‘Creed’: Pasar la estafeta

En un momento de Creed: corazón de campeón (Creed, 2015), séptima entrega de la franquicia de Rocky, el personaje encarnado por Sylvester Stallone le dice a Donnie Creed (el hijo de Apollo, interpretado por Michael B. Jordan) que su historia ya la conoce. De hecho, el relato de Creed lo ubicamos todos a la perfección, no sólo gracias a la franquicia de Rocky sino a cualquier otra obra sobre el underdog y su desafiante camino rumbo al éxito.

En la superficie, podría resumir la narrativa de Creed como una mezcla de elementos de, en particular, Rocky (1976) y Rocky V (1990). Donnie pasa a tomar el lugar de Rocky (en la película original); el propio semental italiano vuelve a ocupar su rol como mentor de un boxeador joven de la quinta entrega; e incluso aparece un nuevo contrincante que recuerda la actitud fanfarrona inicial de Apollo Creed, un campeón que busca un rival improbable.

Lo que le brinda alma y personalidad al segundo filme de Ryan Coogler son los detalles, las pequeñas diferencias, que causan conflictos vitales. Además, se juega con la noción de que el joven protagonista, aún cuando no las vivió de cerca (porque ni había nacido), conoce a la perfección las historias pasadas de la franquicia y las ve básicamente cómo la audiencia que creció con ellas; Donnie se sabe de memoria y se inspira en la mitología porque inevitablemente ha escuchado una y otra vez la relevancia de leyendas como Rocky Balboa y su propio padre.

En un principio, la cinta parece llevarnos al clásico relato del futuro estrella del deporte salido del lugar más complicado. Sin embargo el primer conflicto del protagonista se resuelve rápidamente, en la primera secuencia literalmente. Ese presente problemático de un niño huérfano encerrado en una correccional no será parte de los conflictos centrales de la obra, ya que nuestro héroe tiene la vida resuelta a partir del momento en que es reconocido como hijo de Apollo Creed. Coche de lujo, mansión, nuevo puesto en un trabajo estable y una madre amorosa hacen de Donnie un underdog atípico, propio de una historia que busca inyectar frescura a la franquicia y, poco a poco, despedir a las leyendas pasadas.

Si en la original Rocky tiene un trabajo de dudosa reputación, y gente allegada a él se lamenta que hasta ese momento nunca ha explotado su habilidad como boxeador; aquí nadie quiere que Donnie deje todo por perseguir su sueño. Lo que une a estos dos personajes es ciertamente su talento natural y su imposibilidad por alejarse del ring (sin importar cualquier adversidad).

La cuestión dramática de Creed acierta en presentar personajes unidimensionales y en hacer que eventos pasados (por ejemplo la muerte de Apollo en Rocky IV) se tornen en complicados duelos del presente. Por un lado, tenemos el tono ligero que parte como otra vuelta al pasado, a lugares reconocibles en Filadelfia, y se divierte con el hecho que Rocky es ahora un viejo sin idea, cuando Donnie hace comentarios sobre tecnología. Marcha con una narrativa simple y previsible (Rocky entrena al hijo de Apollo sin mayor conflicto, con escenas disfrutables en todo momento) pero nunca ignora esos lazos duros: Donnie nunca conoció a su padre debido a una pelea mortal en la que su entrenador y amigo bien pudo tirar la toalla; además los otros dos protagonistas (Balboa y la enamorada de Donnie) también tienen batallas personales que evitan el melodrama fácil y – sobre todo el de Rocky – se sienten inevitables.

A diferencia del último vehículo pugilístico de Stallone, Grudge Match, Coogler no admite momentos ridículos y trata seriamente la historia de un joven que, a la hora de subir al ring, tiene que vivir en la sombra de su ausente padre. Esto también va acompañado de una visceralidad e intensidad en las peleas prácticamente inédita en la franquicia, dejando los tours por monumentos históricos o las referencias (i.e. Rocky es ahora quien pone a su pupilo a perseguir gallinas) como guiños bienvenidos pero no como lo único que Creed ofrece.

Por Eric Ortiz García (@ElMachoBionico)

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