ponerme muy por encima de ellos ni tampoco por debajo. Yo creo que es mostrar las cosas otras desde cierto punto de vista, porque enriquece el punto de vista de cada uno. Me gusta también ver una película sobre el mismo tema con otro enfoque. Me parece muy interesante.
En 2014, cuando presentaste Hermosa juventud en Cannes, también estuvieron Xenia y La Tribu (Plemya), un par de películas que se enfocan en el entorno social. ¿Tú crees que hay una corriente en Europa de cineastas interesados en reflejar la realidad social de sus países o son los festivales los que están escogiendo estos trabajos por una agenda, digamos, política?
Es una buena pregunta porque lo cierto es que los festivales funcionan un poquito como contrapoder del cine más comercial, puramente de mercado, es decir, el cine que consigue una distribución a través de los países sin pasar por los festivales de cine es el de entretenimiento. Entonces es cierto que los festivales de cine suelen preferir para sus muestras un cine que tiene en cuenta tanto una estética diferente como una mirada de los temas importantes desde el punto de vista social o político. Sería muy raro ver Batman en un festival o ver Dos tontos muy tontos ahí. Ellos ya tienen proyección mundial. Los festivales son sensibles a temáticas que creen que social o políticamente son importantes. Supongo que detrás hay la idea de que el cine es una herramienta o un arma, si se prefiere, para cambiar la situación política o social, mientras que por otro lado puede ser un instrumento puramente de entretenimiento o, que es lo que hace el cine más comercial. Es infrecuente encontrar películas que traten el tema político o social.
Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)