El choque de culturas: la trágica historia de Selena

En el botadero la encuentras como: Selena (1997)

Pregunta por ella así: Me atasqué unas chimichangas en la Doctores y me vengo trocando. ¿Sabe con qué corto el reflujo? – Estoy haciendo mi tesis universitaria sobre los mejores capítulos de Dos mujeres, un camino… ¿sabe quién es la morrita que sale con el vato de Bronco? No Lupe, el otro.

Valor agregado: Edward James Olmos declamando el discurso pro-chicano más sensato de la historia: “Ser mexicoamericano es difícil. Los anglos se te echan encima si no hablas inglés perfectamente. Los mexicanos se te echan encima si no hablas español perfectamente. Debemos ser el doble de perfectos que todos los demás.” Ni César Chávez, caray.

Miles cruzan la frontera entre México y Estados Unidos todos los días. Unos se quedan, pocos regresan. Incluso algunos, como narran Los Tigres del Norte, ya estaban ahí cuando la línea divisoria los cruzó. Son gringos y no lo son, lucen como mexicanos pero poco recuerdan del origen de sus genes, cada vez menos con el recambio generacional. Así se gesta la contradicción: no son de allá ni de acá. Les gusta la tortilla para taco, aunque dorada como tostada. Le han enseñado al estadounidense las mejores chimichangas; sin embargo pocos mexicanos saben qué chingados es una chimichanga.

Para Gregory Nava (El norte, Bordertown), uno de los cineastas chicanos más destacados, esa dualidad alcanzó su máxima expresión con la aparición de Selena Quintanilla Pérez y así lo plasma en la cinta biográfica Selena (1997). Dueña de una cabellera negra como el carbón, una nariz ancha y unas caderas de esas que hipnotizan la pupila en cualquier baile popular de San Mateo Nopala, la texana fue uno de los fenómenos populares más grandes de los años 90en  ambos lados de la frontera. Era la elección clásica de los domingos para hacer las labores del hogar al ritmo de un par sintetizadores que castigaban macizo. Por eso no sorprende que a dos años de su muerte se produjera una biopic sobre su vida.

Generalmente El Botadero es ese espacio dedicado a las películas que son tan malas que terminan por ser buenas. Un estatus ganado más por buenas intenciones, graciosa torpeza y un poco de suerte que por pretensión. Sin embargo, Selena es un producto respetable, digno de la figura que homenajea, a pesar de estar basado en el melodrama como muchas otras biografías y estar haciendo polvo en las repisas por casi dos décadas. Nava tiene oficio y lo demuestra, ni que fuera el Robert Rodriguez de los 2010.

Las primeras tomas de la cinta nos llevan al momento cumbre de la carrera de Selena: ese magno concierto en el Astro Dome, para después pasar a una breve secuencia donde el padre de la cantante, Abraham Quintanilla, y su grupo, Los Dinos, es discriminado porque tienen look de mexicanos y después son corridos de un bar norteño por cantar We Belong Together, original de Ricardo Valenzuela, Richie pa’ los cuates, cuando lo que el público quería era bailar de a cartoncito de cerveza. Ese par de escenas iniciales dejan en claro cómo ve Nava a Selena. Es una pieza clave cultural en la frontera, al mismo tiempo que es la continuación de una larga tradición musical.

Aquí es donde entra Jenny from the Block. De raíces afincadas en Puerto Rico y nacida en Nueva York, Jennifer López es, al igual que Selena, una mujer dividida por dos culturas. Su elección como la protagonista no sólo se antoja lógica, sino correcta, y la neoyorquina le echa hartas ganas aun cuando físicamente comparta poco con la Reina de la Tecnocumbia. Es complicado separar a J-Lo de la imagen glamourosa y de femme fatale que ha cultivado estos años; sin embargo, en la cinta consigue capturar la sencillez característica de Selena. Su trabajo fue lo suficientemente sólido que alcanzó una nominación a los Globos de Oro, los premios TvyNovelas de la industria hollywoodense.

No todo en la película son rosas para la señorita Quintanilla. Su adopción del español como lenguaje principal de su música no es sino una estrategia comercial ideada por su padre, y Nava busca dejarlo claro.  No obstante, el director se regodea mostrando a “Salinas” en todo su esplendor sobre la tarima, ahí donde la relación con el público se convertía en un momento lleno de electricidad. Ella es Morrison y Hendrix para los amantes de las fajitas y la cumbia pesada. La Donna Summer del burrito de carne deshebrada y los nachos con chili.

Cuando estaba en el escenario, Selena era como una flor, un dínamo capaz de sacudir cualquier carcacha. Sin ella, no nos queda más. Nos la negaron. Ésa es la tragedia.

Por Rafael Paz (@pazespa)

PD: Aquellos gustosos de adentrarse en la tecno cumbia pueden echarle un ojo al pequeño recorrido histórico que hace el maestro Ricardo Pineda sobre este popular género noventero, click.

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