‘Interestelar’: El amor y la trascendencia

Cada que algún director de ambición autoral decide entrarle a la ciencia ficción, la misma pregunta empieza a flotar en el aire: ¿es la nueva 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968)? La fundamental cinta de Stanley Kubrick es la barra con la que muchos cineastas buscan medirse, aunque su trascendencia estética y narrativa sea imposible de igualar. Por eso muchos caen como Ícaro buscando tocar el sol. Lo vimos el año pasado con Gravedad (Gravity) y Bajo la piel (Under the Skin) –condenada injustamente a los formatos caseros–; ambas fueron tachadas inmediatamente como la “nueva 2001: Odisea del espacio”, sin embargo sólo podríamos decir que la segunda lo estaba buscando activamente… y casi lo logra, mientras la primera tenía como objetivo una emocionante aventura espacial sin explorar la existencia de la humanidad misma. Las primeras imágenes y videos de Interestelar (Interstellar, 2014) provocaron calificativos similares a bote pronto y las reseñas siguieron el mismo camino, con unos afirmando que Christopher Nolan por fin lo había logrado y otros apuntando al sentido contrario… ¿Nolan lo logró?

Las primeras imágenes de Interestelar vienen acompañadas de la voz de una anciana, quien nos informa que en el futuro –el pasado para ella– la humanidad se está quedando sin comida debido a numerosas plagas y la muerte de cultivos provocó tormentas de polvo, haciendo de la vida una verdadera pesadilla. Cooper (Matthew McConaughey) es un ex piloto, ingeniero de la NASA, viudo y padre de dos hijos que busca sobrevivir como todos los demás, dedicando su vida a cultivar maíz. Un extraño fenómeno gravitacional lo pondrá en la senda de la NASA, quienes a su vez se alistan para lanzar la última misión de la humanidad: viajar por un agujero de gusano a otra galaxia y encontrar un planeta habitable. La decisión de Coop consiste en viajar y salvar a todos o quedarse con sus hijos hasta morir de inanición.

La respuesta más sencilla a la pregunta planteada líneas arriba es no, Nolan no hizo la nueva 2001: Odisea del espacio y no se debe a que visual o narrativamente no se ponga a nivel de Kubrick, sino que está buscando una respuesta diferente. Kubrick estaba intentando explicar al hombre; su indagación es existencial. Muy similar a la del maestro ruso Andréi Tarkovski en Solaris (1972) –curiosamente pocos dicen “tal película es la nueva Solaris”–, no es casualidad que los dos planetas visitados por la expedición tengan el agua como su componente principal. Aunque Nolan cita en sus fotogramas a ambas joyas de la ciencia ficción, el trasfondo de su trabajo está alejado de ellas. Nolan no quiere entendernos como individuos, sino hallarnos como especie. La cuestión no es quién soy sino de dónde somos.

Es un planteamiento que lo acerca más a los postulados de Isaac Asimov, sobre todo el de la segunda trilogía de la Fundación y Los dioses mismos, donde salvar a la especie o encontrar su hogar es lo más relevante. Asimismo, se insertan un par de ideas religiosas como Adán y Eva o el sacrificio de un individuo por salvar a los demás, pero no debería extrañarnos si tomamos en cuenta que un credo similar se introdujo a El hombre de acero (The Man of Steel, 2013), donde Nolan fungió como productor.

De ahí que el director inglés recurra al concepto del amor como eje unificador de la trama. Para él, hogar es donde el corazón está; por eso la humanidad tiene esperanza de sobrevivir. Coop deja a sus hijos para salvarlos; la humanidad queda en segundo plano. Lo mismo con la doctora Amelia (Anne Hathaway), esperanzada en llegar al distante planeta donde su amado quedó varado, o con la pequeña Murphy (Mackenzie Foy/Jessica Chastain), lastimada por el abandono de su padre y obsesionada con solucionar la ecuación para sacar a todos de su desahuciada morada.

Las ideas y la intención de trascendencia están ahí. Nolan debe ser uno de los pocos directores que tienen luz verde dentro del sistema de estudios para hacer cine de alto presupuesto con este nivel de ambición temática y el largometraje es eso, entretenimiento con pretensión en ideas y gordo costo. Si Interestelar no alcanza a ser una obra maestra es por su guión, escrito por el realizador y su hermano Jonathan, que se atora en un tercer acto algo apresurado, no a nivel científico, claro, más bien en la forma en que las situaciones responden a un trazo elemental.

Quizá la nueva 2001: Odisea del espacio llegará cuando dejemos de buscarla.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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