‘Skinwalker Ranch’ o cómo una cosa nos está mirando

Skinwalker Ranch: la abducción (Devin McGinn, 2013) es un filme de sci-fi y terror (así la presentan) que parte de hechos reales. Con elementos de documental (cámara en mano, planos fijos que simulan cámaras de seguridad y entrevistas a cuadro) la película de McGinn es una mezcla de recursos recurrentes en el cine de suspenso-terror (The Blair Witch Project, Sánchez y Myrick, 1999; Paranormal Activity, Oren Peli, 2007) y sci-fi (Alien Abduction, Matty Beckerman, 2014; The X-Files, Chris Carter, 1993). El argumento del filme (a cargo de un novato, Adam Ohler) tiene fundamento en los extraños acontecimientos que tuvieron lugar en un rancho de Utah: Skinwalker Ranch, curiosamente ubicado en el Estado vecino de uno de los territorios más controversiales de siglo XX: El Área 51 (Nevada). Un padre de familia y dueño del rancho (Jon Gries) ha documentado en video el secuestro de su hijo, una especie de intertítulo nos advierte que las imágenes pueden ser perturbadoras; el espectador aferra sus uñas a la butaca sólo para presenciar una luz brillante que interfiere la señal: ahora ésta; ahora no está. El padre pierde credibilidad; nadie le ayuda en su búsqueda, hasta que un grupo de expertos en campos diversos (veterinaria, circuitos de comunicación, periodismo y conocimiento masivo de literatura con respecto a aliens) llegan al rancho para descifrar lo incomprensible.

La navaja de Okham, en el mundo teológico y geocéntrico de los siglos XVIII y XIV de la Europa occidental, postulaba, en términos coloquiales, que en igualdad de condiciones, la teoría más sencilla en composición y contenido, estaría más cerca de lo correcto. Éste postulado tuvo detractores desde el principio (Walter Chatton) aunque fuera el modelo teórico más recurrente en la ciencia. Algunos teóricos modernos y posmodernos (Galileo, Leibniz, Kant, Einstein o Everett) afortunadamente rebasaron el paradigma para crear teorías que explicaran una parte del universo y la psique. Siguiendo con la línea argumentativa y, al mismo tiempo, alejándonos por completo, uno de los filósofos arriba mencionados está vinculado con una de las teorías más antiguas y difusas de la humanidad: la existencia de los Illuminati. Los Illuminati, a su vez, están relacionados con teorías conspiracionistas, masonismo y de control económico, político, militar y ecológico (sí, el posmo nos alcanzó). El sistema de control climático HAARP, el experimento Filadelfia o la permisividad en el ataque al Pearl Harbor son algunas hipótesis que permanecen en el imaginario de la cultura pop como invenciones que bien pueden transmitirse en algún History Chanel de serie C. Ése imaginario se ha mantenido, por otra parte, por alguna razón; una de ellas, tal vez, es que la explicación más sencilla (o la que los medios nos dicen) no es la más acertada. Dentro de esa cultura, otro elemento que ha sido recurrente y controversial han sido los alienígenas. Entidades de otra parte del universo que hacen contacto con la Tierra, pero esa información es clasificada, resguardada por las grandes instituciones que temen liberar la verdad, no vaya a ser que a uno le reviente la cabeza entender la quinta dimensión. En un capítulo de Nothing in this book is true, but its exactly how things are, Bob Frissel hace un recuento de la historia de la humanidad y ésta, claro, no se agota en la historia universal que aprendemos de los grandes como Eric Hobsbawm; ¿qué pasa si el humano es un experimento de una raza que trata de salvarse a sí misma? ¿Cuántas dimensiones existen y cómo se llega a ellas? ¿En qué consiste la materialidad de los fantasmas? ¿Desde cuándo se ha tenido comunicación con otras especies no habitantes de la Tierra?

El filme de Devin McGinn trata de poner en juego los diversos elementos que pueden ser explotados: actividad poltergeist, alienígena, animales sobrenaturales y mundos paralelos que tienen un único momento logrado, cuando algún miembro del equipo sentencia que “Esa cosa nos está mirando” y sí, hay una cosa abominable y aburrida que los mira desde una butaca.

Por Icnitl Ytzamat-ul Contreras García (@Mariodelacerna)

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