‘Gloria’: La gran captura

Malentender la soledad como un veneno está matando a Gloria (Paulina García). Lánguida, taciturna, esta mujer entrada en sus 50 es el éxito de un fracaso universal: la búsqueda de la felicidad en la presencia de los otros. Gloria es la costumbre de enajenar al yo en un mundo que considera la extroversión un valor esencial, y la introversión un pecado contra la comunidad. Como muchos entre nosotros, ella no está sola; se siente así. Gloria cree que la soledad se cura con los ansiolíticos que improvisa la desesperación: el baile de pareja, el sexo, el romance por encima del amor, el tabaco. Todas son soluciones emergentes, efímeras, necesidades creadas que bloquean la comunión esencial del humano, que es la reunión con el yo.

La primera imagen de la protagonista de Sebastián Lelio expresa su angustia con una esencialidad fuerte: ella bebe sola en la barra de un animado club nocturno y se mueve despacio entre la gente de su edad, que baila con ánimo mientras ella los contempla con el rostro manchado de tristeza. Cuando comienza a platicar o a bailar con otros su expresión cambia, su corazón se alivia. El contraste viene inmediatamente, cuando Gloria irremediablemente abandona el escape de su vida y regresa hacia la normalidad. El retorno a la innegable soledad es doloroso para Gloria, quien se busca un respiro en sus pequeños vicios y las llamadas a sus hijos. “Soy tu mamá”, les deja dicho en el buzón de voz, como orden, más bien chantaje, para que le arrojen un salvavidas, un permiso para visitarlos.

En Gloria (2013), Lelio utiliza un contexto de enajenación cultural para exigir un rescate de la introspección. Convertida en minoría, Gloria, que se siente vieja y apartada por la cultura de la omnipresencia, del celular que no deja hablar con el interlocutor presente ni con el remoto; de las nuevas concepciones de familia, y del cultivo del físico, no puede integrarse al mundo sin sentirse remota y decide terminar sus largos años como soltera divorciada con un hombre de su edad, Rodolfo (Sergio Hernández), y escapar al fin hacia un sueño donde nunca más estará sola. Se le olvida que Rodolfo, como ella, es real.

También divorciado, el novio de Gloria tiene un pasado. La incapacidad de ambos para aceptar el bagaje del otro se convierte en el derrumbe de la ilusión que logran crear con lecturas de poemas y apasionados encuentros eróticos. Rodolfo tiene dos hijas y una exesposa que no sólo dependen de él, sino que son dependientes. Gloria se muestra intolerante desde la primera llamada entrometida que corta un rato de amor, porque después de sentirse tan aislada ella hubiera esperado que su relación fuera perfecta. Rodolfo desaparece cuando Gloria lo ignora en una fiesta familiar y, peor, se sienta al lado de su exesposo para ver las fotos de sus hijos. Indignada por su reacción, Gloria no vuelve a contestarle el teléfono.

Lelio encuentra en el egoísmo, en la furiosa obsesión por lo idóneo, el fracaso del amor porque para él, como para Erich Fromm, amar es conocer, respetar, cuidar, responsabilizarse. Gloria y Rodolfo se incomodan ante el otro cuando descubren el pasado de cada quien y se rehúsan a aceptarse, pero la soledad que cargan en sus almas y que les hace necesitar del otro los reúne sólo para terminar en la recurrencia. Esta visión tan limitada se percibe en los símbolos que Gloria ignora, como el independiente gato que restaura el orden, o que reconoce con horror, como el esqueleto bailarín que le recuerda su mortalidad, porque, según nos expresa Lelio, Gloria va de error en error, como consecuencia de su búsqueda del amor y la aceptación afuera y no adentro de sí.

Pero Gloria concluye con esperanza, aunque requiere de una epifanía real entre las muchas distorsiones  de su protagonista el que finalmente se pierda en la masa que baila una famosa canción que lleva su nombre. Gloria se confunde entre los otros después de rechazar una invitación a bailar porque al fin ha dejado de necesitar a la comunidad tras una violenta catarsis y un encuentro en el abandono: el de sí. Lelio cumple su objetivo después de hacer luchar a su protagonista y la recompensa con la contradicción de su deseo por un gran escape: una gran captura. El estereotipo de la soledad se invierte cuando Gloria se aprehende y puede, al fin, bailar sola.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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