¿Es una fotografía una ventana a un mundo que ya no existe? Revisar fotografías o videos familiares viejos nos presenta una contradicción: por un lado, tenemos la oportunidad de mirar un fragmento de tiempo; por otra este fragmento de tiempo es precisamente eso, sólo un fragmento que está imposibilitado por su propia naturaleza de poder expresar a totalidad su contexto. Los rostros en la imagen pueden mostrarse felices, pero cómo saber si esas sonrisas son reales. Continuamente sonreímos para la foto como parte de nuestras exigencias sociales, hoy más que nunca gracias a la cantidad de miradas a nuestro alrededor y la vorágine de la virtualidad.
En Teorema de tiempo (2022), segundo largometraje de Andrés Kaiser –el primer documental–, el realizador utiliza el profuso archivo dejado por sus abuelos –Arnoldo y Anita, quienes funcionan como protagonistas de la narrativa– y otros parientes cercanos para cuestionarse sobre las ficciones que creamos a cuadro y cómo éstas afectan nuestras vidas más allá del encuadre.
La película hace, como muchos otros documentales sobre historias familiares –un tema popular del cine mexicano contemporáneo–, un breve repaso del árbol genealógico. Los Kaiser, de origen suizo, se asentaron en San Luis Potosí y fundaron una exitosa imprenta que les permitió llevar una vida holgada. Cuando llegó el turno de Arnoldo de dirigir el negocio familiar, esta exigencia de la sangre lo forzó a olvidar su deseo de ser músico, sin embargo el hecho despertó en él –y en su matrimonio– la verdadera vocación familiar: la creación de imágenes.
A partir de la unión con Anita, ambos se dedicaron a capturar la vida familiar con un ímpetu similar a los primeros rollos filmados por los hermanos Lumiere, una mezcla de inocencia y fascinación por el aparato que permitía conservar estos momentos para la posteridad. Pronto las imágenes dejaron su carácter documental para dar paso a pequeñas ficciones, narraciones con un encanto cercano a las primeras películas silentes, en las que la experimentación es constante porque las reglas de lo cinematográfico no habían sido escritas.
Con Anita como camarógrafa y Arnoldo como actor principal, Kaiser reflexiona en voz en off sobre el personaje que aparece en estos fotogramas: una creación de su abuelo para dar salida a ese deseo artístico que fue acotado por las exigencias familiares –las cuales irónicamente permiten que dedique su tiempo a crear estas ficciones caseras–, es un personaje que poco a poco comienza a borrar las líneas con la persona real.
Estas ficciones familiares sólo subrayan los defectos de las imágenes, sean fotografías o películas, como dispositivos de memoria, su conservación no responde a un principio de verdad sino a un deseo de creación artística. Esto las convierte, a pesar de su estatus amateur, en cine, de manera similar a cómo sucedía con las recreaciones que hacen los personajes de Be Kind Rewind (2008).
Andrés Kaiser señala a lo largo de su narrativa cómo los momentos trágicos de la familia quedan fuera de cuadro –peleas, desacuerdos, fallecimientos, etc.– o la manera en que la vocación casi documental de su abuela –a quien le gustaba “filmar el mundo desde una ventana”–, son marginados en pos de crear la ficción familiar. Hasta que eventualmente la realidad se impone de tal manera que es imposible seguir creando imágenes que no respondan a lo verdadero y la filmación se detiene.
Si algo muestra Teorema de tiempo es que el acto de filmarse, grabarse, fotografiarse o mirar una pantalla no es sino una respuesta a nuestro deseo de encontrar en ese espacio quién creemos que somos, así ese reflejo sea una ficción de nosotros mismos.
Por Rafael Paz (@pazespa)