Buzzard de Joel Potrykus

Desde su filme previo, Ape (2012), en el que un comediante de stand up hace un faustiano pacto con el diablo, el cineasta estadunidense Joel Potrykus ha establecido una rigurosamente laxa política autoral y fílmica desde Michigan, su estado de residencia, desde el cual trabaja en proyectos de bajo presupuesto que emparentan el patetismo y la mordaz mediocridad alojada en una gran mayoría del pueblo estadunidense de alguien como  Mike Judge (Beavis & Butthead; Office Space, 1997) con la abismal profundidad de visiones eurocentristas como la de Michael Haneke o Ruben Östlund. El nuevo filme de Potrykus presenta a un estafador de poca monta llamado Marty (Joshua Burge) que al sentir que podría ser descubierto por haber hecho un fraude de 2000 dólares- enorme suma para sus estándares- en la empresa en la que trabaja, por lo que huye a Detroit estafando gente y usando su “guante de poder”, un guante de Freddy Krugger con control de Nintendo, como arma letal.

Potrykus presenta un filme que es rebosante de desconcertante ociosidad e ingenua maldad, presentando a Marty y su compañero de trabajo, Derek (interpretado por Potrykus mismo) como adultos absorbidos por un abismo adolescente de indefenso nihilismo. No estamos simplemente ante otro retrato de la Generación X devota al heavy metal y en la transición a la vida adulta sino ante una bestia social distinta que el cineasta evita denunciar o señalar moralmente, por que forma parte de la misma. La cultura del ocio presentada por Potrykus es endémica y responde a cambios radicales en los paradigmas sociales y laborales, no solo de Estados Unidos, sino del mundo y siendo el cineasta de Michigan parte de ese fenómeno, su acercamiento es directo, genuino y hasta cierto punto, amenazante. Lo que Potrykus logra es elevar el Dorito, y todo lo que representa, a una dimensión existencial, en la que el Ello usa la máscara de un caricaturizado demonio.

Welp de Jonas Govaerts

¿Qué hubiera pasado si el célebre niño de Aveyron, hallado en condiciones ferales y traído a la civilización por el doctor francés Jean Itard, se convirtiese en sujeto de una cinta slasher de horror? Una atractiva, aunque irregular e inconsistente, respuesta parece ser otorgada por el cineasta belga Jonas Govaerts en su cinta Welp (2014) en la que un grupo de niños exploradores, junto con sus guías, son presas de un psicópata que ha dispuesto ingeniosas trampas a lo largo del bosque. Tomando elementos del género tan socorridos y sobre explotados, Govaerts busca explorar una arista distinta en la identidad del protagonista, Sam (Maurice Lutijen) que se topa con un “niño feral” que vive con el ingeniero de las “ingeniosas” trampas a las que sucumben los personajes.

La concepción de “feralidad” y la contraposición hecha por Govaerts con la “civilidad” de un grupo de estructura y jerarquía tal como los boy scouts es endeble y apenas esbozada en la desorganizada y confusa estructura de la cinta. Las cantidades de gore no son lo suficientemente altas para cubrir las cuotas de adeptos al género y las trampas no son ni la sombra del macabro ingenio que brota en los filmes del gran cineasta estadunidense Herschell Gordon Lewis (The wizard of gore, 1970). Sin embargo, Welp no carece de interés así como de un ritmo eficiente que sin duda, en algunos meses verá a Govaerts recibir ofertas de residir en Los Angeles para refritear películas de horror. Esperamos que sea lo suficientemente feroz para negarse.

Los hongos de Óscar Ruiz Nava

La toma de las calles por contingentes civiles es una de la imágenes más recurrentes de resistencia civil alrededor del mundo, que tuvo un auge particularmente significativo con la importantísima Primavera Árabe en Egipto durante el 2011, pero una vez desiertas las calles, lo que quedaba era algo quizá más poderoso, perdurable y por momentos de estridentemente sublime belleza: la resistencia gráfica en forma de flyers, tajas y graffittis. El cineasta colombiano Óscar Ruiz Nava, productor del filme La Sirga (2012), presenta en Los Hongos (2014) como se gesta esta resistencia gráfica enfatizando el contexto de la sociedad colombiana contemporánea y sus problemas en juvenil remix aural y plástico.

Ruiz Nava presenta la historia de un par de jóvenes aficionados al graffiti en Cali, el primero, Ras, hijo de una inmigrante que teme este embrujado y busca curarlo vía el cristianismo y Calvin, un joven que cuida de su abuela, enferma de cáncer y cuyo padre es un cantante en decadencia afecto a contar chistoretes. Alejándose del tremendismo al que ha sido afecto el cine latinoamericano de exportación en años recientes, Ruiz Nava ofrece una visión de Cali en la que existe un humorístico colapso intergeneracional total y donde más que una convicción política o social, existe una convicción artística que busca erigirse en medio de un estado fascistoide, conceptualizado como la vieja Babilonia, en la que unos cuantos “sionistas anarquistas”-analogía hecha por uno de los pintorescos personajes del filme- buscan apropiarse del espacio urbano, plagado de propaganda política, a través de una rebelión acrílico-creativa, en el que las palabras son menos importantes que las imágenes.

Queen and Country de John Boorman

El legendario cineasta británico John Boorman, autor de la elegantemente abstracta Point Blank (1967) ha desplegado un amplísimo rango que va desde piezas de ciencia ficción campy como Zardoz (1974) con Sean Connery en traje de baño rojo y mostachón estilo porno hasta el refinado patriotismo autobiográfico de Hope and Glory (1987), de la cual se desprende su filme más reciente, presente en la pasada Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, Queen and Country (2014). Situada en 1952, durante la Guerra de Corea, Boorman recrea en vívido detalle sus experiencias durante su servicio militar y en casa con su familia.

La nostalgia de Boorman comprende una sofisticada recreación, más que la mera reproducción de memorias ficcionalizadas, creando un abanico de referencias sociales y culturales, haciendo hincapié en las fílmicas. Desde un apasionado debate sobre el Rashomon (1950) de Kurosawa a cuadro hasta un formalismo que evoca el lenguaje fílmico propio de aquella época, particularmente los recursos hitchcockianos, Boorman reconoce en la cinefilia el recurso más valioso ante el amenamente opresivo sistema militar británico, cuyos pilares descansan en el ominoso título del filme: la reina y la patria. Boorman describe un tipo distinto de belicosidad, alejada pero al mismo tiempo absorta en los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial, en la que se libran batallas encantadoras, sexuales e inocentemente subversivos, como cuando Bill Rohan (Callum Turner), atractivo avatar de Boorman, es arrestado por desviar a un soldado de su deber, al declarar que la guerra era algo inmoral, pelear desde la condena al belicismo. Para Boorman, lo moral es amar, ya sea a una mujer o el mismo cine.

The Golden Era de Ann Hui

Después de la abrumadora sensibilidad demostrada en el elegante filme Una vida simple (2011), la cineasta china Ann Hui presenta un trabajo de una ambición mayor, pero que carece de contundencia y un sello autoral identificable. Hui presenta la historia de los escritores Xiao Hong (la actriz taiwanesa Tan Wei) y Xiao Jun durante el transcurso de 30 años en China, cubriendo acontecimientos vitales para la China moderna como los conflictos entre nacionalistas y comunistas, así como la invasión japonesa de 1937. El punto central del filme se enfoca en la relación que la escritora mantiene con su pareja Xiao Jun y su maestro Lu Xun, mostrada con sobriedad por la cineasta china, buscando emular los retratos íntimos/sociales de cineastas como Hou Hsia Hsien (Beiqing Chengshi, 1989) sin ser del todo exitosa.

Los personajes secundarios hablan a cuadro como si estuvieran en un documental que narra una realidad ficticia: la de Xiao Hong, cuya simple y bella prosa encuentra réplica en algunas de las imágenes labradas por Hui, reminiscentes del arte social realista chino de la época. El desempeño de Tan Wei es solvente y da convicción a las palabras de la escritora china, afecta a volcar dolor y profunda sensibilidad en sus textos y que romantiza su militancia (sangre de escritor, alma de guerrero). Hui continúa así en la búsqueda de una voz femenina que al igual que la de otras cineastas, como la alemana Margaret Von Trotta, es delicada y fina, pero, a excepción de algunas escenas y momentos del filme, dolorosamente indiscernible.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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