‘Diamantino’ y la aparente ruptura

La película de la dupla Gabriel Abrantes/Daniel Schmidt, Diamantino (2018), tiene el acierto de que en una linealidad aparentemente dramática, logra colocar las conductas propias de un país inmerso en el neoliberalismo, con el futbol como una necesidad pasional y con el crecimiento y proliferación de una ideología de extrema derecha; la narración se sitúa en Portugal, pero bien podría ser Alemania, Grecia o México. Sin embargo, el subtexto exige ser analizado y, si bien no es posible llegar a una cabal comprensión, son necesarias las preguntas, las rupturas en la aparente rebeldía.

Diamantino (Carloto Cotta), el comandante del futbol portugués, logra sobrepasar la muerte de su padre, el fallo más grande de su carrera, la paternidad, la violencia de sus hermanas, la manipulación por parte de un programa fascista y la soledad: en su fábula termina quedándose con su hijx adoptivx; desnudos en una felicidad de playa. La sátira y la transgresión dibujadas a lo largo de la película, el cuestionamiento al matrimonio, a la ultraderecha y al enajenamiento, terminan por diluirse en su propia fábula: el amor triunfa.

Tal vez a estas alturas del Siglo XXI parezca torpe y necio preguntarse acerca del amor, de la monogamia, de la fidelidad, del deseo, del cuerpo y de la honestidad, porque es un cuestionamiento a las costumbres, a las instituciones, a la cultura, a la sociedad y la necesidad de preservar algo a toda costa, incluso con engaños. Sin embargo, se vuelve fundamental regresar a la pregunta, porque de otra manera, caminamos con expectativas ajenas y ficciones impuestas: ¿qué es el amor? ¿Puede el amor vencerlo todo? ¿Es válida toda forma de amor?

Diamantino adopta a un niño refugiado “para darle todo su amor”, pero ese niño es en realidad una agente encubierta, Aisha (Cleo Tavares), una mujer que tiene una relación sexo afectiva con su jefa inmediata, Lucía (Maria Leite). El tratamiento lúdico que la dupla Abrantes-Schdmit expone en la sexualidad de Diamantino y Aisha es ingenioso y transgresor; a partir de un experimento genético, el cuerpo del astro de futbol termina desarrollando senos (tal vez con repercusiones más disruptivas que los Muchachxs salvajes de Bertrand Mandico, 2017) y, el niño adoptado Rahim, es en realidad, una mujer con la que Diamantino soñaba cuando aún era su hijo.

Los directores enmarcan meticulosamente el personaje de Diamantino: un joven con un talento para el futbol que se fundamenta en su inocencia, en su permanencia en la infancia. Su abstracción de la realidad y la sobreprotección no le permiten distinguir entre besos y raíces (aaahhhhtecreas), no le permiten distinguir la violencia, la malicia, lo reprobable y lo abyecto; inherentemente su sexualidad tampoco ha sido desarrollada ni explorada. El héroe al que responsabilizan de la tragedia portuguesa es una tábula rasa lockeana, simple e ingenua.

En Daddy Long Legs (Jean Negulesco, 1955), Jervis Pendleton III (Fred Astaire) es un playboy sumamente mayor que adopta a una joven francesa de 18 años y la lleva a estudiar la universidad en Nueva Inglaterra. La condición para que lo dejen hacer la adopción es que su identidad quede oculta y no se vinculen de ninguna manera. Sin embargo, a lo largo de 4 años, Pendleton III y Julie Andre (Leslie Caron) terminan casándose. El amor triunfa, la fábula se consolida. El guión de Daddy Long Legs es una apología del capitalismo y las construcciones falocráticas a partir de la esfera económica y cómo éstas se decantan en la consolidación de un arquetipo de éxito a seguir.

El guión de Diamantino, por otro lado, cuestiona la institución del matrimonio, no victimiza a una persona solitaria, pone en cuestión a las políticas xenófobas y a la cultura del espectáculo; ¿por qué entonces, en una película aparentemente transgresora, crítica, lúdica e ingeniosa se siente un olor añejo, una putrefacción que no es nueva? La fábula es la misma: el amor triunfa sobre todo. La situación es la misma: un hombre con poder económico adopta a un hijx con el que termina vinculándose sexo afectivamente. ¿El amor lo puede todo? ¿El amor puede tener cualquier forma? ¿Puedes enamorarte y desear a tu hijx adoptivo porque no es una descendencia directa? ¿Qué es entonces la paternidad, sólo una idea que tiene muchas lagunas?

Podríamos argumentar que Jervis Pendleton III es un personaje que intuía-sabía lo que podría pasar, que su construcción lo llevaba a quedarse con su hija adoptada a pesar de establecer muchas estratagemas de justificación y que, Diamantino en su completa ingenuidad, no comprendía las implicaciones. En la Ética Nicomáquea, Aristóteles establece que las faltas cometidas de manera involuntaria, a partir de la ignorancia, merecen indulgencia; por lo tanto el héroe posmoderno con un Miguel Ángel en sus piernas, no tiene nada de qué preocuparse. Sin embargo, antes de olvidarnos del asunto y disfrutar del amor a brazos y cuerpos abiertos, Foucalut nos preguntaría si la posición económica de Diamantino (y del mañoso de Pendleton III) no es una relación de poder y si no es desde ésta donde se está fundamento el deseo.

Diamantino ganó el Gran Premio en la 57a Semana de la Crítica del 71o Festival de Cannes, ¿cabe preguntarse si una situación en un argumento de 1955 sumamente cuestionable puede ganar un premio en 2018? ¿Es sintomático o tantas preguntas insinúan sólo una paranoia?

Como decíamos, la pregunta es necesaria porque las respuestas pueden ser peligrosas: ¿Es posible tener una relación sexo afectiva sin asomos de violencia, de ningún tipo? ¿Es posible no ser violento? ¿Es posible no tener relaciones de poder? ¿Señalar una acción reprobable nos exime, nos da autoridad moral, nos coloca en un lugar distinto? Por supuesto que no. ¿Quién no ha sido violento de alguna forma? ¿El amor triunfa sobre todo? ¿Si es el caso, cómo es ese amor?

Por Icnitl Y García (@mariodelacerna)

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