‘Aladdín’: Sherezada digital

Cuando pedimos que nos repitan una historia siempre se asoma la sombra de una decepción. ¿Qué esperamos con más expectativa? ¿Una réplica exacta o una variación arriesgada? Hasta ahora, la forma segura de revivir esos relatos es a través de la reproducción exacta, permitida por medios como la impresión o el vídeo, únicas garantías de mantener la pureza de la experiencia original. Todo lo demás esta sujeto a la decepción. El monopolio mediático de Disney ha tomado un camino de nulo riesgo al llevar al live action su amplío catálogo de películas animadas, movida generadora ganancias millonarias y cuyo ejemplo más reciente es Aladdín (Aladdin, 2019).

Firmada, más que dirigida, por el británico Guy Ritchie, el live action de Aladino parte de la misma premisa que  la película homónima de 1992, tomando ciertas divergencias en su narración –particularmente en un claro mensaje de empoderamiento femenino a través de la Princesa Jazmín (Naomi Scott)– y un tono más “urbano/político” con tilde en los temas del poder y la necesidad de aparentar.

Desde sus primeros minutos, la película de Ritchie suena como Aladdín gracias al trabajo de los birllantes baladistas y compositores Alan Menken y Howard Ashman, pero lo que vemos insiste en comprimir los primeros 40 minutos de la película animada en 15 de esta nueva versión, cuya duración rebasa las dos horas. El diseño de producción toma más inspiración de una producción de segunda mano de Bollywood, no de los sofisticados y chillantes diseños de la película animada. Además, se percibe una profunda sequedad en los actores principales, particularmente en el muy débil Jafar de Marwan Kenzari.

La ominosa majestuosidad de la Cueva de las Maravillas de la versión original se ve reducida, Yago pasa de ser un ácido y estridente alivio cómico a un autómata hueco y el Principe Agbed se convierte en un idiota príncipe sueco (Billy Magnussen). Todo ha cambiado pero pretende mantener un vago sentido de familiaridad, nada parece funcionar hasta la llegada del personaje clave de la película: El Genio. Sin pretender opacar el enorme peso del indeleble trabajo vocal de Robin Williams, Will Smith entiende que el Genio ideal es una extensión de su star persona, lo que le permite interpretar, con soltura y cadencia, al mismo Will Smith, su personaje favorito.

Apoyada también en la presencia de la gran comediante Nasim Pedrad, conocida por su trabajo en Saturday Night Live, la película de Ritchie acumula más errores que aciertos en su balance final, indecisa entre alejarse de todo lo que hizo a la película animada un éxito pop en su momento y más construida como un vehículo de lucimiento para el verdadero protagonista, no el del título, sino el que habita una vieja lámpara de aceite.

Lustrosa por una innecesaria cantidad de retoques digitales.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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