‘Sin dejar huellas’: Juego de mentiras

Las sospechas derivadas del surgimiento de un crimen despiertan tensión y morbo en el espectador que intenta esclarecerlo, conjeturar los motivos del incidente y las identidades de los que perpetraron la acción. Como el juego del gato que busca arrinconar a su presa, el detective en cuestión desea atrapar al criminal, interpretando las diferentes aristas que se presentan en su investigación, siendo, en ocasiones, influenciado por estados emocionales que impactan en su capacidad de percepción.

Sin dejar huellas (Fleuve noir, 2018) resalta, además de los preceptos básicos del thriller, a las acciones retorcidas surgidas por difíciles existencias personales. El detective Visconti (Vincent Cassel) indaga la súbita desaparición de Dany bajo extrañas circunstancias, que lo llevan a sospechar del profesor Bellaile (Romain Duris), a causa de una extraña cercanía con el joven antes del suceso, sintiendo de paso una profunda atracción por Solange (Sandrine Kiberlain), la madre de la víctima.

El realizador Erick Zonca (Le Petit Voleur, Julia) exalta complejidades psicológicas expresadas con adicciones e insatisfacciones, con atención concienzuda en la construcción de sus personajes. El alcoholismo de Visconti deriva del abandono de su esposa y de la incapacidad de corregir los malos pasos de su hijo Denis (Félix Back), adolescente narcomenudista, situación que lo empuja a involucrarse en el caso como medio de posible redención personal. A su vez, Bellaile, como un insatisfecho profesor de literatura que añora convertirse en novelista, despliega una gélida vida marital y una homosexualidad reprimida en la que su interés por el avance de la investigación policiaca siembra sospechas y despliegues de intelectualismo que paralelizan en el relato el ensimismamiento existencial y el deseo de libertad.

Acompañado por estigmas sociales como el rechazo a la inmigración que despliega un pedazo de la intolerancia racial que predomina en Francia, la austera intriga desenmascara patriarcados ausentes que resquebrajan sus entornos familiares, el sexo como recurso de experimentación y manipulación, creando un retorcido suspenso por la mezquindad y loa placeres oscuros, que por ahondar demasiado en el desarrollo de personajes y en los vínculos que entretejen, extiende en demasía el juego de suposiciones que lleva a una resolución abrupta y apresurada.

Más que un caso por resolver y con una inesperada vuelta de tuerca, Sin dejar huellas despliega una tensa intriga en la que el tormento de un detective, la literatura como el escape a una insatisfecha vida, la doble moral que elude el escándalo y la inherente mezquindad acompañan a propios y extraños en complicadas circunstancias.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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