55 Muestra | ‘Paraiso: Esperanza’: Ternura mórbida

Dicen algunos que la obesidad es síntoma de carencias afectivas profundas o de una sobreprotección que engendra glotonería asociada a un excesivo confort. El hambre nunca puede ser domada, su origen pareciera moverse más allá de una motivación fisiológica para convertirse en un desesperado reclamo de atención y cariño. Ulrich Seidl, que se inició como un documentalista de la peculiar sordidez presente en un país como Austria, dio el paso al cine narrativo preservando una coherencia plástica que venía delimitada por encuadres de una precisión cortante y una composición de elegantes simetrías que encontraron un núcleo temático fuertísimo en la trilogía Paraíso, compuesta por el devastador patetismo de Amor, la sardónica afección de Fe y que culmina con la inesperada compasión y dulzura de Esperanza. A estas alturas, sabemos perfectamente dónde se encuentran las tres mujeres y el denso viaje de transformación que están sufriendo.

Seidl presenta lo que pasó con la hija de la protagonista del filme de Amor, la cual es enviada a un centro para perder peso donde se encontrará con imberbes obesos que habrán de verse involucrados en la indiferente deshumanización sufrida a causa de su rebosantes y magras carnitas. Es aquí donde este arquetipo de “anti-princesa” encuentra a su “anti-príncipe”, un médico que rebasa los 50 años de edad. Seidl establece desde el principio que la falta de afecto y atención, que estos adolescentes parecen rechazar, encuentra un cauce en la disciplina establecida por el centro, que dicho sea de paso evita la exageración estereotipada de la institución perversa que profesa “disciplina” y “control” haciéndolos más reales, y por tanto, escalofriantes, dentro de un esquema fabular de impresionantes alcances irónicos.

Seidl y su cinefotográfo, Ed Lachmann (Far From Heaven, 2002) presentan un universo de perfecta pulcritud, cuyo cuadro es invadido por las estéticas imperfecciones de nuestros gorditas que impregnan la escena cuales mujeres que serían admiradas por pintores populares como Rubens o el colombiano Botero. La elíptica estructura del filme se permite momentos de alegre patetismo o incluso secuencias de provocativo foreplay e incómodo erotismo en los que Seidl, hábilmente, juega con la divagante y perversa mente de la audiencia para subvertir de la manera más dulce sus expectativas sobre el filme.

La compleja naturaleza de la relación entre la niña y el médico es explorada con riguroso cuidado por Seidl, quién fuera de una olfativa secuencia en la que el médico se convierte en jarioso depredador, mantiene la relación en niveles puramente platónicos, evita con gracia e inteligencia detonar los explosivos elementos que estaban presentes en su narrativa. Suplantando acérrimo morbo por inesperada y ambigua ternura, Seidl presenta la esperanza como el no acto, la esperanza como mera intención llevándonos de nuevo al insaciable conformismo de la misma cantaleta: “If you´re happy and you know it clap your fat”. Así que mientras devoran agresivamente, encuentren el cálido aplauso de sus carnes.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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