‘Amor índigo’: Frescura podrida

Quizá pocas cosas sean tan demoledoras como presenciar preciosos ejercicios de estancamiento creativo, y aún más dolorosos cuando estos parecieran jactarse de tener carretadas de creatividad y brío estético. El celebrado cineasta francés Michel Gondry enfrenta una condición similar a la que parece estar atravesando el británico Terry Gilliam (The Imaginarium of Dr. Parnassus, Grimm Brothers) cuyo abyecto síntoma es su nueva cinta: Amor índigo (L’écume des jours, 2013), película que pasó desapercibida en el panorama festivalero internacional y que llega ahora dejando retazos de estambre, cartón y pintura Vinci a su paso.

La nueva cinta de Gondry, después del interesante y prometedor ejercicio fílmico que fue The We and the I (2012), regresa al terreno de la exageración hip y la sensiblería más artificial para refrendar su posición entre sus fans acérrimos. En L’écume des jours, Gondry adapta la novela homónima que ya había sido llevada a la pantalla en los años 70. La trama gira alrededor de un escritor adineradillo con una ligera tendencia al aislamiento, ligeramente disfuncional interpretado por el carismático Romain Duris (el mismo de la endulzada cinta homenaje Rock Hudson/Doris Day, Populaire) que conoce a la mujer ideal para él, el flechazo es obviamente inminente y se casan, el problema es que la mujer contrae una extraña enfermedad: una flor le está creciendo en los pulmones.

Gondry inicia con solidez, presentando un mundo que nace inconfundiblemente de su plasticidad autorial, desafortunadamente hay rasgos evidentes que demuestran que tanto la cinta como Gondry comienzan a sufrir de una lamentable fatiga creativa. A pesar de iniciar con cantidades malsanas de melcocha y empalagamiento visual (un timbre araña, zapatos caníbales y demás excentricidades que podrían funcionar en un comercial de Vans) la cinta progresa hacia algo más sombrío y deprimente, pero nada sutil. Incluso en el acto final de la cinta, donde el tono es pesadamente trágico, no hay rastros de cambio o evolución en el estilo, es la adopción sincretista de algo ya visto, un deja vu irremediable. Eso es lo más triste del asunto.

Aunado a esto, en nada ayuda la presencia de una híper gris Audrey Tatou (que continúa confirmando su nulo registro actoral y limitado carisma ya explotado en su consagración debutante, la locamente popular Le fabuleux destin d´Amelié Poulain de Jeunet). Lo único realmente orgánico y vivo que se pudo sentir en la presencia fílmica de Tatou era la flor que le estaba deshaciendo los intestinos. Un germinado necesario.

Desde luego que no todo son malas noticias, seguramente los seguidores más devotos de Gondry sabrán apreciar su tacto para una cuidadosa dirección de arte, conceptos e ideas visuales ciertamente estrafalarios, algunos de ellos que podrían considerarse únicos. La banda sonora no escatima en lo quirky (léase chuscamente estrafalario), retacándonos de viejas melodías de jazz y sonidos suaves y melosos que harán las delicias para la ambientación de prestigiosas cafeterías. Ojo, gente de Putumayo

El problema no es el flujo libre de ideas y conceptos visuales, sino su pobre aplicación y la limitación de su alcance. No se duda del talento de Gondry, quien ya legó Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004) pésele a quien le pese y aun con el valiosísimo input artístico del genial Charlie Kaufman, la idea es aquí cuestionar la lógica de la repetición, la imposición de lo quirky como único anclaje creativo, los límites de la extravagancia y el tedio de la frescura. Gondry demuestra que es un talentoso artista visual, pero que ante la limitación de su propio discurso planta la semilla de la flor que habrá de destruir sus esfuerzos más originales.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)
Ésta es una reedición de nuestra cobertura del FICM.

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