‘Tater Tot & Patton’ y la bucólica melancolia

Las primeras tomas de Tater Tot & Patton (2017) nos ubican sin mucha dilación en el lugar donde sucederá gran parte de la película: un paisaje abierto, un pastizal enorme lejos de la civilización, donde parece no suceder nada. Es en medio de ese mar de hierba donde Erwin (Bate Wilder) tiene su cabaña, ahí vive sólo en compañía de un perro juguetón, aislado del pueblo más cercano.

Las latas y suciedad al interior de la casa, que Erwin intenta limpiar con torpeza, nos indican el poco interés de inquilino por su entorno. El abandono de su persona. Los intentos de limpieza se dan porque pronto llegará al lugar su sobrina, Andie (Jessica Rothe), quién ha sido enviada por su madre con su tío para alejarla de la frenética vida citadina (y de un par de problemas que se irán revelando conforme avance la trama), tal vez pueda encontrar un poco de calma en la bucólica soledad del sitio.

Las circunstancias elegidas por Andrew Kightlinger, director y guionista del largometraje, recuerdan a las de la reciente Lady Rancho (2018), la comedia mexicana donde una malcriada adolescente era enviada al campo para enderezar su vida y aprender a valorar su acomodada existencia. Sin embargo, el registro elegido por Kightlinger es diametralmente opuesto, esta es una reflexión íntima, en tono casi naturalista, sobre las dificultades emocionales de enfrentar la vida y sus problemas. Escapar de nuestros demonios es imposible porque siempre viajan con nosotros. Lejos, también, del esquema usual del cine de horror, donde los personajes más urbanos se ven amenazados por el “oscurantismo” de algún poblado perdido en el mapa (La masacre de Texas o Perros de paja, por ejemplo).

Claro que el director de la cinta aprovecha los bits cómicos más recurrentes en este tipo de situaciones: la citadina perezosa que despierta a altas horas del día, sus intereses egoístas, su poca habilidad para las labores del campo –y en general, cualquier tipo de labores, etcétera. Aunado a sus diferencias físicas, ella una adolescente menuda, él un hombre fornido y de vientre pronunciado.

Lo cómico dura poco y, en este caso, su intención es la de humanizar y acercar a los personajes principales. Es mediante estas interacciones que Erwin y Andie pueden transformar su relación hasta convertirse en confidentes, sin convertir el relato en un alegato idealizado sobre la vida fuera de las ciudades.

Las diferencias entre los protagonistas son un obstáculo necesario para comprenderse el uno al otro. La película encuentra sus mejores momentos en esas interacciones, donde Kightlinger captura lo complicado de los procesos emocionales y lo indispensable de tener confianza en aquellos a nuestro alrededor. Esa resonancia emocional potencia a Tater Tot & Patton sobre la media de producciones con temas similares y la acerca a dramas como La familia Savage (The Savages, 2007), cuyo objetivo no es revelar verdades absolutas sobre la vida sino hacernos un poco más empáticos con el otro.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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